Psicología

Beatriz Ortega, psicóloga: “Cuando a un niño se le evita cualquier frustración y se le coloca en un pedestal, no aprende a integrar límites ni a desarrollar una autoestima realista”


La manera en la que los padres se relacionan con sus hijos afecta enormemente al desarrollo emocional de los hijos y a su salud mental en la vida adulta


Beatriz Ortega. psicóloga© Beatriz Ortega
10 de diciembre de 2025 - 18:00 CET

Autoestima, capacidad de atención, regulación emocional adecuada… Son características que buscamos en los niños y cuyo desarrollo está firmemente relacionado con la manera en la que los progenitores se relacionan con ellos. El tipo de apego, el vínculo que forman entre padres e hijos, es la base del desarrollo emocional y, desde luego, de la salud mental presente y futura de niños y adolescentes.

Evidentemente, el maltrato físico es la peor de las situaciones para cualquier menor y, por supuesto, genera un trauma que arrastrará toda su vida. Pero hay otras circunstancias, como la negligencia por parte de los padres y la sobreprotección que, aún cuando se llevan a cabo sin darse cuenta o, incluso, con la intención de ayudar a los hijos, ocasiona a estos un profundo daño. ¿Cómo darnos cuenta de esos errores en la crianza? ¿Cómo ayudar a un niño que está sufriendo alguna de esas situaciones? Nos da las respuestas Beatriz Ortega, psicóloga sanitaria especializada en trabajo con trauma y dinámicas familiares disfuncionales, que acaba de publicar el libro Padres que duelen. Consecuencias en la edad adulta de los malos tratos en la infancia (Ed. Desclée de Brouwer).

Las experiencias de miedo, abandono o desvalorización mantenidas en el tiempo generan un estrés tóxico que afecta al neurodesarrollo.

Beatriz Ortega, psicóloga

¿Cómo influye el tipo de apego en el bienestar emocional del niño y en su vida adulta?

El apego es el marco desde el que un niño interpreta el mundo, a los demás y a sí mismo. Cuando el menor crece sintiéndose visto y acompañado, desarrolla un apego seguro que facilita, en la vida adulta, una buena regulación emocional, la capacidad de pedir ayuda y de construir relaciones estables. En cambio, cuando el vínculo temprano es inconsistente, frío o impredecible, puede aparecer un apego inseguro que, más adelante, se manifiesta como ansiedad relacional, miedo al abandono, desconfianza o evitación emocional. No determina quién seremos, pero sí condiciona la forma en que aprendemos a sentir, a relacionarnos y a vivirnos por dentro.

En el libro hablas de sobreprotección y negligencia como formas de maltrato infantil. ¿En qué consisten?

La sobreprotección aparece cuando los adultos intervienen demasiado, resuelven por el niño y no permiten que tolere la frustración ni aprenda a equivocarse. El mensaje que recibe es: “tú no puedes solo”. La negligencia emocional, por el contrario, implica ausencia de presencia afectiva: padres que no escuchan, no validan o no responden a las necesidades emocionales del hijo. Ambas formas, aunque no haya violencia explícita, generan un impacto profundo en el desarrollo.

¿Esto significa que hay padres que, queriendo lo mejor para sus hijos, pueden estar ejerciendo formas de maltrato sin saberlo?

Muchos padres actúan desde la buena intención, pero el impacto no siempre coincide con la intención. En psicología no hablamos de culpables, sino de efectos. Un comportamiento puede ser emocionalmente dañino, aunque se haga por amor. Esto no convierte automáticamente a nadie en “mal padre” o “mala madre”, pero sí invita a revisar prácticas que, sin querer, pueden estar limitando o hiriendo al niño.

Padres que duelen, de Beatriz Ortega© Desclée de Brouwer

¿Cómo afecta a los niños la sobreprotección y la negligencia emocional?

La sobreprotección puede generar inseguridad, miedo a equivocarse, dependencia emocional y baja tolerancia a la frustración. La negligencia emocional suele desembocar en dificultades para identificar y regular emociones, baja autoestima, sensación de vacío y problemas para establecer vínculos íntimos. En la vida adulta, ambas experiencias infantiles tienden a transformarse en relaciones complicadas y en una identidad que cuesta sentir estable y valiosa.

Una madre narcisista coloca sus propias necesidades emocionales en el centro y espera que el hijo la confirme, la admire o la sostenga.

Beatriz Ortega, psicóloga

Dices que la sobreprotección puede generar conductas narcisistas en la vida adulta. ¿Cómo ocurre esto?

Cuando a un niño se le evita cualquier frustración y se le coloca en un pedestal, no aprende a integrar límites ni a desarrollar una autoestima realista. No ve al otro. Al crecer, puede mostrar dificultades para aceptar críticas, necesidad de admiración, baja empatía o una sensación interna de merecer un trato especial. El narcisismo, en estos casos, es el resultado de un desarrollo emocional incompleto, no de una maldad innata.

Indicas que el maltrato infantil puede alterar la estructura y la función del cerebro. ¿De qué manera?

Las experiencias de miedo, abandono o desvalorización mantenidas en el tiempo generan un estrés tóxico que afecta al neurodesarrollo. La amígdala puede volverse más reactiva, el hipocampo —clave en memoria y aprendizaje— puede verse reducido y la corteza prefrontal, encargada de la autorregulación, puede funcionar de manera menos eficiente. Esto se traduce en ansiedad, impulsividad, dificultades atencionales o mayor vulnerabilidad emocional. Aun así, el cerebro tiene plasticidad y puede repararse con experiencias correctivas y tratamiento adecuado.

Hablas también de madres que compiten con sus hijos e hijas. ¿Qué es una madre narcisista?

Una madre narcisista coloca sus propias necesidades emocionales en el centro y espera que el hijo la confirme, la admire o la sostenga. Su amor suele ser condicionado. Puede competir con su hija, minimizar sus logros, invalidar emociones que no encajan con su narrativa o alternar gestos de aparente afecto con críticas muy duras. El hijo crece con la sensación de que debe agradar, rendir o desaparecer para que la relación funcione.

¿Es posible superar el maltrato físico, la sobreprotección o la negligencia emocional?

Sí, es posible superarlo. La infancia marca, pero no determina. Con el acompañamiento adecuado, una persona puede reconstruir su autoestima, comprender su historia, resignificar lo vivido y aprender nuevas formas de relacionarse. Muchas personas desarrollan una gran fortaleza emocional cuando trabajan sus heridas y dejan de vivir desde ellas.

¿Qué hacer para superarlo o sentirse mejor?

El primer paso es reconocer que lo vivido tuvo un impacto, porque muchas personas lo minimizan o lo justifican. A partir de ahí, buscar ayuda profesional especializada, aprender a regular emociones, revisar la narrativa propia de la historia, establecer límites cuando es necesario y rodearse de relaciones reparadoras. La sanación no consiste en olvidar, sino en integrar: dejar de ser la herida para empezar a ser la persona que elige cómo quiere vivir.

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