En el corazón de la campiña francesa, rodeado por un parque privado de cien hectáreas, se alza el Château de Sourches, una obra de la arquitectura neoclásica del siglo XVIII, ubicado en Saint-Symphorien, en la región de Sarthe, a dos horas de París.
Este lugar no solo conserva historia, sino también arte, naturaleza, belleza y una pasión familiar poco conocida. Desde 2001, este castillo es el segundo hogar del conde y la condesa Jean y Bénédicte de Foucaud, junto a sus hijos, Anne y Alexandre, una familia con vínculos con la tradición y la cultura.
Desde hace más de medio siglo, dirigen una casa francesa de joyería antigua, fundada por el conde Jean de Foucaud, célebre por su labor con piezas de incalculable valor histórico, destinadas a museos y colecciones privadas.
Entre sus ventas más emblemáticas, se cuentan la corona de la Emperatriz Eugenia de Montijo, adquirida por el Museo del Louvre, y el fastuoso collar de zafiros y diamantes de Emmanuela de Dampierre, duquesa de Segovia y nuera del Rey Alfonso XIII. Hoy, sus hijos, Anne y Alexandre, continúan con esta labor desde la boutique familiar À la Vieille Cité, situada cerca de la Place Vendôme, en París.
Desde hace más de medio siglo, dirigen una casa de joyería antigua fundada por el conde Jean de Foucaud, célebre por su labor con piezas de incalculable valor histórico
Pero hay otras joyas, más fugaces y vivas, que tienen un lugar especial en el día a día de la condesa Bénédicte. En los fosos secos que rodean el castillo, ha creado el Conservatorio de la Peonía, un jardín botánico con más de 3.200 variedades procedentes de China, Japón, Rusia, Ucrania y Estados Unidos.
Todo comenzó con un recuerdo de infancia: su madre plantando semillas en un rincón del jardín. Aquel gesto fue el origen de una colección centrada en esta flor. No fue un camino fácil: Bénédicte tuvo que adaptarse al clima, a los ciervos y a las liebres, pero continuó con constancia. "Cada peonía es un acto de amor", afirma.
Entre sus ventas más emblemáticas, se cuentan la corona de la Emperatriz Eugenia de Montijo y el fastuoso collar de zafiros y diamantes de Emmanuele de Dampierre, duquesa de Segovia y nuera del Rey Alfonso XIII
Desde 2015, abre al público durante los meses de floración, en mayo y junio, y recibe a miles de visitantes. Apasionada del mundo floral, la condesa ha publicado cuatro libros sobre estas flores y prepara ahora una enciclopedia ilustrada, con acuarelas inspiradas en la obra de Pierre-Joseph Redouté, artista de la corte de María Antonieta.
Más allá del entorno natural y del cultivo de flores, el château forma parte de un episodio relevante de la historia reciente. Antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno francés eligió el castillo como lugar de resguardo para las obras de arte de los museos nacionales, ante el riesgo de bombardeos sobre París. Entre 1939 y 1946, los sótanos del castillo, con techos de nueve metros, albergaron obras procedentes del Museo del Louvre y del palacio de Versalles.
"El descubrimiento de esta casa fue casi fruto del azar: mi padre encontró un anuncio en una revista inmobiliaria, mientras viajaba en tren rumbo a Ginebra"
Habla Anne de Foucaud
—¿Cómo describiríais la importancia de este château en vuestra vida familiar?
—Para mí, cada rincón de este lugar atesora recuerdos entrañables y sigue siendo un refugio donde desconectar del ritmo frenético de París. Contar con una segunda residencia como esta es un verdadero privilegio para toda la familia, un oasis de tranquilidad. Además, mi hermano, Alexandre, y yo atesoramos aquí todas nuestras vivencias de infancia.
—¿Cuál fue el camino que os llevó hasta esta casa tan especial?
