Ubicada en Sovico, al norte de Milán, la majestuosa Villa Giovio della Torre es mucho más que una residencia histórica: es un testimonio vivo de siglos de historia, arquitectura y tradición familiar. Construida en el siglo XVIII, esta villa neoclásica lombarda se alza al final de un camino flanqueado por praderas, árboles centenarios, un parque con un lago y una pequeña cascada, evocando un paisaje de cuento.
A lo largo del tiempo, ha pertenecido a destacadas familias italianas, como los Giovio della Torre y los Martini-Rossi, esta última ligada a la célebre empresa italiana Martini & Rossi. Hasta que, en 1953, el ingeniero Pier Luigi Tagliabue adquirió la propiedad y emprendió una meticulosa labor de restauración y conservación, devolviéndole su esplendor original. Hoy es Benedetta Tagliabue quien nos recibe en el corazón de su casa familiar, donde ha regresado para rendir homenaje a sus padres, acompañada por dos de sus tres hermanos y varios de sus sobrinos.
Aunque nació en Sovico, ahora reside en Barcelona, donde desarrolló gran parte de su carrera y formó una de las parejas creativas más influyentes de la arquitectura contemporánea junto a su marido, el arquitecto catalán Enric Miralles, con quien se casó y tuvo dos hijos, Caterina y Domènech.
Juntos fundaron el estudio EMBT y, tras la prematura muerte de Miralles, en el año 2000, a los 45 años, Benedetta asumió con valentía la dirección del estudio. Premiada con reconocimientos como el Premio Stirling, la Cruz de Sant Jordi, la Medalla de la Orden de Isabel la Católica, el RIBA Charles Jencks Award y el premio Nacional de Arquitectura de España, es también docente de las universidades de Harvard, Columbia y Yale. Hoy, desde este rincón íntimo de su historia familiar, Benedetta nos habla sobre su visión de la arquitectura, la memoria, el duelo transformado en creación y el poder de los espacios para sanar.
¿Cómo llegó esta casa a tu familia?
Aquí nacimos y crecimos mis hermanos y yo. En 1953, mi padre la compró porque siempre había soñado con tener una de las casas típicas de esta zona, conocidas como Villas de la Brianza. Residencias construidas en esa época por ministros, dignatarios y miembros de la corte que buscaban tener propiedades cerca del rey de Italia, que solía veranear aquí, en la Villa Real de Monza.
Cuando mis padres la adquirieron, se encontraba en un estado de gran decadencia y decidieron emprender una reforma. La ruina tenía algo de romántico, pero solo una parte merecía realmente ser conservada. La parte más antigua fue preservada y embellecida con frescos y obras de arte adquiridas en anticuarios.
¿Qué significa para ti regresar a la casa donde creciste, ahora que tu vida y tu trabajo están centrados en Barcelona?
Cuando mis padres compraron esta casa, se convirtió en nuestro primer hogar. Yo empecé a viajar desde muy joven: Suiza, Venecia, Estados Unidos… Más tarde me instalé en Barcelona; desde entonces, solo regreso en ocasiones especiales. Volver a esta casa es volver a nuestras raíces y me conecta profundamente con nuestra tradición familiar. Es un vínculo emocional que permanece, aunque la vida me haya llevado por otro camino.
¿Cuál es tu rincón favorito de la casa?
Sin duda, el jardín. Me encanta pasear por él y redescubrir rincones que solía usar de niña. Con los años, la vegetación ha cambiado, pero el espíritu del jardín sigue intacto. Es un lugar muy vivo, lleno de memoria y de pequeños tesoros que me conectan con mi infancia.
Entre todas las joyas de la villa, tenéis una importante pinacoteca con más de 220 retratos del pintor Vincenzo Civerchio.
La historia de estas obras es bastante curiosa. Cuando la villa se vendió, las tablas estaban en el techo, como parte de la decoración original. Al renovarse los interiores, se guardaron en un almacén y quedaron un poco olvidadas durante años. Con la ayuda del decorador Piero Pinto, se decidió integrarlas en una nueva decoración para los salones.
Una historiadora descubrió que eran obras de Civerchio —destacado pintor del renacimiento—, procedentes de Cremona y que su llegada aquí estaba envuelta en misterio. A raíz de ese hallazgo, mi padre encargó un libro sobre ellas. Fue muy especial: la historiadora describía con detalle su belleza artística, mientras que mi padre realizó una investigación histórica fascinante. Descubrió documentos antiguos y, al parecer, hubo una hija ilegítima en una familia noble y estas tablas fueron un regalo del verdadero padre a la familia de la niña, como un homenaje silencioso a ella y a la madre, mujer a la que amó en secreto.
"La historia de los más de 200 retratos del pintor Vincenzo Civerchio es bastante curiosa: estaban en el techo y, al renovarse los interiores, se guardaron. Con la ayuda del decorador Piero Pinto, se decidió integrarlos en una nueva decoración de los salones"
¿Cómo imaginas el futuro de la villa, ahora que ya no están tus padres, y qué desafíos implica conservar un lugar tan cargado de historia y memoria familiar?
La dificultad de esta casa radica en que es irreemplazable. En ella se siente el espíritu de mi padre, su dedicación para mantenerla y ese particular gusto suyo por cambiar las cosas de lugar. Creo que es fundamental encontrar una nueva forma de cuidar y hacer funcionar este hogar. Irreemplazable, sin duda, pero mi padre mismo nos enseñó que todo puede transformarse poco a poco. Lo realmente importante es preservar el espíritu con el que se ha construido y vivido esta casa. Sería hermoso poder conservar esa esencia intacta.
