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Psicología

Rut Velasco, psicóloga: “Los niños y niñas sienten mucho, pero no siempre saben qué hacer con lo que les pasa por dentro"


La experta explica cómo enseñar a niños y a adolescentes a reconocer y a gestionar sus propias emociones, algo clave en su bienestar y en su salud mental


Rut Velasco, psicóloga sanitaria experta en Inteligencia Emocional© Rut Velasco
28 de noviembre de 2025 - 7:30 CET

Todos los padres quieren que sus hijos sean responsables, empáticos, sociables, que sean felices… y para lograr todo ello, la base es la misma: enseñarles a reconocer y a gestionar sus propias emociones. La cuestión es cómo hacerlo. Se lo hemos preguntado a Rut Velasco, psicóloga sanitaria experta en Inteligencia Emocional (@rutvelasco_psicologia), que indica qué tener en cuenta a la hora de educar en gestión emocional a niños y qué a adolescentes.

Velasco ha publicado recientemente el libro infanto-juvenil Swift y Brainy. Misión Océano (Ed. Marcombo), en el que da pautas a sus pequeños lectores, a través de una historia cargada de emoción y aventura, acerca de cómo adentrarse en su propio mundo interior.

Para que un adolescente pueda regularse, primero necesitamos regularnos nosotros.

Rut Velasco, psicóloga sanitaria experta en Inteligencia Emocional

'Swift y Brainy' es una increíble metáfora acerca del mundo emocional, de cómo explorar y conocer las propias emociones. ¿Cómo ayudarles en esa 'investigación' a los niños?

Explorar las emociones, sobre todo en la infancia, es como bucear por primera vez: hay colores, corrientes y sensaciones nuevas que no siempre saben interpretar. Los niños y niñas sienten mucho, pero no siempre saben qué hacer con lo que les pasa por dentro. Por eso, nuestra labor como adultos es acompañarles en esa investigación emocional desde la cercanía y la curiosidad. ¿Y cómo se hace en el día a día? Con gestos pequeños, pero muy potentes:

  • Observar sin juzgar: “Veo que tus manos están apretadas.”
  • Nombrar suavemente: “Esto que notas podría ser enfado o frustración.”
  • Explorar juntos: “¿Dónde lo notas en tu cuerpo?”
  • Ofrecer seguridad: “Estoy aquí contigo, vamos a entenderlo juntos.”
  • Preguntar sin presionar: “¿Qué crees que necesitas ahora?”

Cuando un adulto valida, pone palabras y acompaña, el niño y la niña aprenden a regularse mejor y ganan seguridad para mirar hacia dentro.

En Misión Océano lo mostramos con metáforas accesibles: las emociones son olas, algunas suaves y otras más grandes. Swift y Brainy no las esconden ni las juzgan; las exploran y enseñan que no hay emociones buenas o malas: todas tienen un sentido y forman parte del viaje. Cada emoción trae un mensaje que merece ser escuchado. Queremos que los lectores descubran justamente eso: que todas las emociones tienen un lugar y que, acompañados, pueden aprender a entenderlas.

La investigación emocional empieza cuando descubren que no están solos con su mundo interno, que hay un adulto disponible que les ayuda a leer su propia brújula emocional.

¿Cómo ayudar a los adolescentes en esa exploración para conocer sus propias emociones?

La adolescencia es un océano más profundo: una etapa de transformación y expansión, con más cambios, más intensidad y más movimiento interno. Sus emociones se vuelven más potentes y su búsqueda de identidad les empuja a necesitar más autonomía y un adulto que siga siendo un faro, incluso cuando se alejan de la orilla.

Comprender esta etapa es fundamental. Para que un adolescente pueda regularse, primero necesitamos regularnos nosotros. Cuando el adulto está disponible, atento y emocionalmente presente, el adolescente puede navegar su propio mar interno con más seguridad.

Los dos protagonistas son como el yin y el yang:  Swift, impulsiva y valiente, y Brainy, reflexivo y pausado. Todos los padres queremos ayudar a los hijos a que tiendan a lo segundo, a que piensen antes de actuar… ¿cómo lograrlo?

No se trata de elegir entre ser impulsivos o reflexivos. La impulsividad también está ligada a la curiosidad, la iniciativa y la espontaneidad, rasgos que forman parte de crecer. El objetivo no es apagar esa energía, sino ayudarles a equilibrarla con pequeñas pausas que les permitan escuchar su brújula interna.

¿Y cómo se enseña? Con gestos cotidianos: parar un momento antes de reaccionar, respirar juntos, verbalizar la emoción antes de actuar “creo que estoy muy enfadado, necesito un momento”, anticipar consecuencias con preguntas sencillas y, sobre todo, aprenden mirando cómo actuamos: si yo respiro antes de responder, le enseño a hacerlo.

