Los pasteles de boda son hoy un símbolo universal de celebración, pero lo cierto es que este ritual tan dulce tiene un origen mucho más reciente de lo que imaginamos. Es cierto que en civilizaciones antiguas ya existía la costumbre de ofrecer pasteles a los invitados, pero no fue sino hasta el siglo XIX cuando la tarta nupcial adoptó la forma que conocemos hoy: blanca, de varios pisos y con una decoración majestuosa. El motivo fue la boda de la reina Victoria de Inglaterra con el príncipe Alberto, en 1840. Un enlace que marcó para siempre la estética y las tradiciones del universo nupcial, también en lo que al banquete respecta.
La tarta de boda de la reina Victoria que cambió la historia nupcial
La reina Victoria fue pionera en muchos aspectos esenciales de lo que hoy conforma la tradición nupcial, como la costumbre que tienen las novias de casarse vestidas de blanco, un color poco habitual en su época. También renunció al zapato de tacón, decantándose, en su lugar, por unas bailarinas blancas, con las que se adelantó al concepto de comodidad que no renuncia a la elegancia. Aun así, la gran innovación de la llamada "Abuela de Europa" no se limitó al look: el pastel que se presentó en su banquete de boda fue igualmente revolucionario.
130 kilos y una decoración simbólica
Diseñado por el pastelero real John C. Mauditt, el pastel nupcial de la reina Victoria y el príncipe Alberto pesaba más de 130 kilos, tenía varias alturas y una elaborada decoración floral. En la cúspide se situaba la figura de Britania, personificación de Inglaterra, bendiciendo a los novios y rodeada de símbolos de fidelidad y felicidad, como un perro y unas palomas. Ese detalle dio inicio a otra tradición muy conocida: colocar figuras en la parte superior de las tartas de boda.
La reina Victoria se casó con el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Cotha el 10 de febrero de 1840 y, a partir de ese momento, la tarta nupcial se transformó en algo más que un postre: era un espectáculo visual, un signo de lujo y poder reservado para quienes podían permitirse semejantes encargos. Tanto fue así que la prensa de la época reseñaba estos pasteles monumentales, que se exponían días antes de la boda para admiración del público.
Y no es que la tarta de boda fuese un invento de la monarca: en la Roma clásica, por ejemplo, se usaban tortas de cebada en los enlaces de la nobleza. La costumbre fue evolucionando de modo que algunos reposteros sí habían experimentado con pasteles de gran altura antes del siglo XIX. Sin embargo, fue la mecanización de los obradores lo que abrió la puerta a creaciones cada vez más sofisticadas, pensadas no solo para degustarse, sino también para impresionar. Y en ese contexto, el banquete de la reina Victoria y el príncipe Alberto fue decisivo.
El comienzo de una tradición: así cambiaron las tartas nupciales de los royals
Buckingham asegura que una tarta de bodas hecha para una pareja real de Reino Unido a menudo será lo suficientemente grande como para servir a más de 2.000 personas, con porciones enviadas a organizaciones benéficas, entre otras asociaciones cercanas a la corona, además de aquellas servidas a los invitados presentes. Actualmente, no se espera menos de un pastel nupcial en cualquier matrimonio de sangre azul, aunque cada pareja le aporte su toque personal.
El pastel de su hijo, el príncipe de Gales (Eduardo VII) y la princesa Alejandra, en 1863, tenía forma de palacio gótico y superaba el metro y medio de altura. Para facilitar el corte de la novia, se diseñaron pequeños mecanismos que, para la época, eran una absoluta innovación, de ahí que la influencia de esta tradición se extendiera rápidamente a otras casas reales.
En España, la boda de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg, en 1906, contó con una tarta de casi dos metros y 300 kilos, trasladada desde Londres en varias cajas y exhibida en el Alcázar antes del gran día. Elaborada con la célebre “mezcla real”, combinaba bizcocho, cremas y esencias aromáticas, y fue cortada con un cuchillo de oro y plata por la propia princesa.