La noticia de la reciente hospitalización de Brigitte Bardot en la Costa Azul, aunque ella misma la haya zanjado con un tajante "estoy bien y no tengo intención de irme", es un recordatorio de que la juventud eterna solo existe en el celuloide. Bardot, la mujer que definió el mito erótico de la Francia yeyé, hoy vive una vejez de reclusión y polémica, un final que contrasta brutalmente con la libertad sexual que ella misma se encargó de inaugurar. Su figura siempre fue la antítesis de su más que coetánea Sophia Loren, nacida el mismo día del mismo año 28 de septiembre de 1934.
Si la italiana era la explosión mediterránea y la mujer clásica, BB era la belleza solar, rubia y pícara, la que significaba un cambio de belleza, de feminidad, de vestir, de ser, de juventud y de rebeldía frente al sistema de pensamiento aún decimonónico que parecía no querer diluirse a mitad del siglo pasado. Ella significó una revolución y se hizo tan famosa que no necesitaba ni nombre ni apellido; bastaba con unas iniciales para identificarla: BB.
Cuando estalló la bomba, el mundo no estaba preparado. Y la bomba se titulaba: Y Dios… creó a la mujer (1956). El filme que la lanzaba a la fama provocaba un estruendo mayor que el de las islas Bikini, precisamente el archipiélago atómico que dio nombre a las dos piezas que se convirtieron en la seña de identidad de esta francesita: el bikini, que popularizó globalmente. Las críticas fueron atroces: "Más vale ir a un strip-tease de Pigalle", o "Por suerte para la reputación del charme francés, esta película no tiene ninguna posibilidad de proyectarse fuera de nuestro país”. La película, dirigida por el que era su marido, Roger Vadim (se casaron en 1952, cuando ella tenía 18), desmoronó la moralina. En Estados Unidos, las manifestaciones se sucedieron con una virulencia atroz, con arrestos de empresarios de salas y distribuidores que se rebelaban contra el Código Hays porque querían proyectar aquel terremoto sensual y aquella independencia. El New York Times escribió: “Inmoral de la cabeza a los pies”, y de Cleveland a Memphis se luchaba por frenar aquella espontaneidad. En España, fue un despropósito: la película no se estrenó hasta 1971, 15 años después de su boom mundial.
Era normal en cierta medida. Cuando Bardot dejó que su vientre liso y sus caderas se movieran al ritmo de la música, al tiempo que su pelo rubio más despeinado que nunca se le quedaba prendado al carmín de aquellos labios prominentes, el planeta se volvió literalmente loco. Ni lacas, ni corsés, ni vestidos entallados, ni altos tacones: Brigitte Bardot con sus bailarinas, su pelo suelto mal cortado, sus pantalones Capri, sus camisetas Navy se adelantaba cinco años a la Lolita de Nabokov. A sus 22 años, era un mito sexual y eso significaba un cambio de ciclo: las adolescentes tendrían el poder.
La intelectualidad de la época, lejos de censurarla, la celebró. Simone de Beauvoir, la mujer de Camus, respondió a los censores burgueses definiéndola como “la locomotora de la historia de las mujeres”. ¿Por qué tanta devoción? Porque, como el personaje de su marido en El extranjero, BB vivía el mundo a través de sus sentidos. Para Beauvoir, "Su forma de entender la libertad es existencial". Bardot siempre despreció el maquillaje, las joyas o las alfombras rojas. Despreciaba el éxito y los llamados peajes del éxito. Y tanto amaba su libertad que nunca se ató a un hombre.
Ella se convirtió en el arquetipo de la mujer que decide sobre su sexo. Pero su relación con los hombres era caprichosa y autoritaria. Ella amenazó a sus padres con meter la cabeza en un horno si le impedían estar con Vadim. Su matrimonio con Charrier terminó poco después de que, en el set de Y Dios... creó a la mujer, iniciara un tórrido romance con su coprotagonista, Jean-Louis Trintignant. La situación era insostenible, y el director, Vadim, simplemente lo permitió, más interesado en terminar el filme que en definir lo que eran o si su amor valía más que un aplauso. Ella amaba y amaba. Y dicen que tuvo hasta cien amantes, y a todos los deseó con una intensidad incomparable. Disfrutó de su libertad sexual como pocas en su época, pasando por sus sábanas Jacques Charrier (con el que tuvo a su único hijo, Nicolas Jacques, un niño del que apenas se ocupó), Sacha Distel, Warren Beatty y Serge Gainsbourg, quien compuso para ella la mítica Je t'aime moi non plus (aunque luego la cantara con su segundo amor). Su matrimonio con el millonario playboy Günther Sachs (1966-1969) es otra leyenda, con Sachs regalándole un diamante valorado en más de un millón de euros por su amor, y separándose después de que él mismo declarara que “Un año con Brigitte Bardot equivale a diez con cualquier otra mujer”.
A pesar de su éxito, la carrera de Bardot fue breve. En 1973, a los 38 años, anunció su retirada del cine, harta de la vida superficial como si el mito fuera demasiado grande para una mujer de 1,66 metros. Desde que se retiró, con 38 años, el mito sexual europeo ha vivido prácticamente recluida en su mansión de La Madrague, en Saint-Tropez. Su vida dio un giro de 180 grados: se dedicó a luchar en defensa de los animales, una causa que abrazó para dar un sentido a su existencia, llegando a declarar su odio a una gran parte de la especie humana, sintiéndose "mucho más cercana a la naturaleza y a los animales que al hombre". Ella es, como la llaman en el país vecino, La Stalin de los pajaritos porque ahí comienza la gran paradoja de Bardot. La mujer que fue el símbolo de la liberación sin límites es hoy una figura polémica por su deriva ultraconservadora y sus posturas políticas. Odiar al hombre al final ha derivado a odiar a unos tipos de hombres, definidos por un complexión física, un color u una orientación sexual diferente a la norma. Ella, que odiaba tanto las normas, que inventó una nueva mujer, terminó condenando lo que ella misma ayudó a crear. “Miro mis viejas fotos y pienso que esa chica tan mona no soy yo. Mi vida hoy es otra”. Y sí, desgraciadamente, sin estar en su piel muchos otros también lo pensamos. Quizás su legado es la prueba de que el verdadero inconformismo puede llevar tanto a la liberación estética como al exilio ideológico. O que, como ella misma dijo pudo haber sido “muy feliz, muy rica, muy guapa, muy adulada, muy famosa y muy infeliz”. Y la infelicidad produce monstruos más que la locura.
El cuerpo desnudo de Brigitte Bardot inspiró al escultor Alain Gourdon para el busto de Marianne, el símbolo nacional francés. Hoy, BB es la prueba de que, incluso la belleza más audaz, puede terminar eligiendo el silencio como su último y más triste refugio.











