Si hay una tendencia que ha transformado el universo nupcial en los últimos años, esa es la de los vestidos desmontables. Cada vez más novias buscan un diseño capaz de acompañarlas durante toda la boda sin necesidad de cambiarse por completo, y los atelieres han respondido con propuestas inteligentes y versátiles. La idea ya no es tener tres looks distintos, sino uno solo que evoluciona de forma natural según avanza el día. El look de Blanca encaja a la perfección en esta filosofía. Su vestido cambió con ella a lo largo de la celebración y demostró por qué estas propuestas convertibles van a seguir siendo la tendencia estrella de 2026.
Un vestido convertible
Blanca siempre había tenido claro que, aunque no sabía el diseño exacto que quería, sí reconocía perfectamente lo que no deseaba. Quizá por eso la elección de diseñadora surgió de una forma tan natural. Optó por un vestido creado por AHT (Ana Herrero de Tejada), alguien en quien confiaba antes incluso de cruzar la primera palabra. “Principalmente, porque ya había trabajado con varios familiares míos y tenía buenas referencias. Además, su estilo es muy parecido al mío y sabía que me sentiría totalmente tranquila el día de la boda con un diseño suyo”, recuerda.
No buscaba nada excesivo, ostentoso ni maximalista, sino un traje que reflejara esa elegancia silenciosa que la define. “Ana me asesoró y me ayudó a plasmar mi estilo”, reconoce. Durante el proceso de creación, fue descubriendo que, a veces, encontrar un vestido es, en realidad, aprender a confiar: a confiar en quien sabe, en quien observa, en quien entiende la personalidad y la vincula con la moda.
¿El resultado? Un elegante diseño convertible que fue acompañando a Blanca en sus distintas versiones a lo largo de la celebración. La novia empezó la ceremonia velada y con capa, envolviendo su entrada en un aire clásico y solemne. Una de las anécdotas que recuerda con más cariño tiene que ver con el velo, un complemento que no terminaba de imaginar como parte de su look. “No lo tenía claro, pero Ana acabó convenciéndome. Es la mejor prueba de que cuando te dejas asesorar por alguien que sabe, no hay fallo posible”.
El diseño, como muchos buenos vestidos, no necesitó grandes alardes para ser memorable. Al ser una ceremonia religiosa, el protocolo dicta cubrir los brazos, por lo que Blanca optó por llevar una capa ligera y elegante con bordados florales. Caía por la espalda, dejando al descubierto un sutil escote en V. Se remataba con un broche-joya, del que nacía la cola de su vestido.
Durante la cena, Blanca se desprendió del velo, y en la fiesta se quitó también la capa para poder bailar con total comodidad, mostrando el vestido base en todo su esplendor. El diseño partía de un favorecedor escote cruzado, como aquellos de pasarela que propuso Ralph Lauren en su colección otoño-invierno allá por 2005. Un diseño icónico, con un punto nostálgico, pero que sigue tan de actualidad como entonces. En su caso, estaba drapeado en una gasa de seda que añadía textura y elevaba el look nupcial, haciéndolo más adecuado para un enlace de estas características.
Los accesorios: piezas cargadas de significado
Blanca construyó el resto del estilismo con la misma coherencia con la que eligió su vestido. Los zapatos, unos tacones de ante de Flor de Asoka, eran elegantes y discretos, perfectos para una boda clásica como esta. Los pendientes, por su parte, fueron uno de los detalles más emotivos: un regalo de su suegra que recibió en la pedida de mano celebrada meses antes.
Además, llevó su anillo de pedida, una joya de Romu Joyeros con esmeralda colombiana y diamantes. “Acertó plenamente”, reconoce.
El detalle más especial, sin embargo, quizá fue la corona familiar. “Me hacía mucha ilusión porque era de mi abuela y luego pasó a mi madre, quien me la cedió para la boda. Es una corona de oro blanco y diamantes”. Una pieza con historia que sumó puntos a la imagen de Blanca.
El ramo, por su parte, seguía la misma línea estética: rosas inglesas, flores de temporada y una composición sencilla y natural que encajaba con su personalidad y con la decoración floral general. Lo sostuvo con una cinta aterciopelada verde, un detalle que combinaba con los trajes de los pajes.
A ese ramo, le añadió dos piezas con gran simbolismo para ella: una medalla de un ángel de la guarda, regalo de su mejor amiga, y una medalla de cerámica de Atelier Pottery con las iniciales de su padre, ya fallecido. Un gesto discreto y silencioso, pero lleno de amor, que le permitió tenerle un poquito más cerca.
