Un saludo acompañado de una sonrisa, ceder el asiento en el metro o escuchar de verdad a alguien que lo necesita. La amabilidad se esconde en gestos cotidianos que parecen pequeños, pero que tienen un poder inmenso y mejoran la vida de quien los recibe y también la de quien los da. Aunque a veces los consideremos detalles sin importancia, la ciencia y la psicología confirman que estos gestos son mucho más que simples formalidades sociales: activan emociones positivas, fortalecen vínculos y contribuyen a crear entornos más seguros y humanos. Practicar la amabilidad no solo suaviza las interacciones del día a día, también nos recuerda que formamos parte de algo más grande: una red de personas que se influyen mutuamente con sus actitudes y conductas.
Beneficios de la amabilidad
“La amabilidad tiene una motivación interna, sale del interior, de nuestros valores, de la idea de que es bueno tratar bien a los demás, del amor por los demás, del valor que le damos a las relaciones y a las personas”, explica María Martínez (@caminokaizen), psicóloga experta en mente y percepción Kaizen. Ser amable no es solo cuestión de educación o cortesía; es también una forma de cuidar de la salud mental. Tal como comenta la experta: “La amabilidad es el resultado de una forma de ser, de interpretar el mundo y de pensar. Solo puede ser amable quien piensa bien de los demás, quien es positivo y optimista. Y estas características, a nivel emocional son protectoras, ya que hacen que vivas con mayor calma mental, con muchos menos picos de emociones desagradables, y que seas capaz de adaptarte mejor a los imprevistos. Además, consecuentemente, tus relaciones personales y laborales son siempre mucho más satisfactorias y beneficiosas”.
Ese impacto no se queda en lo personal, sino que se multiplica hacia fuera, como señala la experta en salud mental: "Somos espejos, y cuando tratamos con amabilidad a alguien, le podemos estar salvando el día. Una cara que te sonríe, un 'gracias por tu atención, que tengas un buen día', ayudar a alguien que va cargado, mirar a los ojos, prestar atención a la persona que tienes delante. Todo esto puede marcar una enorme diferencia para quien lo recibe. Sentirse apreciado es el regalo más valioso, y eso se consigue siendo amable”, añade.
Amabilidad no es lo mismo que complacencia
Ahora bien, conviene no confundir amabilidad con complacencia. Aunque ambos comportamientos pueden parecer similares desde fuera, las motivaciones son muy diferentes. "La complacencia, aunque inicialmente parte de la idea de hacer feliz al otro, tiene una motivación externa, viene del miedo a no encajar, a ser rechazados, a caer mal”, señala María Martínez. Sucede así: muchas veces accedemos a hacer cosas que no haríamos, o respondemos de una manera que no queríamos, tan solo por tratar de agradar a la otra persona. O lo que es lo mismo, por evitar que su opinión hacia nosotros sea mala.
La diferencia se aprecia también en la seguridad personal: "La persona que es amable no está esperando una validación por parte de la otra persona, está tranquila. Es amable contigo y con la siguiente. En cambio, la persona complaciente está expectante, observa tu respuesta y se siente mal si no consigue que los demás estén felices y contentos. Depende de la respuesta emocional del otro. Busca la aprobación de los demás, evita el conflicto anteponiendo las necesidades de los demás a las propias. La persona amable, no, ella se define a sí misma, y prioriza sus necesidades”, explica la psicóloga.
Intentar complacer de manera constante puede derivar en ansiedad, frustración y sensación de estar siendo utilizados. Cuando se llega a este punto, resulta primordial distinguir si ese comportamiento nos está descentrando de nuestra manera de ser, o se trata de algo más superficial. Como recuerda la psicóloga: "Si hablamos de complacer, centrándonos en el significado de ‘dar al otro lo que sabemos que le gusta’, no tiene nada de malo. El problema es que es difícil mantenerse ahí, sin caer en perdernos a nosotros mismos en el camino”.
