La base para el adecuado desarrollo cognitivo y emocional de los niños es el apego seguro; es decir, padres presentes y afectivos que acompañan las emociones de sus hijos y propician que tengan experiencias enriquecedoras y diversas. Así lo afirma Cristina Cortés Viniegra, psicóloga infantil especializada en desarrollo y trauma, que acaba de publicar En este mismo instante (Ed. Desclée De Brouwer), un cuento ilustrado en el que explica de manera poética, pero también con fundamentos científicos, cómo fomentar la atención plena y cómo estimular a los niños. Nos da las claves de todo ello en esta entrevista:
¿Qué es la atención plena y por qué es tan importante en los niños?
La atención plena es un estado mental y emocional de apertura y aceptación hacia lo que ocurre dentro y fuera de uno en el presente, aquí y ahora.
¿Cómo podemos fomentar en nuestros hijos la atención plena?
El niño pequeño vive atención plena de forma espontánea, es su estado natural, en la medida que vamos desarrollando las habilidades mentales, la vamos perdiendo. Cada vez los niños salen antes de ese estado de contemplación y plenitud que acompaña sus acciones en el desarrollo temprano.
En la medida que se respetan sus tiempos y no se le invade, no se le apremia a terminar la contemplación en la que esté inmerso, estamos fomentado esa plenitud en el ahora. Sin embargo, si les urgimos terminar o no se le calma ante la angustia, se irá instalando la ansiedad, la anticipación, la insatisfacción y la tendencia a proyectarse hacia algo mejor que lo que tiene en el momento presente.
Estimular es respetar tiempos y proveer lo que el niño necesita en cada etapa, atendiendo a sus características temperamentales
Estimular es respetar tiempos y proveer lo que el niño necesita en cada etapa, atendiendo a sus características temperamentales. En la medida que respetamos sus ritmos, sus intereses y permitimos el contacto sensoriomotor, permitiendo experiencias que abarquen todos los sentidos, con todo el cuerpo, y enriquecemos su mundo mágico simbólico, propio de la primera infancia, y si además incluimos el ingrediente secreto “acompañar bajo la presencia y la satisfacción de los padres”, entonces de forma natural estamos asentamos las bases para mantenerlos y llevarlos a esos estados plenos y atentos.
¿De qué manera afectan las pantallas a este tipo de atención y al desarrollo cognitivo de los niños en general?
La infancia requiere experiencias físicas sensoriales, colmadas de afecto, cariño y cuidado por los adultos que les rodean en esas etapas. En los entornos que propician estas dinámicas, el niño aprende a identificar el malestar, a nombrarlo, a no tener miedo a experimentar emociones adversas y a crear puentes entre los diferentes estados.
Las pantallas propician una distracción sin fin, donde no nos acomodamos a lo que sucede, sino que desechamos los contenidos que nos generan malestar, y es la pantalla y sus contenidos quien se adapta a nosotros, no nosotros a la dinamia que nos ofrece. Si el juego no transcurre como nos gustaría que fuera, volvemos a empezar. La intensidad de los estímulos y muchos de los contenidos sobrepasan a los niños pequeños.
Todos tenemos la experiencia de navegar, divagar entre aplicaciones y contenidos, y mantenernos en un estado errante, con la mente ocupada, sin implicarnos en lo que hacemos. En estados así estamos lejos de la atención plena y de la experiencia de corporeidad. Este tipo de interacciones son todo lo contrario a los juegos propios de la infancia que propician el contacto cara a cara y donde se encuentra placer en la relación.
Las pantallas empobrecen el mundo estimular del niño y sobre todo el social, condicionan el desarrollo físico, empobreciendo la psicomotricidad y la globalidad del cuerpo mente y emociones que tiene que alcanzar el niño en su desarrollo. Diferentes estudios nos hablan de empobrecimiento del lenguaje verbal y de la deficiencia en la interpretación del lenguaje no verbal, de problemas visuales, baja tolerancia a la frustración, dificultades para diferenciar el mundo real del juego y los avatares, traslado de los contenidos del juego a sus miedos y preocupaciones. Cada vez resulta más difícil diferenciar el mundo de las pantallas y el presencial.
Tu cuento ilustrado está inspirado en la pandemia de la COVID-19, en sus consecuencias para todos. ¿Siguen los niños y adolescentes que la vivieron arrastrando a día de hoy ‘secuelas’ relacionadas con la pandemia?
El cuento más que inspirarse en la pandemia, se nutre de la experiencia de la pandemia para llegar a la necesidad de cultivar la conexión con uno y con los otros. Diría que nadie ha salido inmune a la experiencia de la pandemia. De un día para otro, estábamos envueltos en un miedo colectivo que nos embargaba a todos e intentamos protegernos evitando el contacto y refugiándonos en las casas.
Los niños y jóvenes son más vulnerables a las experiencias adversas porque sus cerebros se están formando y no tienen capacidad para calmarse por sí solos y las experiencias anteriores son muy pocas para para contrastar lo que viven con lo previo, por lo tanto las vivencias adquieren un peso muy grande y condicionan las siguientes.
