Adriana Abascal tiene una vida de novela, que sigue escribiendo, y el último episodio llegó por sorpresa. El 11 de diciembre, tras un año de relación con el príncipe Manuel Filiberto de Saboya, nieto del último Rey de Italia y jefe de la Casa de Saboya, anunció en un story de Instagram que tomaban caminos separados. Lo hizo con una fotografía realizada en abril, en Roma, en la que se miran a los ojos —parecía una declaración de amor, pero era el anuncio de una ruptura—, y un breve comunicado que compartió "con el corazón encogido": "Nuestro viaje juntos ha llegado a su fin. Los próximos capítulos permanecen sin escribir, sostenidos suavemente entre lo que fue y lo que puede venir".
La noticia se abrió camino de inmediato y saltó a titulares, aunque, pocos minutos después, Adriana borró el mensaje —también las fotos en las que aparecían juntos—, dando paso al misterio. ¡HOLA! preguntó a su entorno cercano y nos dijeron que "la pareja atraviesa una crisis que no siente como una ruptura definitiva, más bien, un momento de reflexión".
Seguimos indagando en su círculo más íntimo y averiguamos que la ruptura es definitiva, lo que nos lleva a pensar que el mensaje desapareció no porque se arrepintiera, sino porque alguien le pidió que lo eliminara.
En cuanto al motivo que les ha llevado a tomar caminos diferentes, esta es la conclusión: Manuel Filiberto sigue sin pedir el divorcio y Adriana no quiere tener una relación con un hombre casado. Oficialmente, es el marido de la actriz francesa Clotilde Courau, madre de sus hijas, Victoria y Luisa (que estudia en España), y no hay indicios de que esto vaya a cambiar. De hecho, al inicio de su noviazgo, se desataron rumores de infidelidad, ya que no había hecho público que llevaban separados desde 2021.
"La situación (Manuel Filiberto en una relación extramatrimonial) no concuerda con los valores de Adriana", nos dice una amiga de la empresaria. "Pensaba que al llevar tantos años separado se iba a divorciar, pero no fue así y, después de doce meses juntos, no quiere ser la amante ni prestarse a cometer adulterio. Es una mujer que va a la iglesia, que comulga, que no se pierde una Misa de Gallo y viaja con un altar en la maleta, al igual que los toreros". Y añade: "Para una persona tan creyente, no ha debido ser fácil haber vivido esta situación. Es cierto que ha estado casada con Juan Villalonga, padre de sus tres hijos, y el empresario francés Emmanuel Schreder, que venían de otros matrimonios, pero con ellos fue la novia y después la mujer".
Adriana viene de una familia de tradición muy católica. Su abuelo Ramón Abascal Rente —nació en Asturias y llegó a México con 16 años— construyó la mayoría de las iglesias y colegios católicos en Veracruz y tuvo nueve hijos. Tenían capilla en casa, iban a misa a diario y para todos ellos la vida giraba alrededor de la iglesia. También para Adriana, que fue educada por su familia en la misma fe y con los mismos valores.
Estaban muy enamorados, tenían planes de vida, incluso estaban ilusionados con la compra de una casa en México y celebrar juntos su primera Navidad, pero por encima de todo están los principios de Adriana. "No quería estar con un hombre casado que encabeza una orden religiosa. Es una mujer que respeta enormemente el legado de sus antepasados y sentía de alguna forma que los estaba deshonrando", concluye su amiga.
Abascal es una mujer en continua evolución. En sus otras vidas fue reina de la belleza (coronada "Miss México" en 1988), modelo, actriz, productora de telenovelas de gran éxito, presentadora de televisión (nominada a un Emmy) e incluso hizo pinitos como escritora… Y ahora es empresaria (está al frente de Maison Skorpios, su firma de calzado de lujo), curadora de arte y, sobre todo, una madre devota de Paulina, Diego y Jimena, que son los amores de su vida, su prioridad y "mi mayor tesoro".
Y ahora la vida sigue. Es un nuevo comienzo para Adriana. Como dijo en su mensaje de ruptura: "Los próximos capítulos permanecen sin escribir".






