¿Eres impulsiva? Una psicóloga te cuenta por qué es bueno parar y pensar con calma

A veces hace falta detenerse un momento y analizar una situación para evitar problemas futuros

Por Paula Martíns

La productividad es uno de los males que afectan a la sociedad de hoy en día. Por contradictorio que pueda parecer, el contexto tecnológico que estamos viviendo nos reclama una inmediatez a la que parece que ya nos hemos acostumbrado. Basta con ver tendencias (tóxicas) como la #5a9 o la #ThatGirl que arrasan entre usuarios de TikTok para darse cuenta de que cada vez nos encontramos más orientados a permanecer activos y conectados 24/7. Apenas tenemos tiempo para disfrutar de nuestros ratitos libres sin cronometrarlos, y ni siquiera podemos tomar decisiones con la calma que a veces merecen. 

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Muchos estaremos de acuerdo en afirmar que gracias a la impulsividad nos aventuramos a decir cosas y hacer planes que de otra manera jamás habríamos sido capaces. Puede que haya sido la compra de los billetes para un viaje al otro lado del charco, un mensaje confirmando una cena romántica, la participación en una conferencia donde tienes que hablar en público, una confesión inédita, o ser la responsable del discurso de la boda de tu mejor amiga. Está claro que hay veredictos que es mejor tomar de inmediato, y que muchos de ellos nos llevan a lugares que nos desafían y nos ayudan a comprobar que, sí, podemos con esa situación y con otras muchas más; son un empujoncito para mejorar y elevar nuestra autoestima, y nos conceden grandes anécdotas que contar toda la vida. Sin embargo, a veces ocurre la situación contraria, y en momentos que pueden ser determinantes para nuestro futuro (como a la hora de aceptar o rechazar un trabajo, o comprometerse con algún tipo de responsabilidad) merece la pena detenerse, dejar las prisas a un lado, y meditar nuestra respuesta.

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Por qué debemos reflexionar nuestras decisiones

Una premisa debemos tener clara: es mejor perder algo porque no espera por ti, que involucrarse en algo que realmente no quieres o que te va a generar más estrés o malestar (previo, durante y posterior) del que ya tienes. "La reflexión, en su medida, es importante y necesaria para entender lo que nos ocurre, para colocar sobre la mesa nuestros objetivos, valores, las posibilidades o las consecuencias; pero en esta sociedad que fomenta la inmediatez, de la brevedad y la rapidez, la reflexión se hace díficil", nos cuenta la psicóloga, sexóloga y terapeuta de pareja, Susana Ivorra. Sucede con todo: en temas laborales y en cuestiones más personales. De hecho, si piensas en las numerosas veces que has enviado un mensaje precipitado o has contestado mal a una pareja sin realmente querer hacerlo te darás cuenta de que, si lo hubieras pensado un poco más en frío, seguro que habrías evitado más de una discusión, o al menos no tener que pasar algún que otro momento de vergüenza. 

Es normal que, cuando nos enfrentamos a presiones, utilicemos como defensa la respuesta rápida, aunque sea tan solo para salir del paso. Pero esa actitud, si bien al principio nos quita de encima el tener que darle vueltas y meditar la respuesta, a largo plazo puede acarrear problemas: "Si ha habido una toma de decisión consciente es más sencillo entender las consecuencias, la ganancia y la pérdida de toda opción que escogemos y qué descartamos. Y, si en el futuro aparece alguna de esas consecuencias podemos procesarlo de manera más útil", comenta la experta, relatándonos algo que, si nos paramos a pensarlo, tiene sentido. Entonces, si conocemos la teoría, ¿por qué muchas veces somos incapaces de darnos un tiempo para analizar las situaciones y reflexionar o decidir con calma? Susana Ivorra también nos lo explica: "Existen factores de temperamento, con los que nacemos, otros que tienen que ver con nuestra historia de aprendizaje, otros con esta sociedad que premia la inmediatez y que nos predispone a ir acelerados y no reflexionar ni procesar lo que nos sucede dentro y fuera".

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Diferenciar cuándo ser o no impulsivo es clave

Está claro que tampoco hay que dejarse llevar por los extremos. Ser impulsivo o actuar bajo la impulsividad generalmente es sinónimo de ser acordes y estar en sintonía con nosotros mismos, con nuestros instintos más primarios. por lo que debemos tener en cuenta que no siempre es necesario deternerse a estudiar cada una de las opciones que se cruzan en nuestra vida (además, invertiríamos demasiado tiempo). "A veces tratando de evitar la impulsividad, y con el miedo a equivocarnos, podemos caer en justamente algo que acarrea muchos problemas: la parálisis por análisis. No movernos de donde estamos porque no queremos precipitarnos y entonces le damos vueltas y vueltas, evaluamos, reevaluamos, volvemos a reevaluar", comenta la psicóloga, y concluye: "No siempre es necesario analizarlo todo. Cuando estamos conectados con nuestros valores puede parecer que estamos actuando de forma impulsiva pero es porque, precisamente, actuamos sin necesidad de evaluar por esa conexión, por ese conocimiento de nuestros valores".

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Distinguir cuándo ser impulsivos y cuándo no es una tarea complicada. Para poder hacerlo tan solo necesitamos identificar si nos encontramos en muy felices o muy tristes por la oportunidad o contexto que se nos acaba de presentar (nunca es bueno tomar decisiones en estos dos extremos) y practicar la autoconciencia de identificar la gravedad que puede tener en nuestra vida la respuesta que tomemos ante el mismo. Si creemos que puede condicionar demasiado nuestra vida, entonces sí, es momento de ir más lento, ser más constante y meditar la decisión. Hacerlo nos permitirá ser más deliberados, priorizar nuestros deseos y necesidades, y, en el caso de que salga mal, anteponernos y responder con conciencia y de manera sabia para arreglar el probema.