Tamara Falcó nos habla como nunca de su camino espiritual: "Vuelves con la mirada cambiada, más consciente, más serena y con el alma llena"


"Te cambia para siempre", nos dice la marquesa de Griñón


Tamara Falcó© Valero Rioja
15 de diciembre de 2025 - 6:00 CET

Más allá de los focos y las alfombras rojas, Tamara Falcó destaca no solo por su gran carisma, sino también por su gran solidaridad y compromiso. La Marquesa de Griñón nos recuerda que cada gesto cuenta y que el tiempo dedicado a los demás es el mayor lujo. “Cuando entregas tu tiempo y tu energía, siempre vuelve algo que te llena el alma”, nos confiesa en un sincero testimonio para conmemorar el Día de los Voluntarios, celebrado el 5 de diciembre.

Tamara Falcó© Valero Rioja

La hija de Isabel Preysler ha mostrado una gran sensibilidad desde que era pequeña. Con tan solo ocho años y tras conocer la gran labor de Mensajeros por la Paz, organización presidida por el Padre Ángel, cedió una hucha de cerdito que le había comprado su padre -el recordado Carlos Falcó, Marqués de Griñón- para ayudar así a los más desfavorecidos. Un primer gesto que marcaría un antes y un después.

Para Tamara, servir y acompañar es una forma de descubrir que la verdadera grandeza no está en lo que se posee, sino en lo que se entrega y eso lo ha podido descubrir a través de vivencias tan especiales y transformadoras como su viaje a Mozambique, donde pudo descubrirse a sí misma. “Fue, sin duda, un viaje que me reordenó la mirada y me recordó que la esperanza tiene una fuerza increíble, incluso donde parece haber muy poco”, recuerda. Pero sin duda, Lourdes, fue su punto de inflexión. Allí pudo encontrar refugio y paz después de un complicado momento personal. “Se crea un vínculo muy especial entre los enfermos y los voluntarios, un clima de ternura y de fe que no se vive en ningún otro lugar”, afirma reforzando su compromiso con los demás.

Tamara Falcó e Íñigo Onieva© @tamara_falco
La pasada Semana Santa peregrinó junto a su marido, Íñigo Onieva, al santuario de Medjugorje, en Bosnia-Herzegovina

Madre Teresa

¿Qué significa para ti la palabra voluntariado?

Para mí, el voluntariado es dar… y recibir multiplicado. Cuando entregas tu tiempo y tu energía, siempre vuelve algo que te llena el alma. Además, te abre los ojos a realidades muy distintas a la tuya y te hace valorar muchísimo más tu propia vida, tus circunstancias y todo lo que das por hecho en el día a día.

¿Hubo alguien que te inspirara a dar este paso? 

El ejemplo de la Madre Teresa de Calcuta siempre ha sido una inspiración inmensa, por cómo vivía la entrega y la compasión. También me inspira muchísimo el padre Ignacio María Doñoro, que está en misiones en Perú y dirige el Hogar Nazaret. Su labor es impresionante: rescata a niños víctimas de la trata, muchos de ellos con discapacidad, que pueden ser vendidos por sus propias familias para el tráfico de órganos. Cuando él se encontró con esa realidad tan dura, decidió quedarse en Perú para protegerlos y darles un hogar seguro. Allí acoge a pequeños con historias muy difíciles y les devuelve la dignidad, el cariño y la oportunidad de empezar de nuevo. Además, admiro profundamente a quienes hacen voluntariado cerca de nosotros, como Aline Finat en la Orden de Malta junto a su marido, Javier, o los voluntarios que sostienen el proyecto Amor Conyugal. A veces se nos olvida valorar a la gente que está aquí mismo, entregándose cada día. Hace muy poco estuve también en la escuela de cocina Vrúlée, donde forman a personas con discapacidad para trabajar en hostelería. Fue una experiencia preciosa y muy esperanzadora. Y no puedo dejar fuera a los voluntarios de Radio María. Su programación es maravillosa, yo la utilizo muchísimo y me parece un ejemplo precioso de servicio. En conjunto, todas estas personas te hacen volver a creer en la humanidad. A veces, las noticias solo destacan lo que va mal en el mundo, pero existe muchísima gente buena que regala su tiempo, su talento y su entrega. Eso llena de esperanza. 

