Cómo y cuándo abonar tus plantas para que crezcan fuertes y sanas
Entiende el papel del abono en la salud vegetal y aprende a nutrir de forma inteligente para evitar plagas y fortalecer las plantas del jardín o cultivadas en interior.
Si quieres disfrutar de unas plantas sanas y fuertes, tanto cultivadas en exterior como en interior, aparte de cuidar que reciban la luz y agua necesaria, también es crucial que gocen de un suelo rico. En la naturaleza, la tierra se renueva constantemente gracias a la descomposición de hojas, ramas y materia orgánica. Pero en los espacios domésticos el sustrato se empobrece y las raíces agotan los nutrientes disponibles. Ahí entra en juego el abono, una fuente de minerales y materia orgánica que devuelve al suelo su vitalidad. Saber cómo, cuándo y cuánto abonar marca la diferencia entre un buen jardinero y otro que todavía está aprendiendo.
Existen abonos orgánicos y abonos químicos o minerales, y lo más recomendable suele ser combinarlos según las necesidades de cada planta.
Los orgánicos proceden de materiales naturales (restos vegetales, estiércol, compost o humus de lombriz) y, además de aportar nutrientes, mejoran la estructura y la vida del suelo, favoreciendo la retención de agua y aire.
Los químicos o minerales, en cambio, aportan nutrientes disponibles de forma inmediata, ideales para dar un impulso rápido al crecimiento o la floración, aunque no enriquecen el sustrato a largo plazo. Por eso, alternar ambos tipos ayuda a mantener un equilibrio entre nutrición rápida y salud del suelo.
Uno de los errores más frecuentes es abonar por costumbre y no por necesidad. Cada planta tiene su propio ritmo y requerimientos: mientras algunas especies de flor o fruto necesitan un aporte constante de nutrientes, otras como las plantas de sombra o crecimiento lento requieren dosis mucho más espaciadas. Abonar sin observar primero a la planta puede causar más daño que beneficio. Por ejemplo, aplicar fertilizante a una planta recién trasplantada o con el sustrato seco puede quemar las raíces, ya que estas se encuentran más sensibles y no pueden absorber correctamente las sales minerales.
También es importante no abonar durante el periodo de reposo de la planta, ni hacerlo bajo sol intenso o en horas de calor, porque el producto se evapora o reacciona negativamente con la sequedad del suelo.
Una cantidad excesiva de abono es más perjudicial para tu planta que quedarse corto. Lo óptimo es alimentar en su justa medida, pues fortalece el ejemplar y estimula su desarrollo, pero ante cualquier duda ten en cuenta que pasarse de dosis será como empacharla.
¿Qué daños puede provocar que se fertilice en exceso? Entre otros, hojas amarillentas (consecuencia que vemos en la zamioculca de la imagen), bordes secos o quemados, crecimiento débil y escasa floración.
Además, las necesidades varían según la edad y el tipo de planta: las jóvenes y las de floración intensa demandan más nutrientes, mientras que las maduras ya desarrolladas o de sombra requieren menos.
Abono para potenciar las hojas o para plantas con floración
Todos los abonos contienen, en mayor o menor medida, tres nutrientes esenciales conocidos como NPK: nitrógeno (N), fósforo (P) y potasio (K). El nitrógenoimpulsa el crecimiento de hojas y tallos, el fósforo favorece el desarrollo de raíces y flores, y el potasio refuerza la resistencia general de la planta, mejorando la calidad de las flores y los frutos. La proporción entre estos tres elementos varía según el tipo de planta y su etapa de crecimiento.
Si buscas un follaje verde, denso y brillante, elige abonos ricos en nitrógeno, ideales para plantas de interior o especies de hoja ornamental como el poto, el ficus o la monstera. En cambio, las plantas de flor, como geranios, orquídeas o rosales, necesitan una fórmula con más fósforo y potasio, que estimulan la floración y prolongan la vida de los capullos.
La falta de hierro provoca clorosis férrica, que se manifiesta con un crecimiento débil u hojas jóvenes amarillas mientras los nervios permanecen verdes. Para prevenir o corregir este problema, se pueden aplicar quelatos de hierro, ya sea mediante fertilización foliar o directamente al suelo, asegurando que la planta pueda absorber este nutriente esencial sin problemas.
