Hoy son muchas las novias que deciden alejarse de los tradicionales cánones de estilo para apostar por diseños que siguen la corriente estética de muchos looks de invitada. Es por eso que los sombreros se han adueñado de los estilismos nupciales más especiales de los últimos años, esos que tuvieron como precursora a la siempre elegante Inés de la Fressange allá por los 90, que llevó en su boda un afrancesado canotier, o la extravagante Emma Leth, con su pamela XXL de Jacquemus hace tan solo unos años.
Ahora tenemos el ejemplo de Cristina, una de esas mujeres que en un alarde de personalidad decidió seguir sus propias normas como garantía de éxito. Su pamela se rige por las tendencias actuales y con ella transformó un look nupcial sencillo en un estilismo inolvidable.
Un vestido sencillo
Cuando un vestido de novia es sencillo nada puede salir mal. Es más, abre un amplio abanico de posibilidades para dar rienda suelta a la imaginación a través de complementos visualmente potentes. Cristina sabía la lección y apostó sobre seguro al elegir a Paula del Vas. “Me decanté por ella por su elegancia atemporal y la delicadeza con la que trata cada diseño”, nos cuenta sobre la diseñadora, que captó perfectamente su estilo y lo que buscaba para un día tan especial.
Cristina acudió a su atelier con las ideas claras y un objetivo definido: conseguir un vestido elegante, atemporal y con un punto diferente que lo hiciera único. No buscaba excesos, pero sí algo único y con fuerza, donde el protagonismo recayera en cuello, hombros y espalda.
El vestido partía de una base de crepé de seda natural, con ese favorecedor cuello halter que tanto se deja ver en las bodas de primavera verano. Como es un corte con mucho poder visual, una falda recta con abertura en la parte trasera, sin mayores aderezos, es su mejor acompañante.
Sobre esta base, se sumaba un elemento que lo transformaba en esa pieza única que Cristina buscaba: un blusón de muselina de seda natural, con hombreras marcadas y una espectacular caída lateral. "Hacía las veces de cola para la entrada a la iglesia", explica la novia. La suma de ambos tejidos, su movimiento y la limpieza de líneas creaban un conjunto sobrio y espectacular.
Las pruebas fueron, en palabras de Cristina, "una mezcla de emoción y detalle", aunque también de momentos divertidos. "Cada vez que me veía con el vestido, no podía evitar ponerme a posar delante del espejo y sacar músculo como si estuviese en una competición de culturismo", recuerda entre risas. "En mi defensa diré que el espejo que tiene Paula en su atelier es enorme y tenía que aprovecharlo para comprobar el progreso del gimnasio", apunta con gracia.
Y como cada vez está más instaurada la moda de los vestidos que van evolucionando a lo largo de la celebración, Cristina sorprendió con un segundo look para el convite y la fiesta, sin necesidad de cambiarse del todo. "Paula me diseñó en el mismo tejido del blusón un chal anudado al cuello y con caída hacia la espalda". Una opción elegante, práctica y coherente con la línea principal del diseño.
Accesorios que suman
Es imposible hablar de Cristina y no hablar de su pamela, ese accesorio superactual al que han sucumbido tanto novias como invitadas. La suya era de Masario, confeccionada en rafia natural, y tiene un pequeño detalle de tendencia. En este caso, lo que la convierte en una novia diferente a las de otras temporadas, es que el ala de su pamela está ligeramente doblada, un gesto que hemos visto en tantas y tantas invitadas a lo largo de estos últimos meses.
“Sabía que quería un look diferente, pero fiel a mí. No soy de joyas ni de grandes volúmenes, así que preferí jugar con las líneas del vestido y un accesorio que marcara la diferencia”, reconoce. El giro de tuerca de este tipo de accesorios es que se han aliado con los velos para dar lugar al combo nupcial más inesperado. “Le añadimos un velo de tul que aportaba un aire muy sofisticado”, explica la novia.
Al llevar un escote cerrado con un cuerpo ablusonado, Cristina encontró en Paulet sus pendientes ideales. Como muchas novias elegantes, apostó por un diseño largo, que siempre estiliza visualmente el tercio superior. “Tenían perlas, era el detalle que no podía faltar. Su caída realzaba la línea del escote de mi vestido”, explica. También llevó dos pulseras de oro, dos joyas familiares de sus abuelas.
Los tacones fueron otro cantar. Necesitaba un modelo que cubriese la diferencia de estatura entre ella, que mide 1,57, y John, su marido, que roza los 2 metros. Por eso, se decantó por la comodidad de unas sandalias de piel con plataforma, con un detalle de lazada en la parte delantera, firmados por Maje París.
