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Día del Padre

Relación padre-hijos: así evoluciona en el tiempo desde son bebés hasta que se hacen adultos

Con motivo del Día del Padre, exponemos cómo ven los hijos a sus papás en función de su etapa evolutiva y cómo deben actuar con ellos los progenitores para mantener fuerte el vínculo toda la vida

La relación de un padre con sus hijos o sus hijas va atravesando por diferentes etapas: cuando nacen, la felicidad inmensa va unida a todo un mundo de dificultades (sobre todo, para los papás primerizos) que parece que van a ir desapareciendo con el paso del tiempo. Y así es. Las noches sin dormir, los llantos sin explicación aparente… todo eso se va diluyendo y, aunque después vienen etapas más calmadas, aparecen otras dificultades. Quizás, una de las más complicadas para un padre es la de asumir que sus hijos cada vez lo necesitan menos. Junto a la satisfacción por comprobar que se van convirtiendo en seres autónomos, la tristeza de verlos, en ocasiones, cada vez más lejos. Con motivo del Día del Padre, el 19 de marzo, queremos aportar herramientas para fomentar una estrecha relación padre-hijo en todas las etapas, lo que ayudará, sin duda, a disfrutar más de cada una de ellas.

1. Primera infancia

Los tres primeros años de vida son clave en el desarrollo del niño y también en el vínculo que establece con sus progenitores. La dependencia hacia ellos es absoluta; son su auténtico referente y lo que hagan o digan le marcará profundamente. “La relación entre un padre y un niño es fundamental para el desarrollo saludable y sostenible del niño y el posterior adulto en el que se convertirá”, plantea Isabel Aranda, psicóloga sanitaria y Chief Content Officer de TherapyChat. “Desde un punto de vista psicológico, los padres tienen el papel de garantizar un vínculo seguro para sus hijos. Esto significa que los padres deben transmitir confianza, amor y seguridad a sus hijos mediante el ejemplo y la comunicación, lo que permitirá que los niños se conviertan en adultos emocionalmente saludables y seguros”.

De manera paralela, eso fortalecerá el vínculo padre-hijo y sentará las bases para que siga siendo así en el futuro, incluso en etapas como la adolescencia, en la que el comportamiento del niño o de la niña puede cambiar drásticamente y, en consecuencia, también su manera de relacionarse con el resto de la familia.

2. Niñez

En esta etapa, los papás son unos auténticos superhéroes para los niños y las niñas. Son, junto a mamá, su verdadero referente y sentirán por él profunda admiración. Por otro lado, a medida que van creciendo, los hijos van siendo, poquito a poco, cada vez más autónomos. Aunque en esta etapa siguen dependiendo en gran medida de sus progenitores, van alcanzando importantes hitos de independencia. En cualquier caso, los padres seguirán ofreciéndoles afecto y comunicación, al tiempo que tendrán que ir guiándoles en función de su momento evolutivo y de sus necesidades. Deberán proporcionarles “apoyo y comprensión”; de este modo, contribuirán “a desarrollar en sus hijos un sentido de identidad positiva y de competencia social”. Así, “los niños que reciben orientación adecuada se sienten motivados y les resulta más fácil probar cosas nuevas y afrontar retos”, lo que les ayudará “a aceptar la responsabilidad de sus decisiones y de sus errores”.

“Por el contrario, los padres pueden limitar el desarrollo de los niños proporcionando una comunicación inadecuada, respondiendo a la conducta de los niños de forma crítica o encerrando a los niños en su mundo. Estas relaciones pueden causar inseguridad, vergüenza y falta de autoestima a largo plazo”, recalca Aranda. “Los niños pueden comenzar a desarrollar problemas en el desempeño social, relaciones pobres y problemas de comportamiento”.

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3. Adolescencia

La adolescencia es etapa de grandes cambios físicos y emocionales. Eso altera en ocasiones la relación entre los hijos y los padres. Ya papá no será visto del mismo modo que en la infancia; no diremos que pasará de ser héroe a villano, pero sí dejará de tenerlo tan idealizado. Eso unido a que pueden sentir cierta confusión ante determinadas situaciones y por no verse ni niños ni adultos, hace que “mantener una buena relación padre-hijo durante la adolescencia pueda ser un desafío”, puesto que “los hijos están tratando de descubrir su identidad y liberarse de la dependencia de los padres mientras que los padres tienen el trabajo de ofrecer un punto seguro y mostrar respeto a sus hijos”.

En medio, para ser ese punto seguro que sus hijos necesitan, los padres deben “alentar los intentos de independencia”, pero también “establecer reglas claras” y límites. Eso “puede ser una importante fuente de fricción, ya que los padres deben ir progresivamente cediendo el control a los hijos para que sean ellos mismos los que regulen su comportamiento”. La clave, según la psicóloga, es transformar esas reglas “en acuerdos entre padres e hijos y no en límites a obedecer por los hijos”.

Por supuesto, seguirá siendo fundamental que los padres continúen dando “afecto y cariño a sus hijos, mostrándoles en todo momento que les apoyan”. Para ello, deben prestar especial cuidado en “evitar los juicios, en tratarlos de manera respetuosa y en estar abiertos a la diferencia”.

4. Adultez

La mayoría de edad se alcanza en nuestro país a los 18 años, pero los requerimientos sociales hacen que, por lo general, sigan teniendo a esa edad una fuerte dependencia de sus padres (a esa edad comenzarán sus estudios superiores y la mayoría permanecerá en la casa familiar unos cuantos años más). En esta etapa tendrá mucho que ver en la relación padre-hijo todo lo que se ha ido fraguando en las etapas anteriores. “La forma en la que una persona es cuidada durante la infancia puede marcar fuertemente su forma de relacionarse en edades posteriores” e influye en todos los aspectos de su vida. “Cuando los adultos responsables tratan a los niños con amor, empatía y respeto, estos desarrollan un mayor sentido de seguridad y confianza en sí mismos, realizando relaciones satisfactorias tanto en el ámbito personal como laboral”.

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