Ese equilibrio es delicado: "Es bonito, y hace sentir bien a quien lo hace y lo recibe, interesarse por la otra persona y hacer lo posible por que se sienta a gusto. Pero como la autoestima es algo que normalmente necesitamos fortalecer, es muy fácil caer en la sensación de obligación de cumplir con las expectativas de los demás. Igual que los demás pueden empezar a exigirnos si no sabemos cuándo y dónde poner el límite", comenta.
Cuando sobrepasamos esa línea, la complacencia deja de ser un gesto generoso y se convierte en una carga emocional. "Es ahí donde la complacencia empieza a ser una especie de moneda de cambio emocional con el exterior. Damos lo que esperan de nosotros sin pensar en lo que realmente queremos ser o hacer. Y empezamos a justificarnos con excusas (como que no nos cuesta tanto ser así), y ahí es cuando ya estamos traspasando nuestros límites. Esa es una red flag que no solemos tener en cuenta”, advierte María Martínez.
Cómo entrenar la amabilidad en el día a día
La buena noticia es que la amabilidad se puede practicar y cultivar con pequeños ejercicios. Eso sí, no siempre resulta sencillo. El primer paso, es haber diferenciado si eres amable o complaciente. El siguiente, dejar a un lado las inseguridades y el pasado: "En muchas ocasiones, las malas experiencias, los miedos o los fracasos nos hacen funcionar en el mundo con un escudo puesto todo el día. Desconfiando y sospechando de cualquier buena acción que recibimos del entorno. Así, no nos permitimos ser amables, porque tampoco permitimos que lo sean con nosotros”, explica la psicóloga.
Para comenzar a ser más amables, existen varias técnicas a tener en cuenta que pueden llevarte a hacerte sentir mejor. María Domínguez recomienda las siguientes:
- Empezar por analizarse a uno mismo: “Para practicar la amabilidad lo primero que necesitamos es observar nuestra cara, nuestra mirada, el gesto que solemos tener.
- Incorporar pequeños gestos que marcan la diferencia: "Un ejercicio en modo Kaizen (fácil, sencillo y que te permite integrarlo sin esfuerzo) puede ser el de proponerte, al salir de casa, mirar a los ojos y sonreír a 6 personas con las que interactúes. Si quieres practicar con tu pareja o familia, puedes recurrir a otra fórmula. Pregúntate seis veces, mientras estás en casa, sobre qué es lo que puedes hacer para que se sientan un poco mejor. No es necesario que tengas una respuesta, sólo haciéndote la pregunta estás enfocando tu mente en una nueva dirección”.
- Cambia el lenguaje: “Di 'por favor', no tengas prisa, agradece los cumplidos o las buenas palabras sobre ti. Sin más, sin argumentos, sin excusas del tipo ‘ay, no es para tanto’. Ser amable de verdad implica saber recibir amabilidad y afecto de los demás. También puedes estirar un poco más las frases de despedida. En lugar de ‘hasta luego’, ve practicando a decir 'hasta luego, que tengas una buena tarde'.
- Escuchar a los demás(que no oír): “Al menos una vez a la semana interésate sinceramente por la vida, momento o situación de alguien. Incluso, si te parece poco, hazlo una vez al día".
- Practica liberarte de juicios. "Lleva una libreta y apunta cada vez que te des cuenta de que estás juzgando o criticando a alguien (lo hacemos sin pensar, ya está en automático). Así tomarás conciencia y podrás ir haciéndolo cada vez un poco menos. En estos momentos piensa que no conoces su situación ni sus motivos".
- Pon en marcha un acto bondadoso por día. "Puede ser desde sacar a una mosca de casa y no matarla, hasta ceder el paso a un coche que quiere entrar en tu carril. Hay un truco, que sirve como metáfora, que se aconseja a los conductores que se enfadazan mucho al volante. Consiste en salir casa con el compromiso de facilitar la conducción a todos los coches durante el trayecto que vayas a hacer”.