Benedetta nació en Sovico y ahora reside en Barcelona, donde formó una de las parejas creativas más influyentes de la arquitectura contemporánea junto a su marido, el fallecido Enric Miralles
¿Cómo os conocisteis tu marido, Enric Miralles, y tú?
Nos conocimos porque él dio una entrevista a mis compañeros y yo fui a entregarle esa revista en Nueva York. Allí surgió una conexión especial: empezamos a vernos, paseábamos por la ciudad y, poco a poco, nos enamoramos. Entonces fui a Barcelona para ver qué pasaría entre nosotros si me quedaba más tiempo en la ciudad y descubrir cómo nuestra relación iba avanzando. Con el tiempo, se consolidó y terminamos siendo pareja tanto en el trabajo como en la vida.
Cuando Enric falleció te encontraste al frente del estudio con varios proyectos en marcha y muchas responsabilidades por asumir, ¿sentiste también miedo, además del dolor?
Fue una etapa muy difícil. La enfermedad y el fallecimiento de Enric fueron absolutamente imprevisibles. Él solo tenía 45 años, estaba en pleno éxito y con una energía desbordante. Descubrir su tumor cerebral fue un auténtico shock: lo detectamos y, en apenas tres meses, ya habíamos perdido a Enric. En ese momento, teníamos muchas obras en marcha, proyectos, ideas y energía. Cuando murió, para mí fue fundamental no dejar nada inacabado.
Puse toda mi fuerza y dedicación para que los proyectos en los que Enric estaba profundamente involucrado pudieran llegar a su fin. Fue un gran esfuerzo, pero también me permitió no derrumbarme. Fue necesario ser fuerte, especialmente por nuestros hijos, que eran muy pequeños, de tres y cinco años. Poco a poco, conforme las obras se fueron terminando, sentí la satisfacción de haberlas completado bien. Nuestro estudio de arquitectura continuó funcionando y pudimos afrontar nuevos proyectos. Hoy, el estudio tiene proyectos en todo el mundo y estamos muy satisfechos.
"Cuando Enric murió, para mí fue fundamental no dejar nada inacabado. Puse toda mi fuerza y dedicación para que los proyectos en los que estaba profundamente involucrado pudieran llegar a su fin"
¿Qué significa para ti mantener vivo el legado de Miralles a través de la fundación?
Cuando Enric murió, sentí una rabia terrible. Pensaba que no era justo. Desde entonces, siempre tuve en mente la idea de crear una fundación para dar a conocer la excepcionalidad de Enric, alguien muy especial por lo que aportó a la arquitectura. Sin embargo, me llevó tiempo hacerlo realidad. Para mí, Enric seguía estando dentro del estudio, y separarlo para ponerlo en una fundación me parecía imposible.
Entonces, decidimos crear un espacio justo en el mismo edificio del estudio, en la planta inferior, pensando que la fundación podría ser una extensión natural del estudio. La Fundació Enric Miralles está en la base del estudio y conectada con él. Allí se organizan exposiciones, debates, actividades culturales y también recibimos estudiantes de todo el mundo a través de cursos especiales de intercambio.
¿De qué manera te han apoyado vuestros hijos, Caterina y Domènech? ¿Han seguido vuestros pasos?
De una manera muy natural, casi sin darse cuenta. Han crecido rodeados de arquitectos, arte, dibujos y experimentos, así que desde el principio han tenido esa sensibilidad y esa conexión. Caterina es arquitecta, pero dice que quiere hacer algo muy diferente a lo que hemos hecho nosotros.
Está trabajando con un enfoque más artístico: ha participado en una Biennale, realiza exposiciones con artistas, enseña en una universidad que combina arte y arquitectura y también colabora con el Museo Tàpies. Domènech, en cambio, decidió desde el principio no ser arquitecto. No quería seguir las mismas líneas que sus padres. Pero terminó estudiando arte, cine y filosofía, y ahora aplica el arte al mundo matemático a través de la inteligencia artificial.
"Tengo un cariño especial hacia todos mis proyectos. Pero si tengo que destacar uno, sería el Mercado de Santa Caterina, de Barcelona. Lo hicimos con mucho amor, casi como una extensión de la familia"
¿De qué proyectos te sientes más orgullosa y por qué?
Tengo un cariño especial hacia casi todos mis proyectos. Pero si tengo que destacar uno, sería el Mercado de Santa Caterina, de Barcelona. Es un proyecto que siento como una prolongación de nuestra casa, porque está en el barrio donde vivo. Lo hicimos con mucho amor, casi como una extensión de la familia.
Tanto es así que nuestra hija se llama Caterina y nuestro hijo, Domènech, como los monjes dominicos que habitaban el antiguo monasterio que había en ese lugar. También guardo una pasión especial por un edificio que ya no existe y que hice sola, sin Enric Miralles: el pabellón de España en la Expo de Shanghái. Entre los proyectos que quiero mucho están también el Centro Kálida y la iglesia que hicimos en Ferrara, ¡pero siempre hay espacio para querer muchos más!
"Volver a esta casa es volver a nuestras raíces y me conecta profundamente con nuestra tradición familiar. Es un vínculo emocional que permanece, aunque la vida me haya llevado por otro camino"
¿Tienes algún próximo proyecto que puedas compartir?
Tenemos varios proyectos en marcha. Uno que se abrirá pronto en París, una estación de metro, que me ilusiona mucho porque allí buscamos transformar un poco la realidad social del entorno. También estamos trabajando en Italia, en un lungomare (un paseo marítimo) en construcción, donde integramos naturaleza y soluciones sostenibles. Además, tenemos proyectos que estamos empezando en Albania y Taiwán y otros que estamos terminando en China.