Tamara Falcó en Lourdes© Agencias
Tamara Falcó ha realizado voluntariados en Mozambique y en el santuario de Lourdes como dama hospitalaria

Un regalo enorme

A lo largo de los años has colaborado en Lourdes como dama hospitalaria, un lugar con un fuerte valor espiritual. ¿Qué te aportó esa experiencia en lo personal y cómo cambió tu manera de valorar las cosas cotidianas?

Cuando visité Lourdes estaba atravesando un momento personal muy complicado, y tuve la suerte de tener como jefa de grupo a Natalia Onieva. Me vi muy reflejada en su historia y vivimos un acercamiento precioso delante de la gruta, que para mí fue un regalo enorme. Además, conocer a personas que dan su tiempo con tanta alegría —como los voluntarios que acompañan a los enfermos año tras año, que saben sus nombres, sus historias y se preocupan de verdad por ellos— te toca el corazón. Ver esa entrega tan sencilla y tan auténtica te llena el alma y te hace mirar tu propia vida de otra manera: con más gratitud, más calma y más conciencia de lo realmente importante.

¿Cómo viviste el contacto con las personas que acudían allí en busca de apoyo y esperanza?

Para mí, el contacto con las personas que van a Lourdes en busca de apoyo y esperanza fue profundamente transformador. Escuchar sus historias, acompañarlas en los traslados, ver cómo confían, cómo rezan y cómo, a pesar del dolor, mantienen una fuerza increíble… te conmueve muchísimo. Se crea un vínculo muy especial entre los enfermos y los voluntarios, un clima de ternura y de fe que no se vive en ningún otro lugar. Y creo que quien quiera entender de verdad cómo se vive Lourdes puede hacerlo viendo el documental Hospitalarios: Las manos de la Virgendirigido por mi amigo Jesús García, que además fue testigo de nuestro matrimonio junto con la tía Natalia por parte de Íñigo. Él consiguió reflejar en ese trabajo algo que yo también experimenté allí: que Lourdes no solo habla de la sanación física, sino sobre todo de una sanación del alma. Para muchos, estar allí es encontrar consuelo, luz y una paz profunda que solo la Virgen María puede dar. Es un lugar donde te acercas al dolor de los demás pero también a su esperanza… y eso te cambia para siempre.

Tamara Falcó en una ponencia sobre religión© Agencias

Además, también has viajado a Mozambique para ayudar. ¿Cómo te marcó ese viaje y qué recuerdos guardas de esa experiencia?

Mozambique fue un antes y un después. Es uno de esos viajes que te marcan para siempre. El contraste entre mi vida —o la vida de la mayoría de personas que conozco— y la realidad de muchos niños y familias en la zona donde estuve era enorme: allí carecían de medios básicos para subsistir, y aun así irradiaban una alegría y una gratitud difíciles de explicar. La Casa do Gaiato, donde estuvimos, fue fundada en 1940 por el padre Américo, un hombre valiente que levantó este proyecto para acoger, educar y acompañar a niños sin familia ni recursos. Con el tiempo, la institución se extendió a varios países, incluido Mozambique. Actualmente, el centro que visitamos está dirigido por el médico español José Manuel Hoyos de los Ríos, que continúa esa labor con una entrega admirable. Y tuvimos también la ocasión de viajar con la doctora Elena Barraquer, que regala su tiempo y su talento para operar la vista a los niños. Verlos recuperar visión gracias a ella fue emocionante.
Pero lo que más me marcó fue la sonrisa de los niños. Niños que habían vivido historias durísimas, y aun así… reían. Jugaban al fútbol, compartían sus juguetes como tesoros, se cuidaban unos a otros como auténticos hermanos. Eran una familia. Y ver cómo aprovechaban cada pequeña cosa que la Divina Providencia ponía en sus manos con tanta ilusión y gratitud te cambia por dentro. Fue, sin duda, un viaje que me reordenó la mirada y me recordó que la esperanza tiene una fuerza increíble, incluso donde parece haber muy poco.

¿Hay algún objeto, recuerdo o gesto que te trajiste de Mozambique o de Lourdes y que aún conserves como símbolo de la experiencia?

