Como en un relato de Ryan Murphy, recordamos qué fue de aquel 'monstruo' que acabó con la vida de uno de los mayores mitos del pop

45 años de la muerte de John Lennon: de la megalomanía de su asesino al odio visceral de Yoko Ono


Mark David Chapman ha pedido en 14 ocasiones la libertad condicional y siempre le ha sidodenegada porque “volvería a querer llamar la atención”


John Lennon con la que fuera su mujer, Yoko Ono© Gtres
Luis NemolatoDirector especiales ¡HOLA!
18 de diciembre de 2025 - 20:39 CET

Como en Mujer blanca soltera busca. Con Jennifer Jason Leight. O, acuérdate de Rebecca de Mornay, en La mano que mece la cuna. Parecido. Casi. Pero fue mucho más allá. Porque puede sonar a coña porque a veces, tanto una peli como la otra, rozaban el paroxismo del mal hasta caer en el absurdo pero, en este caso, no hubo coñas. Sobre todo porque… Esta historia es real. Y cruel. Y absurda. También, mucho…  Pero no terminó como en la película, ni hubo final feliz. 

John Lennon, con cabello largo y gafas, se recuesta con una camiseta de estrella© Getty Images

La vida —y suena a slogan de cinema verité— siempre es peor que la ficción. El tipo, que lo imitaba hasta la extenuación, le pegó un tiro y… después se sentó a esperar. Para convertirse en famoso. Que también se le pasó por la cabeza asesinar a Jackie Kennedy y a Johnny Carson, ojo, pero con ellos había más afán de notoriedad que otra cosa. Con él, con el de Imagine, había otras cosas además. Con John Lennon había adoración; después, idolatría, obsesión y por último, una psicopatía, que acabó en asesinato. Como cuando un niño pequeño comienza a jugar con una mariquita y se la pone en la nariz y, luego, le despliega los élitros a la fuerza y termina, no sabemos cómo, aplastándola contra el suelo sin que le ocasione ningún problema moral. 

Pero Mark David Chapman era adulto. Le había dado tiempo a emular a su ídolo casándose incluso con una oriental como la siempre odiada y vilipendiada Yoko Ono pero, un día, pistola en mano, le esperó en plena calle y le disparó. Directamente. Por la espalda. Y el de Yesterday con su muerte acrecentaba un poquito más si cabe la (mala) fama del edificio Dakota y se convertía en mito. Y en leyenda. Ahora se acaban de cumplir 45 años de aquel magnicidio. 

Y sí, lo sabemos, un magnicidio se define como la muerte violenta, el asesinto, de un grande mandatario. Y el de Liverpool lo era. Del pop. Un hombre que dedicó su vida entera a la belleza, al arte, a la música, a la paz o el amor —que, para el caso, es lo mismo—. Y como suele ocurrir, hay quien prefiere pasar a la posteridad destruyendo eso que nos hace humanos. Llámense los terroristas del Isis o Andrew Cunanan (Cunanan, no Darren Criss, que ya nos conocemos con esta iconografía pop del asesino, que Dahmer tampoco era Evan Peters…).

Persona arrodillada en el mosaico 'Imagine' colocando flores y un objeto en un acto conmemorativo.© GTRES

Pero no emulemos a Ryan Murphy. O sí. Que Ryan, hijo, ya estás tardando. Nuestro relato comienza en 1980. Un frío 8 de diciembre. Lennon y Yoko Ono se bajan de una limusina después de pasar el día en su estudio de grabación (el Record Plant Studio, de Manhattan) a vueltas con la pista Walking on Thin Ice. Y, de repente, el cielo de la 72 recibe seis fogonazos blancos: el resplandor repetido de seis disparos. 

