En el calendario cultural de París, pocas citas concentran tanta expectación como la inauguración de la temporada de danza en la Ópera Garnier. La velada, patrocinada desde hace años por Chanel, reúne a lo más granado de la cultura y la sociedad francesa en un escenario que parece sacado de una novela decimonónica. Este 27 de septiembre, el histórico teatro levantó el telón con dos piezas de alto contraste —el contemporáneo Requiem for a Rose y el clásico Giselle—, pero no solo fueron los bailarines quienes acapararon las miradas. En el parterre, entre estrellas del cine, la música y la moda, destacó la presencia magnética de Carlota Casiraghi.
Nieta de Grace Kelly y embajadora de la maison, Carlota Casiraghi volvió a demostrar por qué su estilo se ha convertido en referencia tanto para el mundo de la moda como para quienes siguen la realeza europea. Consciente de la magia del entorno —ese palacio de mármol, espejos y molduras doradas que lleva más de siglo y medio siendo epicentro de la cultura francesa—, la 'princesa' de Mónaco (no tiene título nobiliario según las leyes monegascas) eligió un vestido de la colección Alta Costura Otoño/Invierno 2024-2025 de Chanel, una creación que parecía dialogar con la teatralidad del espacio. La elección no sorprendió: su vínculo con la maison es tan estrecho como el que une a Chanel con la Ópera de París, patrocinador oficial de esta gala desde 2018.
El diseño, con su tejido etéreo y destellos que cobraban vida a cada movimiento, recordaba a las luces del propio Palais Garnier cuando el telón se alza. Un escote en “V” sostenido por delicados tirantes de tul equilibraba la silueta, mientras la falda fluida evocaba la ligereza del ballet y parecía flotar. La sobriedad de los complementos —una pulsera de diamantes de estilo tenis y unos salones negros de punta fina— reforzaba la sofisticación del conjunto. Y, fiel a su sello personal, Carlota apostó por un beauty look natural: un moño pulido, labios rosados y un maquillaje apenas perceptible que le dio ese aire de elegancia sin esfuerzo que tanto la caracteriza.
En una noche que celebraba la fusión entre danza, cultura y alta costura, Carlota brilló con una propuesta que parecía moverse entre dos mundos: el de la realeza y el de la moda. Esa dualidad ha sido siempre su terreno natural, desde sus primeras apariciones públicas hasta su consolidación como una de las figuras más influyentes del estilo contemporáneo. En la gala también estuvieron presentes nombres como la cantante Angèle, la realizadora Audrey Diwan o el bailarín Hugo Marchand, pero fue la monegasca quien captó la atención con esa mezcla de discreción y magnetismo que pocas pueden lograr.
El telón bajó, la emoción por Giselle aún flotaba en el aire y los invitados se desplazaron a un banquete bajo las bóvedas del teatro, seguido de un baile sin coreografía preestablecida. Una metáfora perfecta de la velada: París celebrando su temporada de danza con la misma espontaneidad con que Carlota Casiraghi convierte cada aparición pública en una lección de estilo. Más allá del vestido elegido, lo que perdura es esa capacidad de encarnar la sofisticación sin caer en la rigidez, de ser a la vez royal y musa contemporánea. Y en eso, Carlota lleva años marcando su propio compás.