Diluido o directo: ¿cómo elegir la forma de aplicación?
Una de las dudas frecuentes a la hora de nutrir las plantas es si decantarse por el abono líquido diluido en el agua de riego, que es perfecto para un aporte continuo y suave, o bien por los abonos sólidos o granulados, que se aplican directamente sobre el sustrato y liberan nutrientes lentamente.
Si tus plantas están en maceta, lo mejor es diluir el abono en el agua de riego y aplicarlo con más frecuencia, ya que el sustrato es limitado y pierde nutrientes rápidamente. En cambio, en jardines puedes usar abonos sólidos aplicados directamente, porque el suelo retiene mejor los minerales y permite espaciar más las aplicaciones.
Cuándo abonar tus plantas: la clave está en seguir su ritmo natural
La primavera y el verano son las mejores estaciones para abonar, ya que la mayoría de las plantas se encuentran en plena fase de crecimiento: desarrollan raíces, hojas y flores con rapidez, y demandan más nutrientes para sostener ese ritmo. Durante estos meses, es recomendable aplicar abonos cada 15 o 30 días, según el tipo de planta y el producto.
En otoño, el metabolismo vegetal se ralentiza, por lo que conviene reducir la frecuencia. En invierno, la mayoría de las especies entran en reposo y no deben fertilizarse.
La excepción a la regla general: plantas que no duermen con el frío
Aunque muchas plantas reducen su actividad en otoño e invierno, algunas especies continúan su ciclo activo durante estos meses y requieren un aporte extra de nutrientes para mantener su vigor y floración. Es el caso de plantas como los crisantemos, ciclámenes, pensamientos, gitanillas, dalias (en la foto superior) y camelias, que florecen en otoño o incluso en invierno. Estas especies siguen en crecimiento durante la estación fría y, por tanto, se benefician de un abonado ligero y regular, especialmente con fórmulas ricas en fósforo y potasio, que favorecen la floración y la resistencia.
Además, ciertos cítricos y especies tropicales de interior mantienen su crecimiento durante todo el año si el ambiente es cálido y luminoso. En estos casos, el abonado puede continuar de forma ligera y regular, siempre observando la respuesta de la planta: si hay nuevos brotes, color vivo y floración constante, es señal de que sigue activa y agradece el aporte.
Las plantas ‘hablan’ de su salud a través de su aspecto. Si notas hojas pálidas, amarillentas o un crecimiento lento, probablemente necesiten más nutrientes. En cambio, bordes secos, manchas oscuras o floraciones que se detienen suelen ser señales de exceso de abono o acumulación de sales en la tierra.
Antes de aplicar más fertilizante, observa y corrige el tipo y la cantidad de abono: a veces el problema está en un desequilibrio. Una tierra que contiene un exceso de sales minerales y nutrientes disueltos puede impedir que la planta absorba lo que necesita. En esos casos de suelo saturado, conviene suspender el abonado durante un tiempo, regar abundantemente para ‘lavarlo’ y reanudar la fertilización más adelante, con dosis más suaves y espaciadas.
En definitiva, abonar no es solo alimentar, es fortalecer la vida del suelo: cada aporte bien hecho convierte la tierra en un ecosistema más fértil y equilibrado. Y cuando el suelo está sano, las plantas crecen felices, vigorosas y resistentes, capaces de florecer con plenitud y defenderse solas de plagas y enfermedades.
Preparar la tierra: el paso que conviene no olvidar antes del abono
Por último, no basta con añadir abono: si el suelo está compactado o mal drenado, los nutrientes no llegarán a donde deben. Antes de fertilizar, conviene remover ligeramente la capa superficial del sustrato para airearlo y romper las costras que impiden la circulación del agua y el oxígeno. En jardines, se puede incorporar un poco de materia orgánica o compost para mejorar la textura, mientras que en macetas es útil aflojar la tierra con una herramienta fina sin dañar las raíces.
También es recomendable regar después de abonar, ya que el agua permite que los nutrientes penetren hasta las raíces. Este paso, aunque algunos jardineros lo omiten, es una forma inteligente de optimizar el abonado.