Chapman, impertérrito, en la esquina con Central Park, encañonaba por la espalda al ex líder de The Beatles y descargaba el cargador. Una bala le pasaba por encima de la cabeza; otra cerca de la primera, las cuatro restantes, en cambio, fueron mortales de necesidad: una le atravesó el pulmón derecho, otra el izquierdo, el bazo… y la del cuello, le cercenó la aorta. Cayó de bruces sobre la acera sin que nadie pudiera hacer nada por salvarle la vida allí donde, hoy, se conmemora aquella muerte sin sentido con una placa que da también nombre al esquinazo del parque: Strawberry fields. Sus gafas redondas y oscuras acabaron a varios metros del cuerpo; su cazadora de cuero, agujereada y su jersey de cuello cisne, empapado de sangre. 

Rosa roja en el mosaico 'Imagine' en memoria de John Lennon.© GTRES

Lo sabemos porque alguien le hizo una fotografía y echó a correr. Pero su asesino, no. Lejos de huir, aquel hombre gordinflón, con lentes de culo de vaso y pelo ralo rubio ceniza permaneció de pie. Al otro lado de la acera, con su revólver calibre 38 Special, de Charter Arms en la mano. Después, se sentó. La gente se arremolinaba, la ambulancia del Roosevelt que se llevaría al herido —ya muerto— al Hospital hacía sonar sin cesar su sirena, las luces azules de la policía rebotaban en los cristales de los rascacielos vecinos… Y, él, a pocos metros de la escena del crimen, sacaba un ejemplar de bolsillo de El guardia entre el centeno y se ponía a leer. ¿Por qué el clásico de Salinger? Pues tiene miga, pero espera, que vamos.

Hombre en camisa verde frente a una tabla de medidas, expresión seria.© GTRES

Chapman había trabajado para el Gobierno de los Estados Unidos (administración guerra de Vietnam) y, digamos, que se había quedado un poco “cucu”, si es que éso no le venía ya de serie. Infancia dificil, consumo de drogas, desequilibrios mentales, dos intentos de suicidio… Y, obviamente, era muy propenso a la obsesión… Y es que si bien, quiénes somos nosotros sin nuestras obsesiones y contradicciones, todos nos aderezamos con algo más: llámase amor, empatía, familia, amistad, sentimientos… Chapman, no. Cristo y los Beatles constituían su único credo y razón. El problema es que, a pesar de que la religión y la música pueden tener mucho en común, y la paz y el amor por el prójimo…, John Lennon no había sido llamado por el camino de la santidad. Era un hombre, con todos sus pecados. ¿El peor para Chapman? La traición.

Grupo de músicos John Lennon sobre el escenario © GTRES

Y es que Chapman, durante su adolescencia, era uno más de los millones de jóvenes que, en el ínterin de los 60/70, adoraba al cuarteto de Liverpool formando parte del que podríamos considerar el primer fenómeno fan de la historia de la música pop. Se sabía sus canciones de memoria, las cantaba con su banda de amiguetes del barrio… hasta que una congregación de cristianos evangelista se cruzó en su camino y Jesucristo y Lennon entraron en contradicción o véase, conflicto (al menos, en su cabeza). O mejor dicho que, en aras del espectáculo, la hipérbole, la promoción, llámese X, Lennon se vino arriba y, a ojos de la Iglesia de Chapman, cometió una blasfemia. Dijo que, en un momento, The Beatles “llegaron a ser más famosos” que el propio Mesías. Y rizó el rizo cuando publicó el tema God, una canción en la que adelantándose veinte años a Fernando Trueba en la Gala de los Oscars, dijo que no creía en Dios (sino solo en Yoko Ono). El de Belle epoque, acuérdate, dijo que creía en Billy Wilder.

