El enfado es una de las emociones de los niños que peor sobrellevan los padres. A veces, la cuestión más simple puede ser el detonante de una rabieta o de una situación difícil de gestionar. ¿Cómo podemos enseñar a nuestros hijos a regular sus enfados y, sobre todo, a bajarlos de intensidad? ¿Cuál es el verdadero motivo de esos enfados?
Se lo hemos preguntado a Diana Jiménez, psicóloga, divulgadora y referente en Disciplina Positiva, que acaba de publicar un libro ilustrado dirigido al público infantil, Mamá, ¿por qué me enfado? (Ed. Penguin Kids) para ayudar a los peques a entender por qué se sienten así y, sobre todo, a gestionar esta emoción desagradable (y necesaria). Esto es lo que nos ha respondido:
Lo más importante es entender que un niño pequeño no tiene aún su cerebro maduro como para autorregularse. No lo hace “porque quiere”, sino porque no puede
¿Cómo ayudar a los niños a entender por qué se enfadan y cómo hacerles entender que el enfado en sí no es malo?
Lo primero es transmitirles, con palabras sencillas, que el enfado es una emoción normal, humana, y que todos, absolutamente todos, la sentimos. No es mala, ni hay que eliminarla, ni es sinónimo de “portarse mal”. El enfado es como una señal que nos avisa de que algo nos molesta, nos frustra o sentimos que no es justo. A veces detrás del enfado hay tristeza, miedo o cansancio. Ayudarles a ponerle nombre, a identificar lo que sienten en su cuerpo, y a expresarlo sin hacer daño, es el primer paso para gestionarlo bien.
¿Qué hemos de tener en cuenta a la hora de ayudar a un niño pequeño a regular sus emociones y, en concreto, su enfado?
Lo más importante es entender que un niño pequeño no tiene aún su cerebro maduro como para autorregularse. No lo hace “porque quiere”, sino porque no puede. Necesita nuestro acompañamiento. Debemos ser nosotros quienes le prestemos calma, seguridad y contención. A veces pensamos que explicando las cosas es suficiente, pero en plena tormenta emocional lo que más ayuda es nuestra presencia tranquila, nuestro tono suave, y estar disponibles. Primero se regula el cuerpo y luego ya vendrán las palabras.
¿Cómo asimilar y gestionar, como padre o madre, los enfados intensos y muy habituales de sus hijos pequeños?
Es duro, y es totalmente normal que nos remueva y nos agote. Lo primero es que no estás sola o solo. Y lo segundo: entender que tu hijo no te lo hace “a ti”, no es algo personal. Es su manera inmadura de expresar algo que no sabe cómo manejar. Acompañar sin reprimir, contener sin castigar, y poner límites con cariño es una danza difícil pero posible. Si los enfados son frecuentes, es buena idea observar cuándo se dan (¿hay hambre, cansancio, cambios, celos?), y trabajar desde ahí. Y sobre todo, cuidarte tú. Nadie puede calmar si está desbordado. Y es que no podemos dar lo que no tenemos…
¿Cuándo la intensidad y la frecuencia de los enfados sí deberían ser motivo de alarma que se debería con un psicólogo o con su pediatra?
Cuando los enfados interfieren de forma significativa en su vida cotidiana (por ejemplo, no puede jugar con otros niños, no quiere ir al colegio, rompe cosas, se hace daño o daña a otros), o si vemos que no mejora con el tiempo y el acompañamiento. También si los padres sienten que no pueden más o que nada funciona. Acudir a un psicólogo infantil no es un fracaso, es una muestra de amor y responsabilidad.
¿Cómo debe ser el diálogo que tengamos con el niño una vez que ha pasado el enfado para ayudarle a entender la situación?
Una vez que se ha calmado, estamos ante una oportunidad preciosa de aprendizaje. Podemos decirle: “Eso no te gustó…Lo pasaste mal, ¿verdad? A veces nos enfadamos tanto que parece que el volcán explota. Vamos a ver juntos qué pasó y qué podemos hacer la próxima vez.” Evitamos los sermones o las culpas, y buscamos entender con él. Le ayudamos a reconstruir lo que ha ocurrido, a expresar lo que sentía, y a pensar en herramientas para la próxima vez. Así se va formando su “maletín emocional”. Dotarles de habilidades y estrategias útiles para la vida
En el libro, la mamá ayuda a su hijo a crear un rincón de la calma; ¿qué es exactamente un rincón de la calma?
Es un espacio seguro y tranquilo dentro de casa donde el niño puede ir cuando siente que su emoción le desborda. No es un “rincón de pensar” (que a menudo implica castigo), sino un lugar acogedor donde puede parar, respirar, y sentirse acompañado. No se trata de aislarle, sino de ofrecerle un recurso.
Cuando dejamos a los niños explorar el mundo que les rodea, les damos permiso para sentir que pueden hacer preguntas
Ese rincón puede tener cojines, libros, peluches, dibujos, botellas sensoriales, etc. Es una herramienta de autorregulación que se construye con cariño. Se recomienda para niños mayores de 4 años y si son más pequeños, será si están acompañados, antes es muy difícil que entiendan el concepto además que para que un niño menor de 4 años pueda regular su emoción, necesita de un adulto regulado (por eso los rincones de la calma también sirven para los adultos)
¿Cómo ayudar a nuestro hijo a crearse el suyo?
Lo ideal es invitarle a hacerlo juntos en un momento tranquilo. Podemos decirle: “¿Te gustaría tener un lugar especial para cuando estés muy enfadado, triste o cualquier otra emoción que te cueste gestionar?” Le dejamos elegir los objetos, decorar el rincón, elegir el nombre… Así sentirá que es suyo y lo vivirá como un recurso, no como un castigo. Y por supuesto, le acompañamos a usarlo al principio, no le mandamos solo. Nuestra presencia es clave para que aprenda a regularse.
El protagonista del cuento, Alonso, pregunta a su mamá qué hacer cuando no está en casa y no puede ir a su rincón de la calma; ¿cómo ayudar a los niños a interiorizar esa imagen mental que les ayude a regularse?
¡Me encanta que me lo preguntes… y es que además cuando dejamos a los niños explorar el mundo que les rodea, le damos permiso para sentir que pueden hacer preguntas de este tipo. Y esto es justo lo que buscamos: que ese rincón físico se convierta poco a poco en un recurso interno. Podemos guiarle con visualizaciones, por ejemplo: “Cierra los ojos e imagina que estás en tu rincón, ¿cómo huele? ¿Qué ves? ¿Qué te dice tu peluche favorito?” Estas imágenes ayudan a conectar con la calma desde dentro. También les podemos dar recursos portátiles: una piedra de los deseos, un pañuelo con nuestro olor, un dibujo… lo importante es que se sientan acompañados, aunque estén lejos de casa. A medida que ganen confianza y lo hayan interiorizado, ya no lo necesitaran tanto
¿Cómo ir adaptando esa imagen mental a medida que crecen?
9. A medida que los niños crecen, también crece su mundo emocional y su capacidad para reflexionar. Podemos ir transformando el rincón de la calma en una “mochila emocional”, donde guarden estrategias útiles para ellos: respiración, escritura, dibujos, música, deporte… La clave está en seguir ofreciéndoles herramientas que les ayuden a conocerse y regularse, y en normalizar que pedir ayuda o tener emociones intensas no es un signo de debilidad, sino de humanidad. Si lo piensas, los adultos tenemos muchas "herramientas" en nuestro día a día para llevar la contabilidad, para gestionar los tiempos, alarmas, etc. En el caso de los niños, es igual.