¿Y el ramo? “No podía ser más precioso, me lo hicieron en Carmina Floristas”. Su forma alargada y elegante encajaba perfectamente con la silueta del vestido y con la estética general de la boda. “No quería un ramo recargado, sino algo que hablara en voz baja, pero que dejara huella. Nunca olvidaré el aroma inconfundible de los nardos”, asegura.
El maquillaje, obra de María Ferjol, fue luminoso, natural y con el punto justo de color para realzar sus rasgos. “Una de mis preocupaciones era no sentirme yo misma el día de la boda por verme demasiado maquillada”, confiesa Cristina. Y es que María supo encontrar ese equilibrio que le hizo sentirse “cómoda y muy guapa”.
Para el peinado, también lo tenía claro: un moño bajo. “Al casarme en septiembre y cerca del mar, necesitaba algo cómodo, fresco y que me permitiera estar a gusto durante todo el día”. Fabiola y su equipo encontraron además la altura exacta para que encajara con la pamela. “Fue todo un reto que resolvieron con maestría”, reconoce.
Su historia de amor
A veces el amor se cuela en el trabajo, en las reuniones de equipo, en cursos de formación... Así comenzó la historia de Cristina y John, entre papeles y auditorías, pero también entre miradas cómplices que empezaban a dibujar un futuro juntos. “Nos conocimos en el trabajo, en Deloitte”, cuenta Cristina. Ella acababa de empezar como auditora en Madrid; él llevaba seis meses en la oficina de Murcia. Coincidieron en un curso de formación en Segovia y allí, casi sin querer, todo cambió. “Al instante saltó la chispa”, recuerda.
Durante un año vivieron una relación a distancia, entre maletas de fin de semana, despedidas en el andén y llamadas que alargaban las noches. Hasta que John dio el paso y pidió el traslado a la oficina de Madrid. Fue una decisión valiente, como lo serían muchas otras. Con la llegada de la pandemia, decidieron que su hogar estaría en Murcia, y allí comenzaron a construir su vida. Hoy viven con Tocino, su carlino de nombre insuperable, que también tuvo su momento de gloria el día de la boda. “Fue el invitado más especial”, confiesa Cristina con una sonrisa.
Después de seis años de relación, John tenía claro que quería dar el siguiente paso. Y lo hizo en uno de los lugares más significativos de su infancia: Formentera. “Estábamos de viaje con su familia. Me llevó a ver el atardecer a Ses Illetes con la excusa de que habíamos quedado con un amigo suyo de Madrid que venía desde Ibiza”. Su amigo nunca apareció y en su lugar me pidió matrimonio. “Con la excusa de sacarme una foto con el sol cayendo de fondo, se arrodilló y me dijo: ‘No estamos aquí por el atardecer, estamos aquí por nosotros’. No podía parar de llorar de emoción, ¡no me lo creía!”.
Una boda llena de anécdotas
“Nos casamos un 21 de septiembre de 2024 en la Parroquia San Francisco Javier, en San Javier, una pequeña localidad costera de la Región de Murcia”, cuenta Cristina. Podría parecer una elección como cualquier otra, pero en realidad estaba todo lleno de sentido. La iglesia quedaba muy cerca de la Dehesa de Campoamor, en Alicante, un lugar muy especial para los novios. “Allí, en su playa, nos dimos nuestro primer beso y ha sido el escenario de muchos de los momentos más importantes de nuestra historia. Es un sitio que ha visto crecer nuestro amor desde el principio”.
Por eso, el lugar de la celebración no podía ser otro: esa finca rodeada de pinares y con vistas al mar. Cristina no tuvo ninguna duda: “En cuanto la visité, supe que era el sitio. No necesité ver ninguna finca más”. ¿El detalle que la terminó de convencer? Un gran rótulo en la fachada con el nombre de Campoamor, un detalle “muy suyo”.
La ceremonia comenzaba a las 17:00, pero ocurrió algo que nadie pudo predecir aquella tarde de nervios a flor de piel. “A las 16:45 recibo una llamada de Inma, mi florista, diciéndome que la iglesia no estaba abierta y que no podía terminar el arreglo floral del interior”. Cristina intentó contactar sin éxito con el Padre Juan. “Lo llamé infinitas veces y no me cogía el teléfono. ¡Estaba a punto de empezar la boda y la iglesia estaba cerrada!”. Por suerte, John y el equipo de fotógrafos de Velvia llegaron en ese momento y lograron localizar la casa parroquial. “¿Sabéis qué? El Padre Juan se estaba echando la siesta. ¡Se había quedado dormido! Fue horrible. Fueron los minutos más largos de toda mi vida”, recuerda, hoy sí, entre risas.
