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novia viral© Ombra Fotografia

Vestidos de novia

Un vestido de novia desmontable y un ramo con historia: la boda de Nuria en la Costa Brava

Confió en Silvia Marí, que confeccionó un diseño que fue evolucionando a lo largo de la celebración


1 de junio de 2025 - 19:00 CEST

Cada novia tiene su historia. Algunas empiezan a dar forma a su vestido a partir de una foto de inspiración guardada desde hace años; otras, hacen pruebas en distintas casas de moda hasta dar con la mejor opción a medida; hay quienes apuestan por un diseño prêt-à-porter... y novias, como nuestra protagonista de hoy, que encuentran su vestido gracias a una bonita casualidad.

Nuria confió su look nupcial a Sílvia Marí, un atelier familiar de Barcelona dirigido por Sílvia y Júlia, madre e hija, que acabaron diseñando no solo su vestido de novia, sino también el de su amiga, que se casaba solo unos meses antes que ella. “Yo le acompañaba en su búsqueda y tras varias visitas dimos con ellas. Nos gustaron tanto que las dos acabamos poniéndonos en sus manos”, nos cuenta Nuria.

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La novia tenía claras algunas ideas pero, como ella misma cuenta, fue con la mente abierta. "A veces llevamos años soñando con un vestido, pero en realidad, cuando llega el momento de descubrirse como novia, hay que dejarse sorprender. Escuchar a los profesionales, a quienes te quieren, y sobre todo, verte con diferentes opciones”. Quería un diseño sencillo, pero elegante, que hablara de ella y tuviera un tejido especial. Y lo encontró. O mejor dicho, lo crearon juntas. “Fue un proceso precioso en el que conté con la ayuda de mi madre y abuela y también algunas amigas”.

Un vestido de novia desmontable

El primer día se probó algunos diseños en el atelier. “Sorprendentemente, solo bastó un vestido para esbozar cómo sería el mío”. El resultado fue un vestido en crepé de lana combinado con organza. Optó por un cuello barco, ese comodín elegante que estiliza visualmente la silueta. Prescindía de mangas y tenía una falda de corte recto con un detalle que lo cambiaba todo: detrás, prendida a la espalda por cuatro botones, llevaba una cola de organza

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Nos cuenta que estaba diseñada de tal manera que durante el aperitivo pudo recogerla para ponérsela a modo de chal. Una muestra más de la originalidad de esos trajes que saben evolucionar de forma magistral a lo largo de la celebración para novias que, como ella, no quieren llevar nada más que un diseño en el día de su boda. “Me hubiera dado mucha pena cambiarme de vestido, con lo rápido que se pasa el día…”, asegura.

Media Image© Ombra Fotografia
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Sin embargo, antes que cualquier look y celebración, lo más importante para ella era el hecho de contraer matrimonio con Alberto por la Iglesia. Y, como sabemos, en las ceremonias religiosas es conveniente cubrir los hombros, así que las modistas idearon una chaqueta que, en palabras de la propia protagonista, “costó un poquito más”. 

“Me imaginé unas mangas abiertas, de las que salía una segunda manga de organza. Aunque parecía complicado, se superaron y lo consiguieron”, nos explica Nuria. Un detalle que, aparte de estético, acabó teniendo un significado que iba más allá y, casualmente, encajaba con el simbolismo de su ramo de novia.

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Siguiendo la tendencia de los diseños de ramo con tallo largo y un solo tipo de flor, Nuria apostó por las calas, en referencia a un versículo bíblico que marcó el tono de la ceremonia. “La canción de entrada decía: “los lirios del campo no se preocupan porque están en manos de Dios”. Por eso, escogí unos lirios cala dándole un significado de confianza en Dios. Sin quererlo, ¡se parecían a la forma de las mangas! No podía existir una flor mejor”, remata. Lo diseñaron las chicas de Mimah Studio, con un retal de organza sobrante del vestido. Una forma preciosa de unir todos los elementos del look.

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Unos accesorios emotivos

Para completar el look, apostó por piezas emotivas y con historia. Sin ir más lejos, utilizó el velo con el que se casó su madre. “Nos hizo muchísima ilusión poder compartirlo. Me pareció precioso llevarlo ese día”. Sus suegros, por su parte, le regalaron por la pedida unos pendientes espectaculares: varios diamantes en cascada con una perla australiana. “Además, se pueden desmontar para llevarlos más sencillos. Me encanta esa versatilidad”.

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En cuanto a los zapatos, fue muy práctica. “Tengo poco aguante con los tacones, así que elegí unos de Mimao. Me hablaron muy bien de la marca.” Eran clásicos, en tono perlado, destalonados y acabados en punta. Para la fiesta, se quitó la chaqueta, la cola y se calzó unas zapatillas: ¿hay algo más cómodo que unas Converse para bailar toda la noche?

