Comer deprisa no es nada bueno, y además te hincha

Cuando comemos a gran velocidad estamos obligando a nuestro sistema digestivo a realizar un trabajo imposible que nos producirá unos efectos secundarios muy molestos.

Por Cristina Soria

No siempre tenemos prisa, pero el hábito de comer a gran velocidad acaba calando en nuestros hábitos y se perpetúa, aún cuando no existe una razón concreta para correr. El ritmo de vida cada vez nos deja menos tiempo para los pequeños placeres, y uno de los que se ven más minimizados es disfrutar de la comida.

Para poder conciliar y atender a los niños, o poder pasar más tiempo de ocio después del trabajo, a veces reducimos drásticamente el tiempo de la comida o directamente lo integramos en la jornada laboral, comiendo en la misma mesa que trabajamos. Esto, que lo hacemos para ganar tiempo y ser más felices, puede producir un efecto adverso, pues cuando no detenemos nuestro ritmo para coger otro muy distinto, el de la comida, nuestra velocidad de masticar no es la que nuestro organismo necesita.

Más irascible y más lleno

Comer deprisa hace un placaje a tu cerebro. Pese a que tú sí sepas, a nivel consciente, que estás comiendo y que has ingerido cierta cantidad de alimento que puede ser suficiente, tu cerebro necesita situarse en la comida a un ritmo adecuado, y para ello precisa que hagas un cambio en tu ritmo, y te dispongas a “disfrutar”, espaciando el trabajo de la alimentación y masticando convenientemente. 

Si comes deprisa, por mucha fibra que contengan los alimentos será difícil que se produzca saciedad en este proceso, y podrás sentir que ,por mucho que has terminado todo el plato, no percibes que aun hayas comido.

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Además, al comer rápido estás forzando a tu metabolismo a digerir el alimento en un tiempo en el que realmente es incapaz; obligas a las mitocondrias a trabajar más deprisa y esto genera un efecto en cadena que altera tu digestión. Se calcula que a los 20 minutos de empezar a comer, tu cerebro ya podría iniciar la emisión del mensaje de que comienza a estar saciado, pero si aceleras tu ingesta, puede que ese mensaje llegue demasiado tarde.

De forma natural, comer rápido y los desajustes que esto produce hace que te sientas irascible, lo que constituye una reacción natural cuando se presentan unas condiciones que son en sí mismas contrarias: tienes hambre y estás saciado, pero tu cerebro no lo sabe.

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Te sentirás más hinchada

Como cuando bebemos de una pajita, cuando comemos deprisa tragamos mucho más aire. Esto se produce porque la velocidad por la que pasa la comida por tu aparato digestivo es mayor, y va acompañada de aire. Esta es la razón por la que, cuando comes deprisa, acabas desarrollando gases al poco tiempo; pero esta situación puede complicarse aún más y acabar derivando en diarrea y vómitos.

Comer deprisa también puede desencadenar una indigestión, que se produce cuando el estómago se ve obligado a trabajar tan rápido que la comida no se digiere en su totalidad, y el ritmo se hace imposible de mantener. El cuerpo necesita detener esta situación y puede producir un vómito para librarse de este ritmo frenético y tranquilizarse. 

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Dedícate tu tiempo

Regálate un momento de placer y haz una leve pausa para comer. Un truco para frenar la actividad que irremediablemente llevas puesta en el día a día es soltar el tenedor cada vez que te llevas un bocado a la boca. Así eres consciente de lo que saboreas y no te impacientas, cortando o pinchando, para introducir más alimento en ti.

Niégate a comer de pie, por principio. No permitas que la prisa juegue en tu contra. Es preferible levantarte 5 minutos antes por la mañana para desayunar en la mesa, que dormir un poquito más y llevarte la tostada por toda la casa.

De la misma manera, mímate bebiendo lo suficiente. Si bebes agua durante la comida avisarás al cerebro para que se sacie antes, y este puede ser un buen atajo antes que provocar una indigestión.

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