 
Foto en blanco y negro de John Lennon sonriendo, con lentes y traje.© GTRES

Y pasamos del amor al odio. Del mimetismo enfermizo — a ver, que llegó fichar en el trabajo utilizando el nombre de John Lennon—, al odio más visceral, insano e, incluso, satánico. Chapman llegó a confesar que, para prepararse para el crimen, invocó a Satán… (Edificio Dakota, el demonio… ¿alguien ha dicho La semilla del diablo? ¿Roman Polanski? ¿Sharon Tate? ¿Familia Manson? Ya… te explota la cabeza. Pues seguimos). Tenía por entonces 28 años y si bien hubo un momento, en el que tuvo un instante de cordura, y pensó en desistir, Dalí le devolvió al plan inicial. Flipa. O eso fue lo que publicaron los tabloides de la época. Que el lienzo Lincoln en Dalivision, en el que aparecía Gala desnuda y mirando al mar, fue para él, como una epifanía. El signo ¿divino? de que debía seguir con su plan de salvación. Y es que el cuadro, visto de lejos, se transforma en retrato del 16 presidente de los Estados Unidos asesinado a tiros en un teatro. O sea, en Abraham Lincoln. Y como Chapman —llámale también compulsivo— era mucho de obsesionarse, decidió comprarse la lámina para colocarla en el salón allí donde todos tendríamos la tele y la contemplaríamos durante horas. 

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Y ¿el plan era? Emular a Robert de Niro en Taxi Driver: ensayar la pose y seguir los pasos de los delincuentes. O sea, de Lennon y de la artista japonesa para darles su merecido. Durante días. Llegando incluso a estar presente en momentos que luego se han convertido en parte de la memoria sentimental y pop colectiva. Por ejemplo, Chapman vigilaba la sesión de fotos que terminaría convirtiéndose en portada de la revista Rolling Stone. Esa en la que Annie Leibovitz inmortalizó para siempre la delgadísima y lechosa desnudez de Lennon en posición fetal abrazando a Yoko Ono en su cama de 1,35. 

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Por no hablar de que, cinco horas antes de que uno matara al otro, fueron fotografiados juntos por Paul Goresh. Sucedió durante la firma de discos del álbum Double Fantasy cuando el de Hey Jude le estampó un gurrapato en la carátula del álbum al ¿bueno? de Mark al que mucha gracia no le hizo, habida cuenta de su cara y de su expresión corporal (anodina, como pocas). Éste sería, paradójicamente, el último testimonio gráfico del ex Beatle. Con vida. Y Chapman, no por estar como una maraca, dejaba el devenir de los acontecimientos al azar. Avispado era. Se dio cuenta de que Lennon era excesivamente despreocupado con su seguridad. Que no era como Elizabeth Taylor, que tenían guardaespaldas o chofer. De hecho, Lennon había dejado el Reino Unido porque la presión de los paparazzi o de los fans era mucho mayor que la que tenía en Estados  Unidos (o Nueva York) donde todos, aún llevando un pollo en la cabeza, pasamos inadvertidos.

Como Chapman no se movió del sitio y menos aún, ocultó la prueba del asesintato, fue fácil de detener. Era su minuto de gloria. Un minuto que, por supuesto, se ha convertido después en una cadena perpetua. Y no porque, de repente, así como pensándolo un poco, decidiera retractarse. Lo ha hecho en varias ocasiones pero de manera pendular. O sea, “me culpo de todo porque se lo merecía”; “me exculpo de todo porque yo estaba loco” o porque “Yoko Ono me miró mal”. Y no es una exageración. Eso ocurrió de hecho al ratito de ser esposado. Y es que en el coche patrulla donde esperaba a ser llevado a comisaría, la japonesa se acercó al cristal para ver de cerca al hombre que había matado al amor de su vida. Yoko, pese a parecer inexpresiva como una lechuga, ha sufrido lo más grande (quizás por eso, no? Que te haces inmune al dolor) y éste consideró que ese gesto “fue traumático”. Para él. Porque él era lo más importante. No en vano, la razón fundamental de su gesta asesina era “llamar la atención” para que el mundo viera que él no era “insignificante”. 

 
Los Beatles tocan en vivo en un concierto ante una audiencia entusiasta.© GTRES

Ante los medios, hizo gala de ese empoderamiento —a su modo de ver— más que   justo y necesario y fue así cuando, en su última prerrogativa ante el tribunal, leyó unas líneas del libro que le servía como justificación ética. Un pasaje con Holden Caulfield como protagonista: “Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños, y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde del precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Yo sería el guardián entre el centeno”.