Los niños pequeños sufrieron más el impacto de la falta de contacto social. Las profesoras de infantil han alertado del déficit del lenguaje y dificultades en el juego entre pares. Muchos jóvenes descubrieron la evitación como una estrategia de afrontamiento, la escolarización domiciliada ha incrementado considerablemente, en adolescentes y jóvenes.
A partir de ese momento las pantallas canalizan el ocio, las relaciones, la distracción, produciendo cambios muy significativos en todos y en especial en los más jóvenes.
¿Es posible atajar esos problemas?
Los adultos son los amortiguadores de las experiencias adversas de los niños y adolescentes, somos los primeros que tenemos que cuidarnos para cuidar y sostener a los más jóvenes.
Si hemos perdido el contacto y el sosiego, deberíamos promoverlo para que nuestros hijos se desarrollen en entornos que promuevan el contacto social, cara a cara, que sus juegos estén llenos de experiencias sensoriales, que abarquen todos los sentidos, que corran, salten, se cansen físicamente, que se involucren activamente con sus compañeros sin pantallas por medio.
¿Cómo puede la meditación ayudar a niños y a adolescentes a afrontar mejor sus problemas?
Los niños viven el presente, viven plenitud y atención plena en lo que hacen, conforme se desarrolla la mente, van perdiendo esa presencia que abarca toda su totalidad en lo que desarrollan.
Cultivar la atención plena es centrarnos en nuestras acciones, no correr detrás de los “y si” (“y si hacemos”, “y si vamos”...); es quedarse, disfrutar y tolerar lo que surge, el aburrimiento, el disgusto, el placer…
Los niños y jóvenes son más vulnerables a las experiencias adversas porque sus cerebros se están formando y no tienen capacidad para calmarse por sí solos
La disposición de los padres a esa presencia ayuda enormemente. Se puede también practicar ejercicios como los propuestos en el cuento, meditaciones sencillas para realizarlas en familia, usando la imaginación como guía, así es más fácil mantener la atención y prestar esa atención al cuerpo, los ejercicios de relajación repasando el cuerpo y colocando texturas diferentes en las distintas partes del cuerpo para observar su contacto, las sensaciones que generan, incluir esencias… Abarcar todos los sentidos, en la medida que podamos, son otra forma de llevarnos al cuerpo, a las sensaciones y al presente, y eso es meditar. El presente siempre reside en el cuerpo.
¿Cuál es la clave para un desarrollo cognitivo y emocional adecuado en los niños?
Padres disponibles, cálidos y afectivos que favorecen experiencias enriquecedoras de conexión humana, sensorial y motoras que por sí solas nos mantienen en el ahora.
Si los padres no muestran esa disponibilidad y no propician que disfruten de esas experiencias enriquecedoras, ¿habrá más situaciones complicadas en la adolescencia?
La adolescencia es el resultado de todas las experiencias anteriores, el adolescente busca su identidad y recapitula sobre su infancia. En la medida que se ha tenido una buena infancia, con padres que han sabido acompañar, proveer de afecto, enorgullecerse de sus hijos, organizar y regular los estados emocionales, cuando llegue la adolescencia se tendrán todas estas experiencias y recursos para afrontar las conquistas propias de esta etapa madurativa como la diferenciación, la renegociación de las relaciones familiares, la integración y pertenencia al grupo de iguales.
Cuando la infancia ha sido compleja, complicada tanto por situaciones adversas externas y o familiares, donde ha faltado el acompañamiento cálido, sensible y fuerte de los padres, la tormenta propia de esta etapa puede ser una auténtica Dana, y como en la Dana, salir del barro puede ser muy costoso.
¿Cuál es el papel de la familia para sanar posibles heridas o traumas de la infancia?
Muy importante y fundamental, los padres son el cerebro auxiliar, como se suele decir, de sus hijos; esto significa que ellos son los que tienen que cubrir con sus habilidades emocionales y mentales lo que sus hijos no pueden por inmadurez, como calmar, nombrar, ayudar a poner palabras, y mantener la conexión con las emociones, aunque no sean placenteras. Y si no lo pudieron hacer, reparar con nuevas acciones, disponibilidad y conexión emocional. Mirarse a ellos mismos con simpatía, sin juzgarse severamente, todos los padres hacemos las cosas lo mejor que podemos según nuestros recursos. Si no ha sido suficiente siempre podemos reparar y mejorar en este mismo instante.
Los adultos son los amortiguadores de las experiencias adversas de los niños y adolescentes
A los padres nos suele embargar la culpa, y enseguida sentimos que hemos perdido el tiempo, que hasta ahora no lo hemos hecho, si fuera así, siempre podemos comenzar por cultivar nuestra propia presencia y llevarlos con delicadeza y sin imposición a la experiencia física y sensorial, las sensaciones residen en el cuerpo, y el cuerpo se mueve en el ahora.