Amaia Salamanca es una actriz de un talento descomunal. Pero Amaia Salamanca tiene un hándicap: su innegable y deslumbrante belleza (bendito problema, que diría aquel). Amaia Salamanca (39 años) debutó, creció y se hizo un destacado hueco en la industria hace ya dos décadas a golpe de éxitos televisivos (Sin tetas no hay paraíso, Gran Hotel...) y algún que otro taquillazo en cine (Fugas de cerebros). Hasta ahora, paradójicamente, ese 'encasillamiento' tan peculiar -que cualquiera en su profesión querría para sí- parece eclipsar lo sobresaliente de algunos de sus trabajos (no todos) frente a la cámara. A veces, da la sensación de que Amaia Salamanca tiene que luchar contra su propio estigma para ser reconocida como lo que es: una intérprete de primerísimo nivel (lo que todavía, a la vista está, muchos no han descubierto).
Se lamentaba Demi Moore (62) hace unos meses, durante su emocionante discurso el pasado enero al recoger su merecido Globo de Oro 2025 por La Sustancia ( The Substance ), que Hollywood le hubiera puesto siempre hasta entonces la etiqueta de actriz 'palomitera'. Esto es: eres perfecta para hacer un 'blockbuster', pero olvídate de aspirar a los premios 'serios'. Pues algo así ocurre en España con Amaia Salamanca. Nunca le faltarán proyectos, la mayoría de alto presupuesto, por lo que tal vez el hacer cosas más modestas (no por ello menos buenas) le favorezca más a la hora de conseguir el aplauso unánime no solo de la crítica y del público, sino de sus propios compañeros de oficio y de la gente del séptimo arte (actores, directores, productores...).
Y de repente llegó 'Siempre es invierno'
Y mira tú por donde, ese es precisamente el caso que nos ocupa. De repente llega Siempre es invierno, y la actriz madrileña hace saltar por los aires cualquier mantra o cliché que le hayan puesto hasta la fecha. Aprovechando el título de la película, podemos asegurar que Amaia Salamanca no nos deja nada fríos. Tanto es así, que abrimos un melón nunca antes abierto con ella: ¿Por qué esta vez, no, una nominación al Goya? Nadie con un currículum como el suyo puede sentirse infravalorada (faltaría más, porque sería un disparate), pero es verdad que cuando hablamos de los premios que otorga la academia de cine, es otro estadio.
Ya en 2009, Amaia Salamanca nos dejó con la abierta en No estás sola, Sara, si bien aquello era un telefilme para TVE que bien podría haberle valido al menos un premio Iris. Y también es cierto es que en la estantería de su casa tiene algún que otro galardón (de menor enjundia, eso sí), como cuando obtuvo el TP de Oro en 2012 o fue candidatura a la Ninfa de Oro del Festival Montecarlo ese mismo año, e incluso cuando estuvo de cerca de lograr el que otorga la Unión de Actores y Actrices. Todo eso no es ni mucho menos desdeñable, pero creemos firmemente que llegó el momento de su candidatura para optar al 'cabezón'.
El mérito de Amaia Salamanca en bordar este nuevo personaje es mayúsculo. Para empezar, en Siempre es invierno solo tiene delante (entiéndase la ironía) a un tal David Verdaguer (42 años), si duda uno de los actores más brillantes que ha dado este país de un tiempo a esta parte (a él si le han dado ya unos cuantos premios, y de los gordos). Pero también tiene Amaia Salamanca al lado a una tal Isabelle Renauld (58), que solo es una de las grandes damas del cine francés (El señor Ibrahim y las flores del Corán, La eternidad y un día). Pues con esos dos monstruos de la actuación rodeándola y arropándola, Amaia Salamanca se agiganta.