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Le cayó la del pulpo. O sea, una condena social, la de pasar una vida entera en la cárcel, y otra, quizás más dolorosa si nos atenemos a sus ínfulas de grandeza: la del olvido y el paso del tiempo. Y de eso, Chapman se dio cuenta… pronto. Porque todos, o sea, tú y yo (la audiencia) somos muy dados a perder la memoria y salvo efemérides como ésta, (que tiene que ser redonda) a ver quién se acuerda de un pobre diablo que mató a un ídolo de jóvenes que hoy tienen la edad de tu abuelo. Desde el año 2000 —cuando se cumplieron los 20 primeros años en prisión—, el tipo ha pedido que le revisen su condena en 14 ocasiones. La última, el septiembre pasado, y fue —como todas— denegada por la Junta de Libertad Condicional. 

John Lennon y Yoko Ono sentados en el césped, tomados de las manos.© GTRES

Pero en ésta última hubo una novedad. Por primera vez, el asesino reconocía su culpabilidad y autoría, ok, pero también su arrepentimiento. Según el New York Post, Chapman dijo: "Eso que hice fue para mí y sólo para mí algo desafortunado y tuvo que ver con su popularidad (la de Lennon). Mi crimen fue completamente egoísta. Para ser yo famoso, para ser algo que yo no era. Y entonces me di cuenta de que aquí hay un objetivo. No tengo que morir y puedo ser alguien. Había caído tan bajo… Esa mañana del 8 de diciembre lo supe. No sé cómo pero supe que ese día lo encontraría y lo mataría". Otra cosa es que le creyeran. Ya sabes, que te hemos hecho spoiler desde el titular, que no. Porque Chapman puede ser un recluso modelo "blablabla" pero ningún examen psiquiátrico ha dictaminado que se haya curado. O mejor dicho, que su afán por figurar haya disminuido dos milímetros escasos. Para los médicos, podría repetir sus gesta en cualquier momento y con cualquiera. 

Yoko Ono y John Lennon sentados juntos, con cartel 'BRITAIN MURDERED HANRATY' detrás.© GTRES

Y si los médicos lo tienen claro, Yoko Ono, "clarinete". Su no a que salga de prisión tampoco podría ser más obstinado. Que tampoco es que Yoko sea la mujer más querida del planeta, pero va a ser que Chapman, le gana. Su petición de perdón a la familia fue cuanto menos ¿egocéntrico? Sin hablar de que su sentido del espectáculo se le fue: "Él (Lennon) -comenzó diciendo el magnicida- era un ser humano mientras yo estoy viviendo mucho más tiempo que él. Me disculpo ante su familia, amigos, "fans", por la devastación que les causé, la agonía que debieron sufrir. No pensé eso, en absoluto, en el momento del crimen; no me importó. Ahora, ya no me interesa ser famoso, ya no quiero serlo…". Yoko no se hizo la sueca. Al revés. Tomó nota. 

John Lennon y Yoko Ono en una cama con carteles de 'Hair Peace' y 'Bed Peace'.© GTRES

En sus memorias, ante la pregunta de “¿perdonará alguna vez a Mark David Chapman?”, ella olvidó el sintoísmo y a todos los dioses lares y prefirió recordar a Juan Pablo II. Justo aquel instante en el que el Santo Padre fue a visitar a aquel otro que lo condenó a viajar metido en una urna de cristal llamada Papa movil, o sea, Ali Agca. Y, claro, respondió tajante sedienta de venganza. “Yo no soy el Papa”. Así que no será hasta 2027 cuando Chapman, hoy con 71 años, pueda volver a recurrir. Sumará entonces 47 años de privación de libertad en el Wende Correctional Facility de Alden. 47 años menos un mes, que pasó en un psiquiátrico pero tampoco coló que estuviera loco. 

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