—Durante años, nuestra familia pasaba largas temporadas en una casa situada en Borgoña. Con el tiempo, y debido a la distancia que la separaba de París, mis padres decidieron buscar una residencia más próxima donde poder reunirse los fines de semana. Fue entonces cuando descubrieron Sourches. El hallazgo se produjo casi por casualidad: mi padre encontró un anuncio en una revista inmobiliaria, mientras viajaba en tren hacia Ginebra.
La primera visita marcó el inicio de una nueva etapa. El edificio necesitaba una intervención completa y mis padres comenzaron por la cubierta. A partir de ahí, el conjunto fue transformándose con dedicación y constancia. Desde entonces, cada rincón ha ido adaptándose, sin perder el carácter original, aunque, como suele ocurrir con este tipo de propiedades, el proceso nunca termina del todo.
—¿Cómo es vuestra vida cotidiana en este lugar?
—Las mañanas comienzan siempre del mismo modo: salgo a pasear con mis perros, Miquette y Coco, hasta el huerto, donde recogemos los huevos de nuestras gallinas. Después, nos reunimos para desayunar en familia. Es el momento en el que comentamos el programa del día, que suele incluir paseos en bicicleta, la recolección de frutas y verduras, caminatas por el bosque, partidos de tenis o una tarde en la piscina, si el tiempo lo permite.
En mis paseos, nunca falta un libro en el bolsillo. La lectura ocupa un lugar importante en mi vida y, gracias a mi madre, que ha instalado bancos y sillones por todo el parque, es fácil encontrar rincones tranquilos donde detenerse y dejar volar la imaginación. Sin embargo, entre mayo y junio, la rutina cambia. Desde 2015, abrimos al público uno de nuestros jardines, el de peonías, situado en los fosos secos del château. Recibir visitantes de distintos lugares y compartir con elloseste espacio ha sido, desde entonces, una gran satisfacción. No podíamos quedárnoslo solo para nosotros.
—¿Qué tiene este lugar que lo hace especial para recibir invitados?
—Me fascinan las casas amplias, aquellas que nos permiten recibir a familiares y amigos con generosidad y calidez. Aquí contamos con veinte habitaciones entre las ochenta estancias que existen en toda la casa, lo que nos permite organizar fines de semana y vacaciones rodeados de las personas a las que más queremos.
—¿Tenéis alguna tradición especial?
—A mi madre y a mí nos encanta crear decoraciones florales para adornar las habitaciones y los salones. Y el mes de mayo es realmente un momento muy especial, ya que podemos hacer ramos de peonías, que recolectamos de nuestro potager o nursery, para decorar la gran mesa del comedor y demás espacios de la casa. Es una forma muy bonita de llenar cada rincón con vida y color y de hacer que nuestros invitados se sientan especialmente bienvenidos.
—Habéis creado el jardín de peonías más grande del mundo, con nada menos que 3.200 variedades diferentes. ¿Cuál fue la chispa o la historia que os llevó a embarcaros en esta impresionante aventura botánica?
—Todo comenzó por pura casualidad, en 2003. Cada año, mi madre organiza unos días aquí con sus amigas, y aquel año trajeron algunas peonías desde Holanda. A ella se le ocurrió crear un pequeño jardín con ellas alrededor de la casa, pero, en pocos meses, los tiernos tallos fueron devorados por las liebres y ciervos que habitan en nuestro parque. Aquí es donde entran en juego dos cualidades que siempre he admirado en ella: el coraje y la tenacidad. De inmediato, tuvo la idea de replantar las peonías, pero esta vez en los fosos secos que rodean la casa. Las grandes murallas de piedra protegían así sus preciadas plantas de los depredadores.
Al intentar diversificar el jardín, descubrió la infinita variedad de peonías: no existen 25 variedades ni 250, ¡sino miles! Empezó con peonías francesas, luego europeas y, poco a poco, amplió la colección viajando por todo el mundo: Canadá, Australia, Japón, Estados Unidos, China... Así nació el conservatorio. Un proyecto surgido de la pasión de una mujer con una imaginación desbordante y, sobre todo, de una impresionante capacidad para convertir sus sueños en realidad. Al principio, nadie creyó en su idea: fue desalentada por especialistas, directores de jardines botánicos, coleccionistas y paisajistas. Pero ella se mantuvo firme, confiando en su instinto, y al final, ¡lo consiguió!
