La historia de Alba y Pepe nació en la playa. La primera cita, el primer beso, las risas al borde del mar. “Los dos veraneábamos en Palamós y un amigo en común nos presentó. Nos conocimos siendo dos niños, con 17 años, pero no fue hasta el verano siguiente cuando empezamos a salir”, nos cuenta la novia. Pasaron los días, los años, celebrando sus veranos en una Costa Brava donde el tiempo pasa lento, hasta el punto que nunca imaginaron que más de una década después estarían celebrando su boda en aquel mismo lugar.
Josep Pla decía en su Quadern Gris que los pequeños placeres de la vida, por mucho que pase el tiempo, siguen siendo los mismos: ver el mar, acariciar las olas, tomar un vinito cuando aprieta el calor… Y en el caso de nuestros protagonistas, también lo es practicar juntos su deporte favorito. Y fue así, en una de sus escapadas de alpinismo a Pica d´Estats y abrazados por el eco de la cumbre más alta de Cataluña, donde Pepe le pidió matrimonio.
Quemaron otra etapa más y comenzaron los preparativos de una nueva vida juntos con la determinación que dan 13 años caminando de la mano. Y determinación fue también lo que tuvo Alba a la hora de elegir su vestido de novia. Tenía las ideas claras y un nombre que rondaba su cabeza: Teresa Helbig. “Tenía claro que no quería algo clásico y creo que sus diseños tienen ese punto diferente y más atrevido al resto”, asegura.
Una boda con 'dress code'
Que el dress code de su boda en la Costa Brava fuera “traje de lino sin corbata”, abría la puerta a un universo infinito de posibilidades que huyen de los códigos más encorsetados a la hora de encontrar su vestido de novia perfecto. Las novias e invitadas, incluso madrinas, de la llamada Helbig Gang presumen de cierto aire effortless con el sello inconfundible de la diseñadora catalana. Vestidos que huyen de los clásicos cortes princesa, los detalles recargados y los patrones demasiado clásicos, para reinventar el bridalwear con fórmulas más vanguardistas y adaptadas a su propia filosofía. “Lo único que tenía claro es que mi vestido tenía que seguir un poco esa línea, algo más desenfadado y, a la vez, acorde con el entorno”, explica Alba.
Ya en el atelier de Teresa Helbig, fue Leire quien se lo descubrió. Alba supo enseguida que ese era EL vestido. “Tras probarme varios, cuando Teresa y Leire me sacaron este diseño, fue amor a primera vista. Prácticamente no hicimos cambios”. El feeling y la intuición que tuvo Alba al probarse este vestido de líneas sencillas fue esencial. Tal y como nos cuentan desde la propia marca, hablamos de un diseño largo en tono crudo confeccionado en georgette, con mini volantes en el cuerpo y escote halter con abertura en forma de lágrima.
Se abrocha por la espalda mediante una cremallera y tiene tirantes del mismo tejido que parten desde el centro superior del escote. La falda, en la misma tela, incorpora volantes simétricos dispuestos en franjas diagonales que dibujan una silueta de espiga, aportando textura, profundidad, distintas opacidades y transparencias, así como un movimiento dinámico al andar.
Solo añadieron una capa corta, confeccionada en el mismo tejido y tono que el vestido, para el momento de la ceremonia, celebrada por la Iglesia. “No quería nada demasiado extravagante y ese vestido reflejaba mi personalidad y mis gustos”.
Pruebas inolvidables y un segundo vestido
Muchas novias coinciden en que los días de las pruebas del vestido surgen momentos inolvidables. “El primer día me acompañó mi mejor amiga, que se casaba dos semanas antes que yo, y uno de los motivos que me ayudó a saber que era ese fue su reacción, cómo lo vi en sus ojos. Después fui con mi madre, mi abuela y mis hermanas para confirmarlo. Fueron momentos muy especiales que me guardo para siempre”.
Y aunque el vestido era tan cómodo que podía haberlo llevado hasta el final de la fiesta, al final hubo sorpresa. "El día de mi cumpleaños, mi padre me regaló un vestido de Sandro con el que me dijo que se había imaginado bailando conmigo. Así que finalmente me cambié".
Complementos discretos
Alba abogó por la naturalidad también en sus accesorios. "No me veía ni con velo en la cabeza ni con ningún tocado", así que apostaron por la sutileza de un tul de seda que sujetaron discretamente al peinado: un semirrecogido trenzado y ligeramente ondulado que seguía esa misma línea effortless que buscaban.
Lo mismo ocurrió con el maquillaje. "En mi día a día no me maquillo ni soy de arreglarme mucho, así que el único requisito era que fuese algo natural. No quería verme disfrazada". Vicky Brea se encargó de todo y también maquilló a su madre y hermanas: “Me entendió a la perfección”.
Los zapatos fueron de Flor de Asoka y todas las joyas que llevó, de Ramón Joiers. Esa mañana, mientras le peinaban, Alba llevó un camisón y una bata de Namur Collection, regalo de sus amigas.
¿Y el ramo? Una joya firmada por Gang and the Wool, diseñado a ciegas. “Le dije a Manuela que quería que fuera sorpresa. Le mandé un par de fotos del vestido y confié plenamente en ella. Cuando me lo trajeron mis padrinos por la mañana confirmé que había sido la mejor decisión: era precioso”.
La boda: en la finca donde todo empezó
Alba y Pepe se casaron el 21 de septiembre de 2024, en una ceremonia religiosa que se celebró en la iglesia de Sant Esteve, una joya románica situada en encantador pueblo de Peratallada, en el interior de la Costa Brava. Después, el banquete y la fiesta se trasladaron a un escenario que es, literalmente, parte de su historia: la finca Mas Juny, a los pies de la playa del Castell, en Palamós. Pertenece a la familia de Pepe y más que una masía es un monumento a la bohemia artística, aristocrática y a cultural de la Costa Brava de principios del siglo XX. ¿Qué mejor escenario que el que vio nacer su amor?
Para que todo saliera perfecto, contaron con Patty de Rotundo Lab, su wedding planner. Y aunque el espacio ya tenía su propia magia, cuidaron cada detalle para que todo sumara. “Nuestra preocupación no era decorarlo, sino mantener la esencia del lugar y que ningún elemento rompiera la armonía visual de las vistas y de la finca”.
Colocaron un espejo antiguo en un rincón estratégico para que los invitados pudieran hacerse selfies con el mar de fondo, un corner de sombreros para los hombres, posavasos personalizados y botellas de limoncello homemade en las mesas, con etiquetas diseñadas para la ocasión. Manuela (de Gang and the Wool) decoró varios puntos con bodegones de flores y manteles de puntilla, que se iban sucediendo a lo largo del recorrido entre el aperitivo, la comida y la fiesta. La iluminación y la música fueron obra de Saporeando Events, En´a Djs y Los Amigos del Novio, que convirtieron la noche en una auténtica celebración.
“Una buena organización y contar con ayuda ese día es importante para poder disfrutar al 100%. Pero al final, las horas pasan volando y lo más importante es no separarte de tu pareja en ningún momento. La actitud de los novios y de la gente que te rodea es lo que marca la diferencia. Del color del mantel o de las flores que tantos dolores de cabeza te dieron… nadie se acordará”.