Beatriz siempre ha tenido un gusto impecable y una visión muy clara de lo que quería para su gran día. Desde el primer momento, supo que su boda debía ser un reflejo auténtico de su personalidad: elegante, minimalista y con guiños sorprendentes que hicieran sentir a todos sus invitados parte de un cuento íntimo y memorable. Tras un año y medio de relación con Íñigo, la pareja decidió dar el gran paso y celebrar una boda única, cargada de detalles personales y rodeada de familiares y amigos más cercanos. ¿Su look? Un vestido que llevaba el minimalismo por bandera y una pamela que conseguía redondear su estilismo.
El vestido: minimalismo y elegancia en estado puro
Beatriz tenía muy claro qué quería y qué no para su vestido de novia. Rechazó encajes, brillos y ornamentaciones excesivas, buscando un diseño que fuera limpio, atemporal y etéreo. La elección del diseñador fue casi un flechazo: Luis Infantes. “Me encantaba la limpieza de sus diseños, la sencillez que no es simpleza, como suele decir Luis. Me atraía que era capaz de hacer un vestido que aparentemente no tiene tanto y, sin embargo, contaba muchísimo sin caer en excesos. Supe al verle y ver su trabajo y la calidad tan elevada de sus creaciones que era mi sitio”, explica Beatriz.
El vestido se basó en un modelo de la nueva colección KILA MARA, realizado en crepe doble de seda italiano y bambula de seda en capas. Luis adaptó el diseño a su cuerpo y a sus necesidades, logrando un resultado que conjugaba elegancia y comodidad. “El proceso fue superfácil, Luis y su equipo realizan un trabajo increíble y se nota que la perfección es su religión. Eso me permitió disfrutar de todo sin preocuparme ni un segundo”, añade la novia.
El vestido también contaba con una capa de bambula que enmarcaba los hombros y ensalzaba la espalda, un detalle que aportaba movimiento y ese toque liviano y elegante que buscaba la novia para su look nupcial. “Tras el almuerzo, le metí tijeretazo ¡y a bailar!”, recuerda Beatriz con una sonrisa, refiriéndose a la versatilidad que le daba la capa para la fiesta. Porque es cierto que no quiso utilizar un segundo look nupcial que desvirtuara “la importancia y la solemnidad del traje principal”, de esa pequeña obra de arte que Luis y su equipo le realizaron en tiempo récord.
“¿El timming? Un reto. Teníamos 2 meses y yo vivo fuera de España. Sin embargo, Luis se adaptó perfectamente (le hice trabajar algún sábado)”. Todo fue gracias a una conexión inevitable entre diseñador y clienta, que permitió esta hazaña con garantías de éxito. “Cuando le llamé me dijo que en tan poco tiempo no solo era un reto, sino que debía conocerme y ver si realmente le apetecía hacer el vestido en tiempo récord según el feeling que tuviéramos… Se dio ese feeling y todo rodó como la seda”, recuerda.
Accesorios y detalles de estilo
En lugar del tradicional velo, Beatriz optó por un sombrero de ala ancha diseñado por Mimoki. “Pese a su larga trayectoria, fue una sorpresa saber que eran pioneros en este tipo de diseños para novias”, señala.
En cuanto al ramo, la novia se decantó por un estilo campestre y natural, en armonía con la decoración floral de la ermita y del entorno del monasterio donde celebraron el gran día, obra de Singular Flower. Los zapatos, por su parte, fue un detalle que le costó encontrar porque no daba con hormas cómodas. Finalmente, fueron unos Jimmy Choo Azie color champán, una elección elegante y atemporal.
Sobre su look de belleza, Beatriz se dejó guiar por la profesionalidad de Sandro Nonna, priorizando un maquillaje y peinado natural que resaltara su personalidad sin competir con el vestido y los accesorios.
Su historia de amor
Beatriz e Íñigo se conocieron en Baqueira, y desde el primer momento hubo química y juego entre ellos. “Estuvimos tonteando unos meses. Íñigo se hacía el interesante, así que un día decidí dejarle claro que la interesante era yo. Funcionó”, recuerda Beatriz entre risas. Tras un año y medio juntos, Íñigo le pidió matrimonio, y la pareja se embarcó en la organización de su boda con un plazo de apenas tres meses. “Tuvimos que acelerar todo el proceso por motivos personales, y al final fue una ventaja: menos alternativas, decisiones más rápidas y menos estrés”, asegura la novia.
Si el look nupcial de Beatriz ya era toda una declaración de intenciones, el hecho de llegar en barco a la iglesia remató una jugada espectacular. “La ermita donde nos casamos está al lado del Pantano de San Juan, donde mi padre tiene un velero. Me parecía una idea muy pura llegar así. ¿Qué podía salir mal?”.
El templo era pequeño, recoleto y acogedor, sus muros hablaban de historia y tenía una particularidad: está cerrado al público y eso le aportaba un punto íntimo y mágico a esta boda celebrada en un soleado 6 de septiembre madrileño.
Hubo lecturas emocionantes, en las que Beatriz hacía un paralelismo entre la historia de amor de sus abuelos, un gran referente en su vida, y la vida matrimonial que quería empezar con Íñigo.
Esos primeros pasos ya como marido y mujer los dieron en el Monasterio de Pelayos de la Presa, un lugar muy cercano a la ermita donde celebraron su historia de amor. Beatriz quería un sitio que uniera historia, belleza y autenticidad, y lo encontró gracias al trabajo de la fotógrafa Alejandra Ortiz. “Me pareció mágico y lo tuve claro, porque sus bodas son garantía de éxito y sinónimo de autenticidad y buen gusto”, recuerda la novia.
Decoración y detalles especiales
Eligieron una decoración rústica y menaje en colores frescos, cuidadosamente elegidos para integrarse con el entorno. La organización corrió a cargo del equipo de Cashmere Decoración, mientras que el catering fue de VE-GA, seguido por la barra libre de Catering Tatin.
El cóctel fue amenizado por el artista Nacho Obes: "la boda era nuestra, pero el escenario fue suyo", comenta Beatriz, mientras que la música y el ambiente de la fiesta lo pusieron Budimusic y los DJs Juan Trullenque y Humberto de Cal, creando un escenario vibrante donde cada momento estaba perfectamente coordinado.
La boda combinó perfectamente intimidad y dinamismo, con un cóctel largo, un único plato principal y barra de postres y café, asegurando que la experiencia gastronómica no resultara pesada y fuese tan memorable como el entorno. La planificación rápida permitió que todo fluyera sin contratiempos y que cada decisión estuviera marcada por la esencia de la pareja.
Beatriz comparte aprendizajes que pueden servir a otros futuros matrimonios: “Organizar la boda desde el extranjero en tres meses me enseñó que, a veces, las limitaciones ayudan a tomar decisiones rápidas y acertadas”. Y a la vista está.