De Mozambique me traje los recuerdos en el corazón. Allí todo lo que viví —las sonrisas de los niños, la alegría, la sensación de familia— se me quedó grabado para siempre. Y de Lourdes, además de esos recuerdos que también llevo muy dentro, me traje dos cosas muy especiales: agua bendecida y una medalla preciosa que me regaló mi querida Natalia Onieva. Son pequeños detalles, pero para mí tienen un valor enorme.

Tamara Falcó durante su voluntariado en Mozambique© Víctor Cucart

¿Qué emociones te despiertan al volver a casa después de una experiencia de voluntariado intensa?

Sobre todo, agradecimiento. Agradecimiento por lo que vives, por lo que aprendes y por todas las bendiciones que tenemos aquí y que a veces damos por hechas. También vuelves con la mirada cambiada, más consciente, más serena y con el alma llena. Y es imposible olvidar las sonrisas de esas personas maravillosas con las que compartes el camino; no es que las “dejes atrás”, pero sí que te llevas dentro su fuerza, su alegría y su forma de mirar la vida. Siempre he pensado que ojalá todos los jóvenes pudieran vivir algo así. El voluntariado en el extranjero implica un esfuerzo económico grande y sería precioso que existiera una fundación que ayudara a los jóvenes a conocer estas misiones extraordinarias que hay repartidas por todo el mundo, muchas de ellas fundadas por españoles. Creo que tenemos en España un alma muy orientada a la entrega y al servicio al prójimo; se ve en nuestra sanidad, en nuestros servicios sociales y, en general, en la forma que tenemos de cuidarnos los unos a los otros. Estas experiencias, especialmente cuando eres joven, te acompañan toda la vida. Y son también una manera de combatir ese materialismo tan presente en nuestra sociedad, que tantas veces deja un vacío interior enorme. Al final, el voluntariado te devuelve muchísimo más de lo que das: como dice Jesús en el Evangelio, “lo que hiciste con uno de estos pequeños, conmigo lo hiciste”. Y Dios, con su delicadeza infinita, siempre devuelve el ciento por uno.

Tamara Falcó en su ponencia durante el Congreso mundial de familias en Mexico© Agencias
En una imagen de archivo en 2022

También colaboras con Mensajeros de la Paz. ¿Qué huella han dejado estas experiencias en tu manera de entender la fe y la vida?

Para mí, el padre Ángel es un ejemplo clarísimo de que la fe puede mover montañas. Empezó cuidando a unos pocos huérfanos y, con los años, ha hecho crecer Mensajeros de la Paz hasta convertirlo en un proyecto inmenso que llega a personas de todas las edades y realidades. Su forma de vivir el Evangelio —siempre cercano, siempre al servicio y siempre buscando la dignidad de cada persona— es profundamente inspiradora. Su labor ha sido reconocida incluso por el Papa Francisco, que admira su capacidad de llevar consuelo allí donde hace falta. Además, tengo una relación muy especial con él desde que era niña. Siempre recuerda que, con ocho años, yo coleccionaba monedas de dos euros y guardaba todas en un cerdo de cerámica enorme que me había comprado mi padre en Talavera de la Reina. Fátima de la Cierva, que colaboraba con él, me contó todo lo que hacía… y yo decidí enviarle mi cerdito. A día de hoy aún lo recuerda —imagínate con todas las donaciones que habrá recibido—. El año pasado incluso me regaló una paloma para darme las gracias por aquel gesto. El padre Ángel es de esas personas que están siempre: da igual el momento, siempre tiene una palabra amable, siempre aparece cuando lo necesitas. Recuerdo que en la boda de Julio le pedí si podía venir a confesar a toda mi familia, y lo hizo sin dudar. Para mí es un santo en vida. Le tengo un cariño inmenso y ojalá todos tuviéramos esa capacidad de amar y de entregarnos como hace él. Todo esto me ha enseñado que la fe no es una teoría sino algo que se vive. Está en los gestos concretos, en la disponibilidad, en ver a Cristo en quien sufre y en servir con alegría. Cuando la fe se vive así, la vida se vuelve más profunda, más luminosa y más verdadera.

Tamara Falcó durante su voluntariado en Mozambique© Víctor Cucart

TEXTO

María Añover

FOTOGRAFÍAS

Valero Rioja / Víctor Cucart / Agencias / @tamara_falco

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