Nerea se dejó embaucar desde bien temprano por el arte de los bordados, las presillas, el sobrehilado y los hilvanes. Un gusto por la moda inculcado por su madre, de la que aprendió a detectar en esos pequeños detalles —imperceptibles para la mayoría— un trabajo de costura bien hecho.
Esta herencia aprendida en casa y sus estudios de Diseño de Moda, moldearon su particular imaginario estético y definieron su destino. “Lo que es para ti, te encuentra”, suelen decir, y a ella la encontró Alicia Rueda. Nuestra protagonista comenzó a trabajar en el atelier de la diseñadora y acabó llevando las riendas de su línea nupcial y de invitadas en Alicia Rueda Collections. En ese universo de color blanco todo es posible, hasta el hecho de que un día fuera ella la que se pusiera al otro lado de la barrera y se convirtiera en novia.
Nerea ha crecido profesionalmente al son del traqueteo de las máquinas de coser, formando parte del cuento de Alicia y del sueño de tantas novias a las que ha asesorado en la elección de su vestido. Ahora, es ella la que juega en casa, apostando por el talento de una mano amiga.
Sin embargo, reconoce que hacerse el vestido en el lugar donde trabajas “ha sido un poco más complicado”. El proceso de creación se fue desarrollando entre el vaivén de clientas que pasaban a diario por el legendario taller bilbaíno de la calle Diputación. “Me daban citas como una novia más, pero ya sabemos que ‘en casa del herrero cuchillo de palo’. ¡No cumplimos ninguna! Todas las veces que me he probado los vestidos han sido entre pruebas de otras novias, junto a mis compañeras y el patronista… Pero ha sido especial, muy nuestro y, al final, todo ha salido rodado”, nos cuenta.
Un look inspirado en la chaqueta 'Bar' de Dior
“Hemos disfrutado de cada momento, de cada prueba y decisión, con las ventajas de poder rizar el rizo, sin horarios, en nuestros ratos. Así nació y creció este maravilloso dos piezas”, recuerda la propia Alicia Rueda. Como bien apunta la diseñadora, el look nupcial de Nerea, ese que siempre tuvo tan claro, fue un dos piezas, un vestido destinado a evolucionar a lo largo de la celebración y a hacerse viral en redes por su espectacularidad.
Todo partió de una idea o, más bien, de un icono: la chaqueta Bar de Dior. Hablamos de la pieza sartorial por excelencia del armario femenino, de la historia del New Look, de un hito del diseño que Monsieur Dior creó allá por 1947 y aún hoy sigue siendo susceptible de cientos de reinterpretaciones. Una silueta entallada y elegantísima cuya alargada sombra ha inspirado, como a otros tantos, a la industria nupcial.
“Para elaborar esta pieza y conseguir ese efecto tan estructurado necesitábamos un tejido rígido. Al final, nos decantamos por un mikado”, explica la novia. Una tela gruesa, de textura ligeramente granulada y con un brillo más mate que el satén, para recrear este diseño de líneas esenciales y depuradas que desvelaba un clasicismo nostálgico. Tenía un miriñaque bajo el peplum, para conseguir ese efecto estructurado, y se remataba con hombros armados, botonadura forrada a la espalda y una gran cola.
Esta pieza de corte clásico se actualizaba, tal y como quería la novia, con una falda recta que escondía otra historia curiosa tras sus pailletes bordadas sobre chantilly. “Con este tejido sí tuve un flechazo. Alicia me dio muchas opciones, tenía la posibilidad de elegir entre miles de proveedores, pero no. Me fijé en esta tela y lo tuve claro. Y es gracioso, porque llevaba viéndola desde el minuto uno que entré a trabajar aquí”. ¿El resultado? Un look nupcial que reflejaba completamente la esencia de Nerea, “una segunda piel, la definición perfecta y precisa de lo que realmente le identifica”, relata Alicia.
