Todos los niños nacen sabiendo dormir, tal y como nos asegura la asesora de sueño infantil María Leyva, formada en el Family Sleep Institute y fundadora de "Siete y a dormir". La clave está en aprender a dormirse por sí mismos, pero ¿cómo podemos enseñarles una habilidad así? ¿Qué pautas han de seguir los padres para ayudar a sus hijos a dormir por sí mismos? ¿Cuándo empezar? Leyva nos da todas las respuestas para ayudar a las familias con problemas de sueño de los niños a mejorar su bienestar.
Durante el sueño profundo, el cerebro del niño procesa lo aprendido durante el día, consolida la memoria, y regula funciones tan importantes como la atención, el lenguaje o el control de impulsos
¿Cómo influye la falta de sueño en el bienestar emocional del niño y de su familia?
La falta de sueño afecta profundamente al bienestar de todos en casa. En los niños, se traduce en más irritabilidad, frustración, llantos frecuentes y menos capacidad de autorregulación. En los adultos, el cansancio acumulado genera mal humor, poca paciencia, discusiones de pareja, y una sensación constante de estar al límite. Dormir mal no solo desgasta físicamente: también nos desconecta emocionalmente de lo que queremos ser como madres y padres.
¿Puede afectar también a su correcto desarrollo cognitivo?
Sí, absolutamente. Durante el sueño profundo, el cerebro del niño procesa lo aprendido durante el día, consolida la memoria, y regula funciones tan importantes como la atención, el lenguaje o el control de impulsos. Cuando un niño no duerme lo suficiente o su sueño es muy fragmentado, su capacidad para aprender, explorar y concentrarse se ve afectada.
¿Es posible enseñar a un niño a dormir o solo podemos ayudarle a llevar a cabo una correcta rutina de sueño?
Partimos de la base de que todos nacemos sabiendo dormir. La habilidad de aprender a dormirse por sí mismos es lo que tenemos que enseñar. No se trata de “adiestrarlo” ni de imponerle una rutina rígida. Se trata de acompañarle con respeto, ayudarle a regularse, a entender lo que viene después, y a dormir sin depender exclusivamente de un adulto o un apoyo externo para hacerlo. La rutina es una herramienta. Enseñar a dormir es un proceso más profundo que implica vínculo, confianza y acompañamiento.
¿Cómo enseñar a un niño a dormir?
No hay un único método ni una fórmula mágica que funcione para todos. Cada bebé es distinto, cada familia tiene su propia dinámica y su historia, y lo que ayuda a uno puede no servir para otro. Enseñar a dormir no es aplicar un paso a paso rígido, sino acompañar un proceso. Es observar, probar, ajustar y sostener con cariño. En los planes de sueño que diseño, esa es precisamente la base: escuchar a la familia, ir conociendo al bebé , y crear un plan que respete sus ritmos y necesidades.
Durante el seguimiento diario que ofrezco en los planes de sueño, estoy ahí para adaptar lo que haga falta, resolver dudas, reforzar lo que funciona y dar apoyo emocional. No se trata de imponer nada, sino de construir juntos una forma de dormir más tranquila, sostenible y respetuosa.
¿A partir de qué edad podemos hacerlo?
Desde que un bebé nace ya podemos acompañar su sueño de forma consciente. No se trata de enseñar a dormir como tal en los primeros meses, sino de empezar a construir poco a poco una base segura y saludable: lo que llamamos higiene del sueño. En mis planes para recién nacidos (0-3 meses) o bebés de (3 a 6 meses), trabajo con las familias de forma muy gradual y respetuosa.
Vamos incorporando rutinas suaves, ayudando a interpretar las señales de sueño, diferenciando tipos de llanto (hambre, incomodidad, necesidad de contacto…) y creando una asociación positiva con el lugar donde se quiere que el bebé duerma. No buscamos independencia total ni dormir “de un tirón”, sino ayudar a la familia a comprender a su bebé, anticiparse a sus necesidades y acompañarlo de forma amorosa desde el principio. Cada bebé tiene su ritmo, pero el acompañamiento consciente puede empezar muy pronto.
A veces cambiar hábitos y rutinas es complicado, y más con los niños. ¿Cuál es la clave para hacerlo correctamente y ayudar así al pequeño a conciliar el sueño?
La clave está en la constancia y la seguridad emocional. Los niños necesitan saber qué viene después, qué pueden esperar y que quien los acompaña está presente con calma. Cambiar hábitos implica resistir la tentación de volver atrás en los momentos difíciles, y confiar en el proceso. Es normal que al principio protesten o les cueste adaptarse. Por eso es tan importante hacerlo desde el respeto, sin prisas y con mucha contención emocional. Dormir bien es un aprendizaje, y, como todo aprendizaje, requiere repetición y presencia adulta.
Como madre de tres niños, ¿qué es lo que te resultó más difícil con el tema del sueño de tus hijos?
La verdad, todo en general. Me sentía desbordada, sin herramientas y con la sensación constante de estar haciendo algo mal. No sabía por qué dormían mal, cuánto era “normal” despertarse, si debía cambiar algo o simplemente aguantar.
Desde que un bebé nace ya podemos acompañar su sueño de forma consciente
Ahora, después de haber acompañado a tantas familias como asesora del sueño, me doy cuenta de que lo que realmente faltaba era información. Porque consejos no faltaban: los de la madre, la amiga, la vecina, la suegra… que si déjalo llorar, que si duérmete tú cuando él duerma, que si es porque le das pecho, o porque no le das… Pero información de verdad, clara, basada en lo que necesita un bebé y no en mitos, muy poca.
A las madres nos explican cómo alimentar, cómo estimular, cómo bañar… pero del sueño apenas se habla. Se asume que es algo que simplemente “pasa” con el tiempo, que hay que esperar a que el bebé crezca y que no se puede hacer nada mientras tanto. Y no es así. El sueño también se aprende, también se acompaña. Y cuanto antes lo entendamos, más fácil será para todos. Por eso hoy trabajo para dar esa información que a mí me faltó, y que tantas familias siguen necesitando.
¿Cómo afectaba la falta de sueño a vuestra vida familiar?
Nos volvía todo más difícil. Las discusiones aumentaban, los días se hacían eternos y las noches me daban mucha ansiedad. Lo recuerdo con horror, la verdad. El cansancio desgasta, pero además te aísla: te hace pensar que eres la única a la que le pasa, que lo estás haciendo mal, que tu bebé “es complicado”.
Y de esto se habla poco, pero… ¿quién no ha tenido alguna discusión absurda con su pareja a las tres de la mañana mientras el bebé llora? Que si le toca a uno, que si lo estás cogiendo mal, que si “yo no he dormido nada” (cuando claramente roncaba hace cinco minutos). Esas pequeñas batallas nocturnas también desgastan.
Nos afectó emocionalmente como pareja y como familia. Por eso siempre digo que dormir bien no es solo una necesidad del niño… es una necesidad familiar. Todos lo necesitamos para estar bien, para disfrutar, para criar con calma. Y sí, también para querernos un poquito más por las noches.
¿Qué es lo que hizo que esa situación cambiara y cómo?
Ya no podía más con la situación. Una amiga me recomendó una asesora de sueño, la llamé y después de un mes de trabajo con el sueño de mis tres hijos, entendí cuál era el “problema” de cada uno de mis hijos, cambiamos ciertos hábitos y rutinas que no estaban favoreciendo a ninguno de nosotros y, con infinita paciencia y mucha constancia, conseguimos recuperar el descanso de todos en casa.