En plena Belle Époque, cuando los Estados Unidos buscaban medirse con la vieja aristocracia europea, pocas familias representaron mejor ese espíritu que los Vanderbilt. Su fortuna, amasada en los ferrocarriles y la navegación, dio lugar a palacetes que aún hoy marcan el paisaje de Newport o la Quinta Avenida. Pero, más allá de la arquitectura, el verdadero símbolo de poder se encontraba en las joyas: piezas encargadas a los talleres más prestigiosos, capaces de traducir en diamantes y piedras preciosas la ambición de toda una dinastía. Ese legado regresa ahora a la actualidad: el próximo 10 de noviembre de 2025, Phillips subastará en Ginebra las joyas de Gladys Vanderbilt, con dos protagonistas indiscutibles —un zafiro de 42,68 quilates y una tiara Cartier reconvertida en broche— que condensan la historia de una era.
Gladys Vanderbilt: la condesa americana
Nacida en 1886 en Newport, Gladys Moore Vanderbilt fue la hija menor de Cornelius Vanderbilt II y Alice Gwynne. Creció en escenarios que parecían extraídos de la novela El Gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald o de un cuento de Edith Wharton: la mansión familiar en la Quinta Avenida de Nueva York y The Breakers, en Rhode Island, que heredó años más tarde. En 1908 contrajo matrimonio con el conde húngaro László Széchényi, repitiendo el guion de tantas herederas estadounidenses de la Gilded Age (Edad Dorada): unir fortunas con títulos europeos. Su boda, celebrada en pleno Manhattan con orquesta de 65 músicos y bendición papal por telegrama, marcó el inicio de una vida a caballo entre dos continentes, y con ella, el uso de joyas concebidas para deslumbrar en las cortes europeas. Estas piezas reflejan el esplendor de épocas pasadas, Gladys Vanderbilt vivió en uno de los palacios más extraordinarios de Budapest durante los últimos días del imperio austrohúngaro y asistió a momentos clave de la historia como la coronación del último emperador de Austria-Hungría, Carlos I de Habsburgo-Lorena, en 1916.
El zafiro Vanderbilt: un azul de otro mundo
La pieza estrella de la venta es el Vanderbilt Sapphire, un zafiro de 42,68 quilates de procedencia cachemir y talla sugarloaf, montado por Tiffany & Co. en un broche rodeado de diamantes antiguos en un delicado diseño calado. Su color, descrito como royal blue, es considerado uno de los más codiciados en gemología. Se trata de una gema prácticamente irrepetible: los zafiros de Cachemira de este tamaño y pureza apenas aparecen ya en el mercado, lo que convierte esta subasta en una ocasión excepcional. El broche fue un regalo de Alice Vanderbilt a su hija Gladys, y más que una joya, es un documento histórico que habla de la ambición estética de toda una época. Tiene un valor estimado entre 1.000.000 y 1.500.000 de dólares.
La tiara de Cartier: ingenio y versatilidad
La segunda gran protagonista es un broche de Cartier que originalmente formaba parte de la tiara de boda encargada por Alice Vanderbilt en 1908. Diseñada con lirios, la tiara podía transformarse gracias a un sistema ingenioso: las flores se desmontaban y podían lucirse con diamantes o amatistas, según la ocasión. Una de esas piezas sobrevivientes, con un diamante en talla pera de 4,55 quilates, será ahora puesta a la venta. Esta versatilidad no era un simple capricho: respondía a una tendencia de la Belle Époque, que buscaba combinar grandiosidad con funcionalidad en las joyas de alta sociedad.
Más allá de las dos piezas estrella
La subasta incluirá un total de doce objetos, entre ellos un broche de lazo con esmeraldas y diamantes, un peine de diamantes, un estuche de tocador de Cartier con el monograma de Gladys, un reloj de viaje obsequiado en 1913, e incluso un reloj de pulsera en oro, rubíes y diamantes. Piezas que, en conjunto, trazan un retrato íntimo de la condesa Vanderbilt: no solo una heredera rodeada de lujo, sino también una mujer que entendía la joya como legado familiar y como herramienta para proyectar estatus en el viejo continente.
Joyas como historia
Benoît Repellin, director mundial de Joyería en Phillips, ha definido estas piezas como “la encarnación más pura de la elegancia de la Gilded Age”. No exagera: cada objeto subastado condensa no solo maestría artesanal, sino también un relato de época. Hoy, en un mercado donde el interés por las joyas históricas vive un auge, la combinación de procedencia aristocrática y calidad gemológica convierte a la colección Vanderbilt en un acontecimiento único.
El eco de la Gilded Age
En la serie The Gilded Age (La edad dorada), los Vanderbilt sirvieron de inspiración para retratar a las grandes familias que construyeron Estados Unidos con la misma ambición con la que levantaban palacios o encargaban tiaras a Cartier. Las joyas que ahora llegan a Ginebra son, en cierto modo, la materialización de ese relato. No son meros adornos: son emblemas de poder, símbolos de alianzas transatlánticas y fragmentos de un mundo que se desvaneció con el siglo XX.
El 10 de noviembre, cuando el martillo de Phillips baje en el Hôtel Président de Ginebra, los coleccionistas no solo pujarán por diamantes o zafiros, o harán por un pedazo de historia, por la posibilidad de sostener en la mano aquello que, en su día, definió lo que significaba pertenecer a la cúspide de la élite internacional.