El maquillaje y el peinado corrieron a cargo de Erika y Paola, a las que descubrió en Instagram. “No suelo llevar el pelo recogido, pero quería que se viera el escote de la espalda. Así que elegimos un moño bajo desenfadado. Y como solo me maquillo en ocasiones especiales, el maquillaje fue muy natural”.

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Su historia de amor

La boda se celebró el 5 de abril en la Costa Brava. Un enclave que marcó muchos momentos importantes en su historia de amor: fue el lugar donde se conocieron, donde se hicieron pareja tres años después y donde se prometieron al año de estar juntos, en una cabaña construida en la casa de sus abuelos. 

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“Fue un noviazgo precioso, pero muy rápido. Nos prometimos el 21 de septiembre de 2024. Aunque ya habíamos hablado de matrimonio y sabíamos que éramos el uno para el otro, no me lo esperaba para nada ese día. Él estaba tan tranquilo y toda mi familia estaba compinchada. Todos disimularon muy bien”, recuerda. Cada paso los ha ido llevando de vuelta a ese lugar, así que era natural que también fuera el escenario de su “sí, quiero”.

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La ceremonia tuvo lugar en la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, también conocida como el Monasterio de Sant Feliu de Guíxols. Un templo románico, sencillo y lleno de espiritualidad. Justo lo que buscaban. “Solo tiene un crucifijo y unas vidrieras. Era perfecto para nosotros”. Aquí, Nuria da un consejo a las futuras novias: “entrad al altar mirando hacia delante, no perdáis el tiempo viendo a los invitados. No hay nada más bonito que mirar a tu futuro marido camino al altar del brazo de tu padre”. Y así lo hizo ella.

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Una celebración sencilla, tipo cóctel

Una vez convertidos en marido y mujer, tomaron rumbo al Castillo de Caramany, un espacio con jardines franceses que servía de marco perfecto para una celebración al aire libre. “No queríamos la típica boda de aperitivo y comida larga. Así que organizamos una boda tipo cóctel con buffets y puestos temáticos”. El catering lo firmó Cátering l’Empordà y la prueba del menú fue decisiva para decantarse por ellos. “Salimos encantados. El trato y la gastronomía fueron impecables.”

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Durante el cóctel, los invitados disfrutaron de brasas, ahumados, risottos, huevos rotos… Y para el postre, se rompió otra norma: nada de buffet. “Teníamos claro que queríamos postres grandes e individuales. No pudimos decidirnos solo por uno, así que ofrecimos dos: texturas de chocolate con gianduja de plátano y helado de avellana, y mousse de limón con algodón de azúcar y helado de albahaca”. La recena fue otro acierto: pizzas recién horneadas, dulces y saladas, servidas en una barra larguísima.

En cuanto a la decoración floral, confiaron también en Mimah Studio. “Queríamos algo desenfadado, que se integrara con el jardín”. En las mesas, colocaron jarrones a diferentes alturas con flores variadas y frutas. La escalera del hall del castillo se decoró con ramas verdes. En la iglesia, se mantuvo la sobriedad: cestos de flores en las entradas y una guirnalda en el altar. “Queríamos preservar su sencillez.”

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Una boda sin 'wedding planner'

La fotografía corrió a cargo de Débora de Ombra Fotografía, que estuvo acompañada de Ainhoa (@a.photo.diary). Las eligieron porque ya conocían el espacio y por su estilo natural y delicado. “Hicieron un trabajo excepcional.” Para el vídeo, confiaron en Anna y Laia de BodaDeFoto. “Las conocimos por unos amigos. Nos encantó su trabajo y supimos que tenían que ser ellas.”

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No contaron con wedding planner, pero tampoco les hizo falta. “Paqui, del Castillo, y Beth, del catering, fueron nuestras wedding planners sin quererlo. Se implicaron muchísimo.” Y, por supuesto, ella y su marido hicieron el mejor equipo. “Alberto estuvo más pendiente de los detalles de la boda y yo de la luna de miel”, bromea.

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La suya es una historia de certezas cocinada a fuego lento. Una boda que no necesitó un segundo look, porque el primero ya lo decía todo. Un enlace sencillo, pero cuidado, donde todo tenía un sentido, donde los preparativos no consiguieron nublar la magnitud y la belleza de su promesa. “No solo organizas una boda, sino que te estás casando con el otro. Para nosotros, lo más especial aquel día era empezar a ser una familia. Los dos dejábamos nuestras casas, nuestras familias, para decirnos que "sí" para siempre. Experimentamos una paz, alegría y seguridad en el paso que estábamos dando que es difícil describir”.

© ¡HOLA! Prohibida la reproducción total o parcial de este reportaje y sus fotografías, aun citando su procedencia.

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