Un tocado que recuerda a Carmina Ordoñez
El tocado fue una parte fundamental del look, un diseño que coronó el estilismo perfecto. Una oda a la moda de antaño rescatada del baúl de los recuerdos, porque ya sabemos que mirar al pasado en términos nupciales es descubrir una fuente inagotable de inspiración.
16 de febrero de 1973. Una jovencísima Carmina Ordoñez se casaba con Francisco Rivera ‘Paquirri’ en la madrileña iglesia de San Francisco El Grande. La novia lució un diseño de Herrera y Ollera, realizado en seda natural, con detalles y bordados en plata. El velo salía desde un imponente tocado que ha pasado a la historia del diseño, un accesorio que evocaba a ciertos complementos lituanos y simulaba una especie de corona.
La inspiración de Nerea estaba clara. “Me fijé en ella. Quería casarme con una mitra. Una mitra forrada con tejido y completamente bordada a mano, perla a perla, con un broche familiar en el centro”. Un trabajo de pura artesanía creado por las manos mágicas de Anita Ribbon, otra persona con la que jugaba en casa. Fue su mentora, con ella hizo sus primeras prácticas y gracias a ella conoció a Alicia.
Accesorios emotivos
El resto de accesorios tienen carga emotiva. “Todas las joyas que llevé eran familiares, tanto el anillo como los pendientes”, apunta. Los zapatos, por su parte, se los regalaron entre su hermana y su cuñado, y tuvo con ellos “un amor a primera vista”. Nos referimos al modelo Aurelie 65 en blanco roto, un icono reconocible de Jimmy Choo trabajado en charol.
El ramo o, como ella dice, “EL RAMO”, en mayúsculas, superó todas sus expectativas. “Fui totalmente a ciegas con José Ángel, de Colmenero Atelier. Me pidió varias flores de organza de seda para colocarlas dentro del ramo y que tuviera conexión con el resto del look”. ¿El resultado? Una composición floral sofisticada, elegante y delicada, con rosas, hortensias y ruscus, todo preservado, y amaranthus. Todo en un único color blanco y realizado con muchísimo cariño. “También quisimos darle el toque emocional colgándole una medalla de mi amama Mila y un lazo con un mensaje muy especial para mí”, explica Nerea.
Un look de belleza muy natural
Nerea es una mujer de ideas claras y siempre fue partidaria de llevar el pelo retirado de la cara. Para ello, contó con la peluquería Mimos, que dieron forma a un moño bajo siempre favorecedor que dejaba protagonismo al tocado.
Respecto al maquillaje, esta novia tampoco tuvo dudas. “Me dejé llevar a ciegas por Irene Alegría. Le guardo un especial cariño, ya que yo le ayudé en su proceso de vestido de novia. Ahora hemos cambiado los papeles y ella me ha maquillado a mí el día de mi boda. Ha sido maravilloso”.
La evolución del primer vestido
Siguiendo la tendencia (muy práctica) de tantas novias actuales, este primer look tenía la peculiaridad de ser convertible y evolucionar a lo largo de la jornada. Después del cóctel, Nerea hizo su primer cambio de vestuario. “Me quité el cuerpo con cola de mikado y me puse un top del mismo tejido que la falda”.
Un dos piezas que llevaba la sencillez por bandera, gracias a un cuerpo palabra de honor que le permitía mayor libertad de movimiento para este punto de la celebración. Además, lo combinó con unos manguitos en organza de seda, con los puños extra largos y plisados. Su tocado también cambió y, para este segundo look, Anita Ribbon le hizo un nuevo diseño: un cubremoño estructurado que le cubría toda la raíz del pelo.