La reflexión nace cuando se sienten seguros, no juzgados: del ejemplo y del clima de seguridad que aporta un adulto regulado.

Swift y Brainy. Misión Océano, de Rut Velasco© Marcombo

¿Es una buena idea fomentar cierta impulsividad y valentía en los niños o eso puede conducirlos hacia la temeridad?

La impulsividad y la valentía no son enemigas; forman parte de su proceso madurativo y también del aprendizaje emocional. No se trata de apagar la impulsividad, sino de canalizarla para que no se convierta en temeridad. Los niños y niñas necesitan explorar, arriesgarse un poco, probar… pero siempre dentro de un marco seguro.

La temeridad aparece cuando exploran sin acompañamiento, sin límites claros o sin alguien que les ayude a leer sus propias señales internas. Por eso hablamos de impulsividad acompañada: permitir que se atrevan, pero con un adulto presente que sostenga, dé calma y ayude a regular la intensidad emocional.

La inteligencia emocional en la adolescencia crece cuando notan que pueden pensar por sí mismos sin quedarse solos en el proceso.

Rut Velasco, psicóloga sanitaria experta en Inteligencia Emocional

En Misión Océano, esa figura es Marla, que encarna el acompañamiento que todos los niños y niñas necesitan. Les muestra que pueden ser valientes sin perderse, que la emoción puede empujar fuerte, pero siempre hay alguien que les guía de vuelta a la calma.

La valentía crece cuando un niño siente: “puedo intentarlo y, si me equivoco, hay alguien que me acompaña”. Esa combinación (atreverse con apoyo, explorar con límites) evita la temeridad y construye una valentía equilibrada, consciente y segura.

El libro está plagado también de retos para el lector, para fomentar el autoconocimiento en los niños que lo lean. ¿Por qué es necesario el autoconocimiento para el bienestar emocional?

El autoconocimiento es esencial para el bienestar emocional porque permite entender qué les pasa por dentro y cómo manejarlo. Por eso, en Misión Océano incluimos tantos retos: cada uno está diseñado para que el lector se observe, se escuche y empiece a reconocer su mundo interno.

Primero aparece la autoconciencia, que es darse cuenta de lo que estás sintiendo en el momento: notar que estás nervioso, triste o enfadado. Sin ese “darse cuenta”, es imposible regularse. Más adelante, de forma progresiva, se va desarrollando el autoconocimiento: comprender por qué siento esto, qué me activa y qué necesito. Es un proceso madurativo que va fortaleciendo su seguridad interna y su capacidad para entenderse mejor.

Las competencias emocionales (autoconciencia, autorregulación, empatía, motivación y habilidades sociales) forman su brújula interna. Para desarrollarlas, los niños y niñas necesitan aprender, con apoyo, a identificar lo que sienten, comprenderlo, expresarlo y regularlo poco a poco. Cuando un niño empieza a conocerse, puede anticipar lo que necesita, pedir ayuda con más claridad y relacionarse de forma más equilibrada

Los retos del libro buscan justamente eso: que cada lector vaya construyendo su propio mapa interno. Y para que ese mapa tome forma, es imprescindible un adulto que acompañe, escuche y dé seguridad. Esa forma de estar cerca es lo que les permite explorar su mundo interno sin vivir sus emociones como desbordantes.

¿Cómo ayudar a los niños a desarrollar una adecuada inteligencia emocional?

La inteligencia emocional no aparece sola: se aprende en relación. Para desarrollarla, los niños y niñas necesitan cultivar sus competencias emocionales, algo que solo puede ocurrir cuando a su lado hay un adulto que acompaña y se implica de forma respetuosa.

El adulto es clave: es quien pone palabras, valida, da sentido y ofrece la seguridad necesaria para que el niño y la niña puedan construir su mapa interno. Cuando el adulto se sintoniza con lo que viven por dentro, el niño siente que puede explorar su mundo emocional con más calma.

Cuando un adulto valida, pone palabras y acompaña, los niños aprenden a regularse mejor y ganan seguridad para mirar hacia dentro.

Rut Velasco, psicóloga sanitaria experta en Inteligencia Emocional

¿Y cómo ayudarles en lo cotidiano? Con cuatro gestos sencillos: poner nombre a su emoción, validar su emoción, enseñarles a expresarla y acompañarles a gestionarla. Detrás de cada emoción hay una necesidad. Cuando escuchamos la emoción, empezamos a comprender. Esa forma de estar cerca y disponible es lo que les permite mirar hacia dentro sin sentirse solos ni desbordados. 