Para el maquillaje, tampoco dudó. Eligió a Silvia, la misma profesional que había maquillado a su hermana en su boda y que trabaja de forma habitual con su familia. Ese vínculo de confianza fue determinante. Su look de belleza, natural y muy armónico, se enfocó en potenciar sus rasgos sin recargarlo demasiado.
Su historia de amor
Hay historias de amor que llegan sin planearse, casi como un regalo que aparece en el momento justo. Y eso es lo que les ocurrió a Blanca y Gonzalo, que se conocieron en Segovia en febrero de 2020, pocas semanas antes de que el mundo entero se detuviera. Lo que empezó como un fin de semana entre amigos terminó convirtiéndose en ese tipo de coincidencia que parecía ya escrita.
“Fue poco antes del confinamiento. Yo estudié allí y volví con mis amigas de la carrera a recordar viejos tiempos. Él también estaba de viaje con sus amigos. Ahora Segovia es todavía más especial para nosotros”, cuenta Blanca. Las casualidades, nunca lo son del todo.
La relación de Blanca y Gonzalo fue creciendo con naturalidad, sin prisa pero sin pausa. Tras más de cuatro años juntos, Blanca llevaba tiempo lanzando indirectas sobre el matrimonio, pero aún así la pedida llegó en un momento inesperado. Gonzalo regresaba de un viaje de trabajo a Egipto, cargado de souvenirs como hacía siempre. Cuando llegó el último regalo, se arrodilló y le pidió matrimonio. Después celebraron la noticia en un restaurante de Sevilla que él ya había reservado. “Quería que me lo pidiese de forma íntima, y así fue”, resume Blanca.
Una boda en Jerez
La boda religiosa se celebró el 12 de julio en la Basílica de la Merced, uno de los templos más señoriales y queridos de Jerez de la Frontera (Cádiz). Para Blanca y Gonzalo era un lugar perfecto, no solo por su arquitectura imponente, sino por su afinidad con el sacerdote. “El cura, el padre Fabricio, fue una parte importante de que la misa fuera tan distendida. Fue como si nos casara un amigo que nos conoce muy bien”, cuenta la novia.
Tras la misa, los invitados subieron a los autobuses y se dirigieron a Finca Cerro Obregón, donde les esperaba un atardecer jerezano difícil de olvidar. Ubicada en lo alto de un cerro, ofrece una panorámica abierta de los campos de vides, un paisaje que parecía extenderse especialmente para ellos.
La organización de la boda fue una decisión muy consciente. Blanca y Gonzalo, que disfrutan planificando y tomando decisiones juntos, optaron por encargarse ellos mismos de todo. “Nos hubiese ahorrado mucho estrés, especialmente en los últimos días, pero ahora nos sentimos muy satisfechos de que si la boda salió tan bien, fue gracias a nosotros”, confiesa ella.
La decoración estuvo a cargo de Artemisa, que supo entender desde el primer momento el estilo que querían transmitir. Apostaron por flores de temporada, predominando los tonos verdes y una estética fresca y elegante. El sitting plan, adornado con buganvillas, era un guiño perfecto a la propia finca, donde estas flores abundan. La iluminación, también diseñada por Artemisa, se resolvió con una red de luces led cálidas, creando un ambiente acogedor para el cóctel y dando a la tarde un aire casi mágico.
Con una boda en Jerez en pleno julio, la preocupación por el calor estuvo presente desde el principio. Blanca y Gonzalo habían preparado abanicos, refrescos y hasta contrataron una food truck de helados de la empresa Verde Pistacchio, de Cádiz, para ayudar a sus invitados a sobrellevar las altas temperaturas. Sin embargo, el destino decidió jugar a favor de todos: “Por arte de magia, las temperaturas ese día y solo ese día bajaron unos 7-8 grados”, explica Blanca. Tanto, que algunos invitados llegaron incluso a pasar frío al caer la noche, algo poco habitual en esas fechas. “Los helados sobraron, pero quien los probó, ¡repitió!”, reconoce entre risas.
Entre los momentos más especiales, Blanca recuerda uno que no estaba en el guion. Durante el primer baile, Gonzalo - compinchado con varios amigos - sorprendió a todos con fuegos artificiales perfectamente sincronizados con la música, el DJ y el equipo de fotografía y vídeo. Una coreografía pensada al milímetro que iluminó el cielo nocturno y marcó el inicio de una fiesta que no olvidarán fácilmente.
La boda reunió invitados de todo el mundo: México, Francia, Inglaterra, Portugal, Noruega y diferentes puntos de España. “Fue algo que apreciamos mucho y que nos encantó”, dice la novia. "Suena a tópico, pero el poder celebrar uno de los días más importantes de nuestras vidas con la gente que más queremos fue lo que más ilusión nos hizo".



































