El calendario marca una fecha de celebración mayúscula. No es otra que el centenario de una de las sonrisas más icónicas y contagiosas de Hollywood: la de Dick Van Dyke. El legendario actor, inmortalizado por su carisma y su inconfundible 'claqué' como el deshollinador Bert en Mary Poppins y el ingenioso Caractacus Potts en Chitty Chitty Bang Bang, se une al selecto club de las estrellas que alcanzan el siglo de vida, y lo hace con una frescura mental y física que asombra. Nacido en un pequeño pueblo de Misuri en 1925, el camino de Van Dyke hacia el firmamento del cine fue tan improbable como la propia magia que desprendían sus películas. Las probabilidades de conseguir el papel principal en Mary Poppins eran, según todos los pronósticos, escasas. Se enfrentaba a nombres de la talla de Sean Connery y Cary Grant, mientras que su coestrella, Julie Andrews, por aquel entonces sin experiencia cinematográfica y embarazada de tres meses, competía con figuras como Judy Garland y Elizabeth Taylor.
Sin embargo, un golpe de destino, o más bien una sincera crítica, lo cambió todo. El joven Van Dyke, conocido por su éxito en The Dick Van Dyke Show, se atrevió a declarar en una entrevista que el entretenimiento infantil de la época no estaba a la altura. El mismísimo Walt Disney tomó nota de esas palabras y, ni corto ni perezoso, le llamó para ofrecerle el codiciado papel. Fue el espaldarazo definitivo a una carrera brillante que lo llevaría a ganar cuatro premios Emmy por su personaje de Rob Petrie.
La filosofía de la eterna juventud
A sus 100 años, el actor irradia la misma energía que lo caracterizó, un espíritu que ha plasmado en su reciente libro, 100 reglas para vivir hasta los 100: la guía optimista para una vida feliz . Una de sus reglas de oro es mantener el espíritu juvenil intacto. "Cuando llegas a los 100 años, hay muchas cosas que no funcionan muy bien", confiesa con su habitual sentido del humor, para añadir enseguida: "Pero a veces siento que tengo 15 años otra vez".
Este 'Peter Pan' de la vida real, que ha sobrevivido a mentores, compañeros de reparto y grandes estudios, es un testimonio de que la actitud es un pilar fundamental de la longevidad. Van Dyke mantiene un ritmo envidiable: acude al gimnasio tres veces por semana. Los médicos "no dan crédito cuando les cuenta que aún es capaz de tocarse los dedos de los pies al flexionar". Y si no hay gimnasio, practica yoga o estiramientos, y a veces, entre máquina y máquina, se permite improvisar unos pasos de claqué, recordando sus días de deshollinador o el inventor Caractacus Potts.
Los pilares de su vitalidad
Detrás de su inquebrantable vitalidad hay un nombre: Arlene Silver. La maquilladora, 45 años más joven, es su tercera esposa y, según el propio actor, una pieza clave en su fórmula mágica. "La conocí en 2006 y rápido se convirtió en mi alma gemela y el amor de mi vida. Sin duda, nuestro romance es la razón más importante por la que no me he marchitado y no me he vuelto un gruñón ermitaño", afirma.
Con cuatro hijos y siete nietos, el resto de la ecuación de su felicidad pasa por la risa y el tiempo en familia. "Siempre pensé que la ira es lo que devora a una persona por dentro. Y el odio. Nunca fui capaz de lidiar con el odio. Y creo que esa es una de las cosas que me hace seguir adelante", explica Van Dyke, un convencido de que reírse de casi todo es la mejor receta contra el estrés.
Sin miedo a hablar claro
A pesar de la imagen de "chico bueno" que proyectaba en la pantalla, Van Dyke no ha rehuido nunca los momentos difíciles. En los años 70, desarrolló una faceta menos conocida al convertirse en uno de los primeros actores de su generación en hablar abiertamente sobre su problema con el alcohol, transformándose en un defensor de la salud mental. Su honestidad es una cualidad que valora profundamente. El actor es consciente de que el paso del tiempo trae consigo sus retos. "El deterioro físico es algo muy certero," y aunque tiene problemas de audición, vista y sufre molestias físicas, no permite que eso lo defina.
"En gran parte, he llegado hasta los 99 porque me he negado obstinadamente a rendirme ante las cosas malas de la vida: los fracasos y las derrotas, las pérdidas personales, la soledad y la amargura, los dolores físicos y emocionales del envejecimiento", confiesa. No obstante, reconoce que la frustración existe: "Es frustrante sentirse menospreciado en el mundo, tanto física como socialmente" y confiesa que lo más duro es la soledad que deja la pérdida de sus amigos, que se han ido "uno por uno". "Es tan solitario como suena", lamenta.
Su gran arrepentimiento
Van Dyke siempre ha sido autocrítico, incluso sobre el famoso acento del West End londinense que destrozó en Mary Poppins. En 2017, al recibir un premio de la Academia Británica de Cine y Televisión (BAFTA), aprovechó para bromear sobre el tema. "Agradezco esta oportunidad para disculparme con los miembros de la BAFTA por haberles impuesto el acento cockney más atroz de la historia del cine", dijo entre risas.
En su eterna honestidad, también ha reflexionado sobre los errores de juventud. Su mayor arrepentimiento se centra en el tiempo que dedicó a su primer matrimonio con Margie Willett, madre de sus cuatro hijos. "Probablemente, descuidé a mi familia", reconoce. "Así que pasé la mayor parte de mi tiempo trabajando para salir de la pobreza. Me arrepiento de estar viajando y no con mis hijos todo lo que debía".
Pero fiel a su naturaleza optimista y resolutiva, el actor se encarga de compensarlo ahora. "Lo arreglé después. Mis hijos rondan los 70," y añade, "les doy trabajo a todos, hasta a mis nietos", demostrando que su química con el público infantil sigue intacta. En su hogar de Malibú, la ciudad que le ha dedicado una celebración de 17 días en parte para ayudar a los negocios locales a recuperarse de unos incendios, Van Dyke sigue disfrutando de la vida. Para él, estar vivo es como un "gigantesco parque infantil". Su visión, como él la llama, "llena de luz" y su eterno optimismo, es sin duda el verdadero "supercalifragilístico" secreto de su longevidad.














