No es una joya ni un vestido de gala, sino un traje el que, en varias ocasiones, parece “hablar” por Kate Middleton: el conjunto morado que estrenó en Londonderry en 2021 y que ha recuperado en actos posteriores se convirtió en la señal más nítida de la transformación estilística de la princesa de Gales. No es solo una preferencia cromática: es una decisión calculada, con ecos que viajan desde los púrpuras imperiales hasta las leyes sobre quién podía vestir qué en la Inglaterra isabelina.
Porque aunque hoy resulte cotidiano ver a una mujer de la realeza en pantalones, esa posibilidad fue revolucionaria en su momento: en el siglo XVIII, la emperatriz Isabel I de Rusia desafiaba la rigidez de los cortes imperiales vistiendo atuendos masculinos; en la Gran Bretaña de los años 50, la princesa Alexandra de Kent generó un debate sobre feminidad y protocolo al aparecer en la portada de la revista Picture Post en vaqueros.
La evolución de la princesa de Gales
Durante su primera década pública, Kate fue la princesa de las siluetas trapecio y los vestidos midi; opciones seguras, dentro del protocolo y muy fotogénicas. A partir de 2021, y especialmente tras asumir el título de princesa de Gales en 2022, su armario dio un giro hacia la sastrería —blazers, pantalones de talle alto, cortes rectos y blusas de seda— que remodeló su imagen. El cambio no es solo una evidente modernización: es una herramienta práctica (menos riesgo de descuidos, más movilidad) y simbólica: el traje transmite autoridad y le permite coordinarse o contrastar con Guillermo sin eclipsarlo.
El púrpura: el color de los reyes
No es casualidad que uno de sus trajes más comentados sea morado (y de Emilia Wickstead). Este color tiene una biografía larga: desde la púrpura tiria reservada a emperadores romanos hasta las leyes suntuarias de la Inglaterra isabelina que limitaban quién podía lucir ciertos tejidos y colores; en la práctica, el púrpura se vincula a la distinción y al ceremonial (las capas coronacionales y las túnicas imperiales siguen recuperando ese tono). Cuando una royal contemporánea lo rescata en actos públicos, lo hace con una carga histórica. La reina Isabel II tenía una auténtica predilección por el morado y Diana de Gales lo lució en múltiples ocasiones.
Por qué el traje aumenta la confianza de Kate
El efecto es doble: estructural y psicológico. Estructuralmente, la sastrería ofrece líneas rígidas que enmarcan la figura, reducen la ambigüedad visual y transmiten “poder”. Psicológicamente, llevar un traje transmite un mensaje de preparación y control: la prenda deja de ser un mero adorno y se convierte en un instrumento diplomático. Además, al jugar con colores —del púrpura al rojo o al verde— Kate incorpora una lección del protocolo real británico: hacerse visible sin llamar demasiado la atención, como hizo la reina Isabel II durante décadas.
El armario de la princesa de Gales también tiene memoria: repite prendas (construyendo continuidad narrativa). Suele apostar por sus firmas de confianza: Alexander McQueen (la escuela de Sarah Burton), Emilia Wickstead (el traje púrpura), Beulah London, Burberry o Erdem. Siempre mostrando su apoyo a las marcas nacionales.
Los pantalones en el armario de la realeza
La presencia femenina en sastrería tiene hitos concretos. En el siglo XVIII la emperatriz Isabel I de Rusia proyectó un inmenso poder a través de indumentarias masculinas y los célebres bailes de “metamorfosis”, en los que hombres y mujeres debían intercambiar vestimenta y roles, un auténtico juego de deconstrucción de género en pleno barroco ruso. En el siglo XIX y la mitad del XX llegaron las reformadoras que llevaron pantalones al debate público: las "bloomers" impulsadas por Amelia Bloomer en los años 1850 representaron una primera ruptura con los vestidos. En el siglo XX, diseñadoras y estrellas (Coco Chanel, que modernizó el traje femenino; Marlene Dietrich, que popularizó el smoking femenino en pantalla; y, en 1966, Yves Saint Laurent con su Le Smoking) consolidaron la sastrería como lenguaje de poder femenino.
En resumen: muchas pequeñas transgresiones —retratos de caza, fotos de tenis, atuendos de viaje— erosionaron el tabú y posibilitaron que hoy la princesa de Gales normalice el pantalón en actos oficiales.