Un dúo excepcional
—¿Cómo reaccionó tu padre ante la pasión y el sueño tan ambicioso de tu madre?
—Podemos decir que mis padres forman un dúo excepcional. Mi padre fue el primero en apoyar el proyecto no solo con su presencia y ánimo constante, sino también con respaldo financiero. Con los años, mi hermano y yo hemos desarrollado también una verdadera pasión por esta flor tan generosa que es la peonía.
Por eso, cada mes de mayo, durante la floración y la época más hermosa de las flores, dejamos París para instalarnos aquí y recibir a los visitantes en este jardín tan singular. Es una experiencia divertida y dinámica: si algún día venís, nos encontraréis a toda la familia —incluida mi madrina, Odile— corriendo de un lado a otro, inmersos en la frenética actividad que implica cuidar y compartir este maravilloso jardín. ¡Es, sin duda, un auténtico asunto de familia!
—¿Qué esencia o sello propio define vuestra relación?
—Mi hermano y yo tenemos la gran fortuna de pertenecer a una familia profundamente apasionada. Aunque a veces esas pasiones pueden resultar abrumadoras, en nuestro caso funcionan como un motor que nos impulsa. Por ejemplo, participar en el desarrollo del conservatorio, junto a mi madre, ha sido tanto un desafío como una fuente de alegría para todos nosotros. Estamos inmensamente orgullosos del trabajo realizado y comprometidos en diseñar nuevas estrategias para que este proyecto pueda darse a conocer en todos los rincones del mundo.
La condesa Bénédicte ha publicado cuatro libros sobre las peonías y prepara una enciclopedia ilustrada, con acuarelas inspiradas en la obra de Pierre-Joseph Redouté, artista de la corte de María Antonieta
—En paralelo a vuestro amor por las peonías, también tenéis una fuerte conexión con las joyas. ¿Cómo comenzó tu propio viaje en el sector?
—Después de terminar el bachillerato, comencé mis estudios en Derecho e Inmobiliaria, con el sueño de convertirme en marchante de bienes: comprar edificios en París, renovarlos en apartamentos y luego venderlos. Pero todo cambió un día de septiembre de 2012, cuando mi padre me propuso ayudarle en su stand de la Bienal de Anticuarios.
Era, simplemente, espectacular, lleno de auténticas maravillas. Recuerdo que, durante uno de esos días, una mujer entró y me pidió que le mostrara un pequeño broche antiguo de Boucheron. Apenas dije una palabra y lo compró. Todavía siento la emoción de ese instante: fue entonces cuando supe que este era, sin duda, el mejor trabajo del mundo. Convives cada día con objetos hermosos, conoces clientes fascinantes y, lo más valioso, tienes a tu lado a alguien como mi padre, un verdadero conocedor y un narrador excepcional, cuya pasión es absolutamente contagiosa.
Antes del estallido de la II Guerra Mundial, el Gobierno francés eligió el castillo como lugar de resguardo para las obras de arte de los museos nacionales, ante el riesgo de bombardeos sobre París
—Mirando hacia el futuro, ¿qué planes emocionantes estáis desarrollando en vuestros dos grandes ámbitos: las peonías y la joyería?
—Nuestro objetivo es desarrollar una línea completa de cosméticos y productos de belleza inspirados en la flor de la peonía. Ya hemos empezado a crear los primeros artículos y estoy deseando verlos terminados, ¡es un proyecto que me llena de ilusión! En cuanto a la joyería, el camino es muy parecido. Alexandre y yo crecimos inmersos en este universo desde pequeños y, casi sin darnos cuenta, fuimos adquiriendo conocimientos y habilidades que ahora queremos reflejar en nuestras propias creaciones.