Alicia Guijarro (@allisguijarro) ha celebrado una de esas bodas que parecen pensadas para recordar (y revivir) eternamente. La influencer se ha dado el “sí, quiero” con Jorge Saavedra en el Monasterio de Santa María la Real de Oia, un enclave del siglo XII frente al Atlántico que ha sido testigo de promesas, lágrimas y una entrada nupcial bañada en pétalos de margaritas en lugar del clásico arroz. Un gesto sencillo, delicado y tan simbólico como el vestido que ha elegido la novia.
La creadora de contenido ha apostado por un diseño desmontable que resume a la perfección la moda nupcial más actual: un vestido lencero de tirantes finos en blanco roto, con caída fluida y una segunda pieza de gasa translúcida que ha flotado sobre ella como una nube romántica durante la ceremonia. Horas después, ha decidido retirarla para quedarse con la silueta principal, más sencilla y cómoda para bailar hasta el amanecer. Una fórmula doble que demuestra que la novia no solo ha buscado brillar, también sentirse libre en su gran día. Alicia parece haber confiado en la artesanía española, todo apunta que la obra es de Merche Segarra de Jesús Peiró.
La novia ha apostado por un diseño que parece sacado de un cuento de hadas: delicado, etéreo y cargado de simbolismo. El vestido, con una espalda abierta que se convierte en el verdadero broche de la silueta, se ha acompañado de un velo sencillo sujeto a un moño bajo, dejando todo el protagonismo a la caída ligera de la gasa. Durante la ceremonia religiosa, la prenda ha adquirido una dimensión aún más especial gracias al sobrevestido transparente de manga corta, que cubría los hombros y se desplegaba en forma de pañuelo a ambos lados, como si flotara con cada movimiento.
Ese sobrevestido, fruncido en la cintura con un delicado nudo, ha creado pliegues suaves que evocan las túnicas clásicas de la escultura griega y romana, aportando un aire de minimalismo romántico y atemporal. A la falda se ha sumado una discreta cola que nace desde la cadera y refuerza la sensación de ligereza y movimiento. Todavía estamos por descubrir los zapatos, aunque todo apunta a que se trata de unas piezas planas con pedrería, delicadas y con detalles joya, en perfecta sintonía con la estética de una novia que parece caminar entre lo terrenal y lo onírico.
La emoción ha sido constante. Jorge no ha podido contener las lágrimas al verla entrar en el templo, el beso a la salida ha sido vibrante y, en un giro inesperado y entrañable, el vals de padre e hija se ha transformado en un baile improvisado a base de pequeños saltos, muy al estilo de Alicia: espontáneo, luminoso y lleno de energía.
Tras la ceremonia, los invitados se han trasladado al Pazo de Santa Cruz de Mondoi, convertido en un escenario mágico con miles de bombillas iluminando sus alpendres centenarios. Hortensias, frutas y candelabros han completado la decoración de las mesas, a medio camino entre un cuento de hadas y una fiesta de verano con sabor gallego. El banquete, cómo no, ha rendido homenaje a la tierra: mariscos, pulpo y zamburiñas.
El estilo también se ha colado entre las invitadas más cercanas. Marta y Sara Baceiredo, junto a Mariana Díez Moliner, han convertido su entrada en un auténtico desfile gracias a los diseños de Lady Pipa en tonos terracota, mostaza y verde esmeralda. Una prueba de que, más allá del romanticismo, esta boda ha sido también un escaparate de moda.
La novia ha llevado pendientes de Mumit, peineta de M de Paulet y alianzas de Aristocrazy.
La música ha corrido a cargo de la Villaboy Band y, como broche inesperado, el propio novio se ha animado a pinchar música durante la fiesta, confirmando que esta boda no ha sido solo romántica, sino también muy personal.