Los salones del Palacio de Invierno de San Petersburgo todavía recuerdan el último vals del zar Nicolás II y su mujer, Alejandra Fiódorovna. Los Romanov aún no se habían encontrado con su trágico destino; y el poder y la grandeza de la corte imperial se reflejaban en la túnica (caftán) y cola (opashen) de brocado dorado de Nicolás y la corona (koruna) de estilo eslavo de la zarina, tan pesada que incluso inclinarse sobre su plato resultaba todo un reto.
Nicolás II había pedido a sus invitados viajar en el tiempo, hasta el reinado de Alejo I -el segundo Zar de la dinastía que durante tres siglos llevó las riendas de uno de los imperios más extensos del mundo-. No había escatimado en lujos -desde rosas traídas de Crimea a caviar y champán- y aquel Baile de disfraces, de 1903 (que duró dos días), se convirtió en un desfile de “las joyas familiares”, como escribiría uno de los asistentes. Puede que algunas de ellas fueran elegidas por Carl Fabergé, joyero de la Corte Imperial Rusa por el Zar, y conocido -mundialmente- como artífice de los legendarios huevos de Pascua.
La relación de la Casa Fabergé con la familia imperial rusa había comenzado mucho antes, en 1885, cuando Alejandro III -padre de Nicolás II- quiso hacer un regalo de Pascua a su esposa, la emperatriz María Fiódorovna: un huevo joya.
Entonces el joyero creó un huevo de oro cubierto de esmalte que, en su interior, guardaba una gallina dorada, una corona engastada con diamantes y un pequeño colgante en forma de huevo con rubí. Fascinados por la pieza, desde aquel momento, siguieron haciendo encargos a Fabergé, una tradición que continuaría Nicolás II, quien pediría dos huevos cada año: uno para su madre y otro para su mujer.
Una subasta histórica
La Casa Fabergé creó 50 huevos imperiales de Pascua, cada uno con un diseño único. No todos han llegado hasta nuestros días, faltan siete, pero uno de ellos acaba de hacer historia. El "Huevo de invierno" con el que el último zar felicitó a su madre en la Pascua de 1913 fue vendido este martes en Londres por más de 26 millones de euros, en una subasta organizada por la casa Christie’s.
Una joya con más de 4.500 diamantes -tallada en una base de cristal de roca- con copos de nieve de platino engastados con diamantes de talla rosa en su exterior; y, dentro, la tradicional "sorpresa": una pequeña cesta llena de anémonas de madera hechas de cuarzo blanco, nefrita y granates.
La subasta ha vuelto a traer de vuelta a la familia Romanov y a su legendario artista, que no sólo conquistó la corte rusa. Su influencia fue tal que llegó a ser joyero de la corte de la Casa Real de Suecia, Noruega y Reino Unido (un título que le concedió Jorge V), donde llegó a ser también el preferido de la reina Alejandra, como explicaba Kieran McCarthy, autor y comisario con Hanne Faurby de una exposición sobre los huevos que albergó el Museo Victoria&Albert hace unos años.
La Familia Real rusa y la británica estaban unidas por lazos de sangre. Alejandra era hermana de María Fiódorovna -ambas eran hijas del rey Cristián IX de Dinamarca-, y, por tanto, sus hijos, el rey Jorge V y el zar Nicolás II eran primos hermanos -de hecho, su parecido era innegable-.
María descubrió a su hermana el trabajo de Fabergé, quien llegaría a abrir una tienda en Londres, para "disgusto" de la zarina que se quejaba en una misiva de que ya no podía enviarle sus magníficos regalos: “tú ya lo tienes todo y yo nada nuevo que enviarte. Estoy furiosa”.
Un destino trágico
Todo cambió con el estallido la Primera Guerra Mundial. La Casa Fabergé "se reinventó". Consciente de que los tiempos eran extraordinarios fabricó jeringas para cubrir las necesidades del frente; y, en un intento de proteger a sus artesanos y trabajadores para que no fuesen enviados al campo de batalla, Carl se puso a producir casquillos de cebado para proyectiles de artillería. Sin embargo, aquello no evitó que perdiera a parte de su plantilla, entre ellos, uno de sus mejores talladores de piedra, Peter Debychev.
Y mientras el mundo se desangraba, en plena contienda, la Revolución de Febrero llega a Rusia (1917). El principio del fin de la Rusia de los zares. Se nombra un gobierno provisional, liderado por Aleksandr Kérenski, y el 2 de marzo, Nicolás II renuncia a sus derechos y a los de la dinastía.
La clase adinerada de Petrogrado, consciente de la fragilidad de un imperio que se desmorona y temerosa de perder sus propiedades, confiaba sus joyas a Fabergé para que las guardara en su caja fuerte -la más segura de la ciudad-. Sin embargo, unos meses más tarde la situación se agrava, y en septiembre Carl Fabergé abandona Rusia para siempre. Cae el gobierno provisional (huye al extranjero) y los bolcheviques toman el poder (la Revolución de Octubre).
Se organiza un nuevo traslado para Nicolás II y su familia -que habían sido enviados a Tobolsk, la capital de Siberia occidental- a Ekaterinburgo, con la idea de llevarlos después a Moscú. Pero se desata una Guerra Civil que precipita todo. Los bolcheviques, temerosos de una contrarrevolución y un posible intento de liberación del zar, toman la decisión de ejecutar a los Romanov el 16 de julio de 1918.
De madrugada, el oficial Yakov Yurovsky despierta al zar, la zarina y sus cinco hijos (el zarévich Alekséi y las princesas Olga, Tatiana, María y Anastasia), conduciéndolos al sótano de la casa Ipatiev, donde estaban retenidos en Ekaterinburgo, y disparan. Tras la muerte de su hijo, su nuera y sus nietos, María María Fiódorovna escapaba a la península de Crimea, y, de ahí, puso rumbo a su Dinamarca natal, donde fallecería diez años más tarde (tardaría casi ocho décadas en que se cumpliese su deseo de descansar, para siempre, en San Petersburgo junto a su esposo).
El Huevo de invierno que le regaló su hijo también tuvo un singular destino. En los años veinte, fue trasladado de San Petersburgo a Moscú, donde los bolcheviques lo pusieron en venta.
Fue un joyero londinense el que logró hacerse con la pieza y en 1949 se volvió a subastar en la ciudad del Támesis. No se volvió a saber nada de la joya hasta 1994, cuando fue subastado por Christie’s en Ginebra. En 2002, fue vendido, de nuevo, en Nueva York. Y ahora, ya tiene un nuevo dueño.













