El pasado 18 de octubre, Stella del Carmen Banderas y Alex Gruszynski se daban el 'sí, quiero'. Lo hacían en Abadía Retuerta, un lugar de ensueño ubicado en la localidad vallisoletana de Sardón de Duero, y del que la novia tuvo conocimiento gracias a su padre, Antonio Banderas. Se trata de un hotel boutique de cinco estrellas cuya historia se remonta al monasterio original, la Abadía de Santa María de Retuerta, fundado en 1146 por Sancho Ansúrez; una de las obras más importantes del románico en la provincia de Valladolid. Una elección con la que la novia conseguía que toda su boda respirara la misma estética y pareciera sacada de una historia de fantasía, igual que su vestido y su ramo.
La novia se decantó por un vestido a medida de Rodarte, un diseño en el que trabajó mano a mano con las hermanas Kate y Laura Mulleavy, fundadoras de la firma, a lo largo de nueve meses. Era una pieza muy especial: con escote de forma de corazón y unos delicados tirantes que reposaban sobre sus hombros; y manguitos que, lejos de ceñirse hasta las muñecas, caían como mangas acampanadas desde la altura del codo. Estaba confeccionado en encaje y gasa y tenía un pequeño bordado de color azul en el interior.
Como accesorios, la hija de Antonio Banderas y Melanie Griffith llevó un velo de encaje, con una longitud de tres metros, que cubría ligeramente sus hombros. También unos pendientes de diamantes que pertenecían a su familia materna. Y un ramo de calas negras, una elección sorprendente, pero cargada de significado.
Calas, unas flores llenas de historia
Hablar de ramos de novias es hacerlo de infinitas posibilidades. Aunque es importante tener en cuenta la estacionalidad de las flores, las combinaciones son tan variables como las novias que las eligen, y pueden ir de un bouquet sencillo y minimalista a un diseño de gran tamaño, desestructurado y lleno de color. En estos momentos, una de las tendencias que más gusta a las prometidas es la de llevar ramos de un solo tipo de flor, y aunque las rosas y las peonías siguen gustando (y mucho), las gerberas, los nardos y los tulipanes ganan espacio. Y sí, en los últimos meses hemos visto muchas calas en las elecciones de las novias más estilosas, aunque casi siempre blancas.
Las calas son originarias de Sudáfrica. Se introdujeron en Europa a finales del siglo XVIII y desde entonces se han extendido por todo el mundo, sobre todo a lo largo del siglo XX. Pero quizá lo más llamativo es que la flor no es, en sí misma, una flor, sino "una gran bráctea que rodea una columna que contiene un elevado número de flores, cada una de unos cuantos milímetros de diámetro". Algo que explica Noel Kingsbury en su libro La historia de las flores y de cómo han cambiado nuestra forma de vida. Pero ha sido su durabilidad y robustez lo que la ha convertido en una de las preferidas de los floristas.
Por alguna razón que no se conoce a ciencia cierta (aunque podría tener que ver con su significado), comenzaron a utilizarse en los funerales, en Gran Bretaña, a finales del siglo XIX; sin embargo, pronto se emplearon para otras composiciones más alegres, como las bodas. Y es que el significado de estas flores está relacionado con la pureza y la inocencia, dos valores que, tradicionalmente, han tenido mucho que ver con las novias; también con un nuevo comienzo y con la tranquilidad.
Los colores de esta especie son variados. Las más utilizadas en bodas son las blancas, pero también existen en amarillo, rosa... y púrpura-negro. Esta última, la elegida por Stella del Carmen, es una variedad fascinante, no solo por su color tan atípico, sino por su aura misteriosa, que la convierte en una flor muy deseada. También llena de significado. Y es que su tono oscuro simboliza los pensamientos más profundos y se asocian con la capacidad de transformar, cerrar una etapa y comenzar una nueva. Algo que, sin duda, tiene mucho sentido en una boda.