Pero el estrés desapareció en cuanto Cristina entró en la iglesia, del brazo de su padre, bajo la mirada emocionada de todos. “Yo no podía parar de sonreír y llorar de alegría. Al llegar al altar no pude evitar soltar un par de lágrimas al ver a John”. Además, la boda fue una ocasión perfecta para reunir a sus familias y amigos llegados desde todo el mundo: Inglaterra, distintos puntos de España, Sudáfrica, Nueva York... “Fue muy emocionante ver a todas esas personas tan importantes para nosotros reunidas en un mismo lugar”.
La salida de la iglesia, una vez convertidos en marido y mujer, no fue menos anecdótica. “En un arranque de emoción, me quité la pamela y la lancé hacia los invitados como si fuera el final de una película. Fue mi forma de soltar los nervios y dejarme llevar por la felicidad del momento”, recuerda divertida.
Un Méhari rojo, de esos que salpican los veranos de Formentera y como guiño al día de su pedida, los esperaba en la puerta. Fue inolvidable… ¡y algo accidentado! “John no sabía conducir el Méhari... y casi acabamos estampados contra la fachada de la iglesia”, confiesa riendo. Pero ahí no acabó la aventura: “Tuvimos que hacer todo el trayecto hasta la finca por la autovía en tercera marcha, porque no sabía cómo cambiarla. Algunos coches nos pitaban celebrando el enlace; otros, claramente, por la velocidad a la que íbamos. ¡Fue un trayecto surrealista y divertidísimo que jamás olvidaremos!”.
Organización y decoración
Organizar una boda puede ser una aventura tan emocionante como abrumadora. Por suerte, Cristina y John encontraron a la persona perfecta para acompañarles en el proceso: Mafe, de Eterna Prometida. “Fue nuestra auténtica salvadora”, confiesa. “La elegimos por su trayectoria y profesionalidad. Desde el primer momento nos transmitió tranquilidad y confianza, y con el tiempo se ha convertido en una amiga”.
Y no es una forma de hablar. El día antes de la boda, uno de los proveedores les dejó tirados sin explicación. “Mafe no solo nos lo comunicó con total serenidad, sino que ya venía con la solución bajo el brazo”, recuerda Cristina. Tenerla a su lado les permitió relajarse y disfrutar. “Gracias a ella no tuvimos que preocuparnos de nada. Fue una pieza clave para que todo saliera perfecto”.
Otro gran acierto fue el equipo de foto y vídeo, Velvia Estudio, que no solo supo capturar la emoción del gran día con una sensibilidad extraordinaria, sino que también se convirtió en un apoyo emocional para la novia. “Desde el primer minuto nos hicieron sentir tranquilos, acompañados y en las mejores manos”, asegura. “Nunca imaginé tener unas fotos de boda tan bonitas, y el vídeo… lo veo unas dos veces por semana. Siempre me emociona hasta las lágrimas”.
En cuanto a la decoración, Cristina y John decidieron ponerse manos a la obra, literalmente. “Toda la papelería y la cartelería de la boda la diseñamos y realizamos nosotros mismos. Somos muy manitas y nos hacía muchísima ilusión encargarnos de esa parte tan creativa. Queríamos que todo tuviera nuestro sello personal”.
Para la zona de la discoteca, Cristina se inspiró nada menos que en Studio 54, con un aire festivo, divertido y muy visual. ¿Y la ceremonia? “La fachada de la finca tiene un color muy imponente, así que ideamos la decoración teniendo eso en cuenta, para que todo estuviera en armonía y respirara una misma estética”. El resultado fue coherente, elegante y, sobre todo, muy suyo.
Tras meses de preparativos, decisiones y nervios, Cristina lo tiene claro: “Puedes pasar meses organizando la boda y planificando hasta el último detalle, pero nunca debes perder de vista lo que realmente importa: la celebración del amor y la unión con tu pareja”. Puede haber imprevistos, que el cura se duerma, que el coche no arranque o que un proveedor te falle, pero el enfoque lo cambia todo. “Aunque intentes controlarlo todo puede que no salga como estaba planeado. Lo esencial es que el día se viva con amor y alegría”. Y eso ellos lo cumplieron con creces. “Fue el mejor día de mi vida”.