En la infancia, la inteligencia emocional crece como crece todo lo esencial: con cercanía, con una mirada respetuosa y con adultos que acompañan sin invadir, actuando como guía mientras su propia brújula emocional se va formando.

¿Cómo seguir potenciando esa inteligencia emocional en la adolescencia?

En la adolescencia, la inteligencia emocional se potencia de otra manera. Ya no basta con nombrar lo que les ocurre por dentro; ahora necesitan espacios donde puedan pensar, cuestionarse y construir su identidad sin sentirse juzgados. En esta etapa, lo que más les ayuda no es que les digamos qué hacer, sino percibir que pueden contar con nosotros cuando lo necesiten.

El cerebro adolescente está en plena transformación: la parte emocional funciona a gran velocidad, mientras que la zona responsable de planificar y regular —la corteza prefrontal— aún está madurando. A esto se suman los cambios hormonales propios de esta etapa, que intensifican su manera de reaccionar y vivir las emociones. Por eso, a veces la emoción va más rápido que su capacidad para gestionarla.

Aquí el adulto vuelve a ser clave: necesitan calma, límites claros y una presencia que no invada, pero que sostenga. Frases como “si quieres, lo hablamos cuando estés listo” o “entiendo que esto te haya removido” abren puertas que ellos sí pueden cruzar.

Para seguir desarrollando sus competencias emocionales necesitan tres pilares: adultos disponibles, oportunidades reales para decidir y equivocarse con seguridad, y un clima emocional donde lo que les ocurre internamente tenga un lugar y pueda ser acompañado.

La inteligencia emocional en la adolescencia crece cuando notan que pueden pensar por sí mismos sin quedarse solos en el proceso. Ese equilibrio entre autonomía y sentirse sostenidos es la verdadera clave.

En el libro se destacan valores como la empatía y la motivación para el bienestar emocional de los niños. ¿Cómo ayudarles a que nazcan en ellos estos valores?

La empatía y la motivación no aparecen por arte de magia: se construyen en la relación. Para que estos valores nazcan en los niños y niñas, primero necesitan vivirlos. Cuando perciben que les escuchan, que validan sus emociones y que les acompañan con respeto, aprenden a mirar al otro con esa misma sensibilidad.

La empatía se desarrolla cuando el adulto se sintoniza con lo que el niño siente: “Veo que te ha dolido… entiendo que estés triste.” No se trata de ponerse en su lugar, sino de comprender su experiencia emocional y responder con cercanía. Esa experiencia repetida es la que les enseña a reconocer a los demás y a relacionarse desde el respeto.

La motivación aparece cuando el niño descubre que es capaz, que sus esfuerzos importan y que, incluso cuando se equivoca, sigue siendo querido. No nace del premio, sino del vínculo: de sentirse acompañado mientras prueba, falla, vuelve a intentarlo y comprende que su valor no depende de hacerlo bien, sino de quién es. Esa seguridad es la que sostiene su motivación real. Y se desarrollan cuando un niño o niña aprende, con apoyo, a identificar lo que siente, comprenderlo, expresarlo de forma adecuada y regularlo poco a poco. Esa brújula interna es la que les orienta para entenderse mejor y relacionarse de manera más consciente y respetuosa.

En Misión Océano trabajamos estos valores desde el juego y la aventura. Marla, Swift y Brainy muestran cómo la empatía, la conexión y la motivación crecen cuando los niños y niñas viven relaciones en las que hay acompañamiento y respeto. Como en la vida, el adulto es quien siembra; el niño y la niña, quienes florecen.

También habláis de la importancia de las habilidades sociales. ¿Cómo fomentarlas desde pequeños?

Las habilidades sociales empiezan a construirse mucho antes de que los niños y niñas hablen. Nacen de cómo les respondemos, de cómo acompañamos sus emociones y de las primeras experiencias de relación. El adulto vuelve a ser fundamental. No solo por lo que explica, sino por lo que hace. Los niños y niñas aprenden observando: cómo resolvemos un conflicto, cómo pedimos perdón, cómo ponemos límites o cómo hablamos cuando estamos enfadados. La manera en que actuamos es su mayor referente: lo que ven, lo imitan; y lo que viven con nosotros, lo integran.

En Misión Océano, Swift, Brainy y Marla muestran formas distintas de relacionarse y de cuidarse en la aventura. Esa diversidad, unida a un acompañamiento respetuoso, permite que los niños y niñas aprendan a escuchar, a esperar, a cuidar y a trabajar en equipo. 

Las habilidades sociales crecen en la convivencia de cada día: en cómo nos hablamos, cómo nos miramos y cómo nos tratamos.  “Un niño que se siente comprendido aprende a comprenderse. Un adolescente que se siente acompañado aprende a confiar en sí mismo.”

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