Lejos queda el tiempo en el que ser un York era lo más. La familia que durante siglos encarnó el poder real del "repuesto", un puesto estratégico que podía cambiar el rumbo de una dinastía, llegando incluso a salvarla, como ocurrió con Jorge VI, afronta ahora su momento más complicado: Andrés Mountbatten Windsor está totalmente apartado, Sarah Ferguson prácticamente desaparecida y sus hijas, las princesas Beatriz y Eugenia, permanecen entre la espada y la pared. El título que antes abría puertas hoy pesa como una losa, y el prestigio histórico que conllevaba ser el segundo hijo varón del soberano británico contrasta con la discreción forzada e impuesta que impera a día de hoy. Esta es la Navidad que los York nunca pensaron vivir, mientras se multiplican las novedades en torno a la vinculación del antiguo duque con Jeffrey Epstein.
Antes de que el príncipe Harry revelara a través de su biografía (Spare, 2023) que significaba ser un "repuesto" dentro de la realeza británica y lo que emocionalmente le había supuesto a él, la historia había reservado para el segundo hijo de un rey un lugar de honor. Durante siglos, el número dos era una posición clave, no solo porque era el reemplazo natural de un rey o de un príncipe de Gales, es que en él se depositaba una confianza especial para operar en nombre de la monarquía y garantizar la supervivencia dinástica. Eso por no remontarnos al tiempo, no tan lejano, en el que los segundos hijos de los reyes de determinadas dinastías eran utilizados para fundar o consolidar monarquías en países sin monarquía propia.
Lo que ocurrió en 1936 -no ha pasado ni un siglo y la realeza británica lo tiene muy presente- solo vino a reforzar esa idea: cuando el rey Eduardo VIII abdicó sin descendencia para casarse con Wallis Simpson, fue su hermano, el duque de York el que se vio obligado a asumir la jefatura del Estado y cambiar su título de duque de York por el de rey. Isabel II lo recordaba bien, porque lo vivió en primera persona, pasó de ser una princesa de la casa York con una agenda sencilla y una vida cómoda, a convertirse en la heredera de lo que entonces era el Imperio Británico.
Algunas biografías señalan que el recuerdo de su propia infancia como princesa York influyó en la predilección de Isabel II por su segundo hijo varón, el príncipe Andrés, al que ahora hay que llamar Andrés Mountbatten Windsor. Cuentan que la soberana veía en él un reflejo de su propia historia familiar: ella también creció en un hogar con dos hijas, primero, Isabel y Margarita, y décadas después fueron Beatriz y Eugenia quienes reprodujeron ese mismo esquema en la nueva generación. El resto lo puso la propia personalidad del príncipe, al que —según coinciden varios historiadores como Robert Hardman— la reina nunca supo imponerle límites con la firmeza que sí aplicó a otros miembros de la familia. Unos límites que ha tenido que venir a aplicar Carlos III y el príncipe Guillermo ya en un tiempo muy distinto y cuando Andrés está a punto de cumplir los 66 años.
Los archivos vinculados a Jeffrey Epstein, condenado por tráfico sexual, y la biografía de Virginia Giuffre, una de sus víctimas, terminaron por rematar la caída que durante años el antiguo duque de York había logrado esquivar. Hasta este año, el hermano del rey había sobrevivido a muchos golpes reputacionales, pero nunca había visto su figura pública desmantelada por completo. Andrés esquivó su controvertida vinculación con la red de Epstein con acuerdo extrajudicial y fue apartado de la vida pública, pero conservaba el título y el privilegio de ser un príncipe, así como su título de duque de York y su polémica mansión en los terrenos reales de Windsor.
Así que, de vez en cuando, Andrés recordaba de forma pública que él también era un Windsor y lo hacía junto a su exmujer, Sarah Ferguson, cuya figura también ha caído con las últimas filtraciones de los archivos de Epstein. Reaparecieron en la misa en memoria del rey Constantino de Grecia, fueron invitados a la misa en Sandringham durante la Navidad del 2023 y ocuparon un lugar importante en el funeral de la duquesa de Kent.
Resulta casi irónico, pero por primera vez en esta Navidad se ha hecho oficial una "desinvitación". Es la forma en la que Carlos III ha querido dejar claro que su hermano ya no tiene sitio en su mesa, lo que hace que la ausencia de Andrés. Ya faltó el año pasado, después de que saliera a la luz su supuesta relación con un espía chino, y ahora su exclusión vuelve a dominar la escena. Son demasiados los asuntos todavía sin aclarar -desde sus "amistades peligrosas" hasta el origen de su financiación- y todo apunta a que la monarquía británica quiere dejar patente que está castigado, mientras intenta que el foco se desplace cuanto antes hacia otros protagonistas.
Entre la espada y la pared están siempre las princesas Beatriz y Eugenia de York. Ni Isabel II en su día ni Carlos III ahora han querido que la situación de sus padres recaiga sobre ellas, pero lo cierto es que resulta inevitable. Tanto ellas como sus familias siguen siendo invitadas a todas las citas familiares de los Windsor, como al tradicional almuerzo en el Palacio Buckingham, encuentro que coincidió con una insólita aparición de Andrés montando a caballo solo bajo la lluvia, y la Casa Real les permite mantener una agenda pública limitada mientras continúan con sus trabajos en el sector privado, un equilibrio que no se concedió al príncipe Harry y Meghan Markle. Aun así, son ellas quienes deben afrontar el dilema: pasar la Navidad bajo el estigma que pesa sobre los York o mantenerse dentro del desfile institucional que marca estas fechas en la realeza británica. Un equilibrio incómodo que, año tras año, tienen que afrontar.
