Cuando quieres mucho a una persona a la que no quieres hacer daño
En su personaje de Marta, la actriz no solo nos conmueve hasta la médula con una actuación soberbia, sino que consigue algo dificilísimo: hacer que un rol secundario como es el suyo deje un poso tan grande que después articula toda la trama. Aunque no esté en pantalla, siempre está presente. Logra sacar adelante con maestría un personaje nada agradecido a ojos del espectador, puesto que viene a ser un poco la 'mala' de la película. Aclaramos, no es la malvada bruja de cuento. sino todo lo contrario, pero sí es la que provoca -muy a su pesar- el dolor y la tristeza del protagonista. Ahí está lo complicado del asunto para ella. Cómo meterse en la piel de alguien que quiere muchísimo a una persona, y que lo último que quiere (valga la redundancia) es hacerle daño.
Por eso Amaia Salamanca emerge con este papel como pocas veces la hemos visto. Porque su angustia, su fragilidad y su tormento interior están magistralmente plasmados. Porque su belleza griega, como se dice de ella en la propia película, aquí pinta lo justo (por no decir nada). Marta, su personaje, es una exbailarina profesional de ballet que vio truncada su carrera y sus sueños por un problema en las rodillas. Marta quiso después ser actriz, pero tampoco lo logró; y Marta acabó finalmente de ayudante insatisfecha de su novio arquitecto. Por lo que le dicta su corazón, Marta tendrá que dejar al hombre que le ha hecho reír durante cinco años y con el que estaba feliz. Y Amaia Salamanca nos brinda una Marta que nos cautiva. Una Marta que no ocupa más que una tercera parte del metraje, pera da lo mismo. Tampoco lo hacía Penélope Cruz en la Vicky Cristina Barcelona (2008) de Woody Allen y ganó el Oscar.
David Trueba, el culpable
Buena parte de culpa de la excepcional labor de la actriz la tiene un tal David Trueba (56 años), que vuelve a demostrar su estilo único y personalísimo con historias íntimas que deambulan de lo trágico a lo cómico sin artificio alguno. Sabe el menor de los hermanos Trueba sacar lo mejor de sus actores y actrices, y no hay más que echar un vistazo a su filmografía (Vivir es fácil con los ojos cerrados, Soldados de Salamina). Con Verdaguer, por cierto, repite en Siempre es invierno tras recrear juntos la vida del mítico Eugenio en Saben Aquell (lo que le valió en 2024 el Goya al actor catalán).
Ahora, podíamos prever de antemano que Verdaguer estaría inconmensurable, y ¡equilicuá!. Aquí, como si del más hilarante y torpón Peter Selllers (El guateque, La pantera rosa) se tratara, su 'savoir faire' -como algunos dirían en Lieja, donde se desarrolla la historia principal- da para unas cuantas e intensas carcajadas. Verdaguer es Migüel, sí, con diéresis, porque así es como se pronuncia su nombre cuando le llaman los belgas que se le presentan durante sus peripecias. Es, para su desgracia, un tipo que lleva de manera continua (metafóricamente hablando) una nube gris lloviendo sobre la cabeza.
Su historia de desamor empieza desde el segundo uno de la película. Es un simple mensaje de móvil que supone un golpe de efecto tremendo -y que no desvelaremos- el cual te sumerge de lleno en su amargura y sus andanzas. Y luego está Olga, una mujer hecha y derecha que romperá por completo los esquemas y prejuicios de Miguel para poner su mundo patas arriba. Una mujer madura, culta y maravillosa que libra sus propias batallas frente a una soledad bien entendida por ella, pero no siempre bien asimilada por los que la rodean.
En definitiva, Siempre es invierno nos gusta. Explora el drama de muchos temas universales relacionados con lo más profundo del ser humano, y lo hará sin borrarte en ningún momento la sonrisa. Evidentemente se nota que Trueba también es guionista para adaptar fielmente a la gran pantalla su propia novela, Blitz (palabra alemana que en este caso significa algo así como 'relámpago'). No nos atrevemos a decir si es esta su obra cinematográfica más especial e intimista de las once que ha dirigido desde que empezara en esto hace ya treinta años, pero que su última película consigue despertar una enorme empatía por parte de este que escribe, eso por descontado.
'La crítica del que sabe' es una columna de opinión de Martín Gálvez Piqueras, periodista y experto en cine de HOLA.com, el portal web de la revista ¡HOLA!













