Cada vez más neurocientíficos y expertos en salud mental rechazan de plano el término ‘nativos digitales’, argumentando que el cerebro de los niños no ha cambiado con las nuevas tecnologías y que siguen necesitando lo ‘analógico’. Y así es: la estructura cerebral es igual, no ha cambiado por la introducción en nuestras vidas de las pantallas. Sin embargo, sí que hay consecuencias para el cerebro; en concreto, para las funciones ejecutivas, tan necesarias para un correcto desarrollo cognitivo-intelectual y emocional.
La exposición a las pantallas cada vez es más temprana y más prolongada; es decir, cada vez niños de menor edad las ven o hacen uso de ellas y cada vez por más tiempo al día. Así lo ponen de manifiesto diversos estudios, como el estudio Longitudinal PASOS, de la Gasol Foundation, que señala que el uso semanal de dispositivos electrónicos entre los menores ha crecido en más de 11 horas desde 2019.
En la misma línea, el estudio El dilema digital: La infancia en una encrucijada, elaborado por Qustodio, expone que el tiempo de uso en redes sociales, como TikTok e Instagram, ha aumentado un 59% (65 min/día en 2020, frente a 103 min/día en 2024) y un 38% (63 min/día en 2020, frente a 87 min/día en 2024), respectivamente. Y el resultado de esta exposición a estímulos digitales cada vez más rápidos y atractivos por parte de los niños es el llamado ‘efecto popcorn brain’.
Cuanto más rápido, llamativo y personalizado es el contenido, más difícil resulta desconectar. El problema es que este hábito no se queda solo en las pantallas, sino que impacta en su capacidad para concentrarse, esperar e incluso, relacionarse con los demás.
¿Qué es el ‘efecto popcorn brain’?
El término efecto popcorn brain’ lo introdujo, hace ya unos años, el científico e informático David Levy, investigador de la Universidad de Washington (Estados Unidos). Levy recurrió a una metáfora para dar nombre a lo que está ocurriendo en el cerebro de muchos niños y adolescentes, y es la de las palomitas de maíz cuando se están cocinando y no paran de saltar de un lado a otro de manera completamente imprevisible.
Esa metáfora visualiza muy bien lo que la sobreestumulación digital está haciendo con el procesamiento de la información por parte del cerebro. Así, desde Qustodio definen el popcorn brain como “un estado mental caracterizado por pensamientos dispersos, atención fragmentada y una tendencia de la mente a pasar rápidamente de un tema a otro, como una sucesión de palomitas explotando”.
Ponen de manifiesto que “vídeos cortos, videojuegos con pantallas que cambian cada pocos segundos o notificaciones incesantes acostumbran a los más pequeños a un ritmo mental acelerado, creando la necesidad de recibir recompensas inminentes y continuas”. Y, como cabía esperar, esta aceleración afecta a la capacidad de atención de los niños, con las consecuentes repercusiones en sus notas y en su nivel académico. Pero no es lo único en lo que el popcorn brain afecta.
Consecuencias del ‘popcorn brain’ en la vida de los niños
“Las plataformas digitales están diseñadas para enganchar al usuario”, señala Gloria R. Ben, psicóloga experta de Qustodio. “Cuanto más rápido, llamativo y personalizado es el contenido, más difícil resulta desconectar. El problema es que este hábito no se queda solo en las pantallas, sino que impacta en su capacidad para concentrarse, esperar e incluso, relacionarse con los demás”.
Los efectos de la sobreestimulación digital son múltiples. A nivel cognitivo, puede dar lugar a una menor atención sostenida y capacidad para manejar tareas complejas o prolongadas, mientras que, en el plano emocional, se puede dar una baja tolerancia a la frustración y una mayor impaciencia cuando las recompensas no son inmediatas.
Además, puede influir en la forma que tienen los menores de relacionarse entre sí. “Cuando nos acostumbramos a cambios constantes, la capacidad de escuchar y de mantener conversaciones profundas disminuye”, explica Gloria R. Ben. “Incluso cuando los adolescentes están físicamente juntos, muchas veces interactúan más a través del teléfono que cara a cara, lo que puede hacer que sus vínculos sean menos sólidos”.
¿Cómo evitar el ‘efecto popcorn brain’?
La clave está en tomar medidas lo antes posible respecto al uso de pantallas por parte de los menores. Recordemos que la Asociación Española de Pediatría (AEP) actualizaba sus recomendaciones al respecto, haciendo hincapié en la necesidad de cero pantallas antes de los 6 años de edad. De los 6 a los 12 años, el tiempo máximo diario frente a una pantalla no debe superar, según los pediatras, una hora, mientras que a partir de los 12 años no debería ser nunca más de dos horas.
Los expertos de Qustodio recomienda las siguientes pautas para utilizar las pantallas con equilibrio:
- Limitar el tiempo de uso de las pantallas y supervisar los contenidos.
- Fomentar actividades que impliquen paciencia, espera y concentración, como juegos de mesa, deporte o lectura.
- Mantener una comunicación abierta sobre lo que consumen en Internet y cómo les hace sentir.
- Establecer horarios y espacios libres de pantallas, especialmente durante las comidas y antes de dormir.
- Predicar con el ejemplo: si los niños ven que los adultos saben desconectar, aprenderán a hacerlo también.
Las plataformas digitales están diseñadas para enganchar al usuario
“Si entendemos el atractivo que tiene la tecnología para ellos y les acompañamos, en lugar de imponer prohibiciones sin contexto, podremos ayudarles a crear hábitos saludables”, afirma Gloria R. Ben. Y con ello, les estaremos ayudando también “a recuperar la capacidad de atención y de conexión real con su entorno”.