Un tercer look de carácter festivo
Nerea dio el pistoletazo de salida al último tercio de la boda con un tercer y último vestido de carácter festivo, como no podía ser de otra manera. Esta vez, fue un cambio completo y eligió una de las alternativas favoritas de las novias para este momento: el escote halter. Desde Sandra Gago o Meri Perelló, pasando por el ya icónico “Stella McCartney” de Meghan Markle, esta silueta recogida al cuello se tradujo en un diseño muy personal: con un tejido lúrex efecto Chanel y mega flores de organza de seda realizadas a mano.
El tocado debía acompañarlo en un tono más desenfadado y, según reconoce la novia, delegó ciegamente en Anita Ribbon. Tanto que acabo siendo casi una sopresa. “Lo vi cuando estaba prácticamente terminado. Es una pieza que me cubría la cabeza, llena de brillos y pedrería. Maravillosa”, explica.
Su historia de amor
“Lo que es para ti, te encuentra”, un mantra que se vuelve a aplicar en la historia personal de Nerea. Conoció a Pablo hace años, pero no fue hasta hace cuatro cuando, simplemente, se encontraron. Anduvieron pivotando durante años, uno no muy lejos del otro, hasta que surgió de manera natural, como surgen las mejores cosas.
Se comprometieron en el Sky Garden de Londres y planearon su boda con la calma de quien pisa sobre seguro y el respaldo de sus “hadas mágicas”: Tania, Inés y Nerea, las wedding planners que están a los mandos de Marketing For Lemons. “La organización fue fantástica. Tuvimos muy buena conexión con ellas y siempre supieron captar nuestra esencia y lo que queríamos transmitir”, explica.
Un lugar con historia y muchas opciones
El Monasterio del Espino, situado en Santa Gadea del Cid, fue el sitio elegido para celebrar tanto la preboda como la boda, un lugar del siglo XV anclado en el tiempo con tierra, raíces y piedra que acogió a sus 175 invitados.
Desde el viernes fueron llegando familiares y amigos cercanos, que se reunieron en el Granero de San Francisco para celebrar la preboda. “Un lugar idílico y mágico”, apunta la novia con tiento, ya que se trata de una novedosa propuesta del Monasterio del Espino que se resiste a dejar indiferente a nadie. Hablamos de una finca donde encontramos un granero, cuya estructura se asemeja a las típicas construcciones estadounidenses y con el plus añadido de estar rodeado de naturaleza.
El día amaneció radiante aquel 17 de mayo, al abrigo del manto verde que regala siempre por estas fechas el paisaje del norte de Burgos. Fue una boda emotiva, con sonrisas eternas capturadas por el objetivo de Patricia Porras, de Valvanera Studio, y una capilla de Santa María del Espino que se vistió de gala para la ocasión, gracias a unas composiciones florales casi escultóricas de Colmenero atelier. “Diseñamos diferentes arreglos con hortensias blancas, orquídeas, peonías, paniculata y el toque verde del boj”, nos cuentan los floristas.
El banquete también se realizó en el Monasterio, dentro un claustro ya espectacular por sí solo. “Todo fue en un mismo lugar. El Monasterio del Espino es un sitio con millones de opciones por todos los rincones , con muchísimas posibilidades de plan B. Y qué decir del trato, absolutamente todo el equipo del Monasterio fue excepcional y cercano”, recalca.
Como bien reconoce Nerea, la decoración de la boda fue “una súper producción” orquestada por la varita de las wedding planners y los floristas, llenando cada rincón de flores y perlas, mantelerías con motivos verdes y una colocación de mesas casi arquitectónica: ocho redondas y una imperial en el centro, decorada con una estructura suspendida realizada con telas y flores Un sueño visual rematado con una “fiesta de pueblo” que comenzó con feria, juegos y hasta una churrería.
“Para nosotros ha sido el mejor día de nuestra vida. Estar rodeada de toda la gente que nos quiere y poder disfrutar de nuestra boda como si fuéramos invitados ha sido increíble. Y eso solo ha sido posible gracias al súper equipo de proveedores que teníamos detrás”. Quizás, todos ellos también estaban destinados a encontrarse aquel día.