Aunque siempre ha querido llevar una vida discreta y completamente alejada de los focos, su condición de ser 'hija de' no se lo ha permitido del todo y ha marcado su vida para siempre. Más aún si tu progenitor es un personaje público y de máxima relevancia en la historia de nuestro país, como es el caso que nos ocupa. Ella es María González Romero, la menor de los tres vástagos del que fuera figura clave de la política española y jefe del Ejecutivo durante más de una década y media.
Ha pasado ya mucho tiempo desde que la 'coach' y abogada de 47 años experimentara con su familia la vorágine de aquella época tan intensa y convulsa cuando su padre, Felipe González (83), era el presidente del Gobierno y líder de los socialistas de una por entonces joven democracia que aquí se vivía. Sin embargo, resulta imposible olvidar lo que tanto ella como su madre, Carmen Romero (78), y sus dos hermanos mayores -Pablo (53) y David (52)- fueron testigos de excepción en primera persona.
"Yo cumplí cuatro años en octubre y nos mudamos en diciembre", comienza diciendo María para ponernos en contexto del momento en que siendo aún muy pequeña se instaló con los suyos en la Moncloa. Fue en 1982, tras la victoria en aquel otoño del PSOE en las elecciones generales por aplastante mayoría. "Mi recuerdo es de estar en un espacio muy grande, y más a los ojos de una niña", apostilla sobre cómo lo impresionó nada más llegar el que era su nueva residencia.
Se trata de un testimonio inédito que la también escritora ha dado durante su participación en la nueva serie documental La última llamada, estrenada esta semana por Movistar+, que entrevista y profundiza en el lado más personal de los 4 expresidentes vivos: Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Hablando a cámara, la autora del libro Debajo de las palabras: Cómo la Comunicación No Violenta puede mejorar tu vida cuenta anécdotas y detalles hasta ahora desconocidos.
Un niña en palacio
Confiesa María que, mientras poco a poco se iban acomodando dentro de aquel enorme edificio oficial que les era tan ajeno, a veces se iba a "la escalera, allí sentada y llorando amargamente porque me había perdido. Yo solo quería volver a mi casa y aquello no tenía ningún sentido para mí". Es más, señala que "los muebles que teníamos" en su anterior vivienda en Sevilla "los trajeron a una habitación allí que había vacía, y ahí los metieron tapados con la típicas sábanas blancas para que no les entrara mucho polvo". De vez en cuando, explica que "ocasionalmente entraba" en dicho cuarto "y me sentaba en un sofá como para tener así la sensación de hogar" que había perdido.
Efectivamente, el propio Felipe González admite durante la grabación que "mi hija pequeña fue la más afectada" por el cambio de domicilio que tuvieron que afrontar. "Ella no sabe que yo lo pienso, pero con esa edad estaba en un lugar que le hizo perder la conciencia de que antes había vivido en otro sitio hasta que fue a la universidad". Es decir, que María prácticamente se crio entre los muros del palacio ya que pasó su infancia y buena parte de su juventud allí durante 14 años, y no lo abandonó hasta que alcanzó la mayoría de edad y comenzó a estudiar la carrera, cuando su padre dejó su cargo en la política.
Curiosamente, aunque lo lógico es pensar que el cambio era a mucho mejor, no es oro todo lo que reluce. Al parecer, y esto es algo que llamada poderosamente la atención, la -en teoría- lujosa casa del máximo responsable gubernamental estaba "absolutamente destartalada y no funcionaba nada". Lo desvela María Ángeles López de Celis, quien fue secretaria de la Moncloa del 78 al 2010, en la citada docuserie.
"Si estaba la gente trabajando, y en la vivienda enchufaban la plancha, se iban los plomos. No estaba en absoluto preparado para ser una sede como corresponde a una presidencia del gobierno", subraya. Un hecho que, además, corrobora el exlíder socialista, casado en segundas nupcias desde 2012 con Mar García Baquero:: "Aquello era realmente de cartón piedra", describe sobre el edificio.
Por otro lado, en cuanto a cómo era la convivencia con el personal de la Moncloa, explica López de Celis que "en la parte de abajo" estaban los empleados "y en la arriba vivía la familia. Había una interconexión. Intentábamos guardar mucho respeto a su intimidad, pero era muy difícil porque todos entrábamos y salíamos por la misma puerta".
Así vivieron la etapa más dura por el terrorismo
"Recuerdo mucho de esos años el tener muy presente que ETA mataba con frecuencia y que, entre sus objetivos, también estaba mi propia familia", se lamenta María González. "Y por más que hubiera mucha seguridad a nuestro alrededor, al irme a dormir por las noches tenía ese miedo". Es decir, que "si no habían llegado todavía a casa (sus padres), no podía dormir hasta que no les oía", relata. "Mi madre, en concreto, siempre pasaba por la habitación para darme un beso aunque estuviera dormida, pero yo me mantenía despierta hasta que escuchaba los tacones por el pasillo", narra.
Paralelamente, en la lucha contra la banda terrorista, otro frente que se le abrió al expresidente fue el tema de los GAL (la llamada guerra sucia contra los etarras), lo que supuso una de las mayores crisis para el gobierno de entonces. "Fue una etapa difícil porque lo percibíamos con mucha sensación de desequilibrio y de injusticia", admite la que es licenciada en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid. "No sé quizá era mi propia percepción, pero en lo que yo he vivido, creo que el suyo era el trabajo más solitario del mundo", enfatiza.
Sobre cómo percibían todo aquello en el seno de su hogar, cuenta que "en los momentos que compartíamos en familia, el desayuno y la cena, que era lo que solíamos hacer juntos, no recuerdo que mi padre nos hablase de lo que había sucedido en el día o de sus preocupaciones. Al contrario, se metía para dentro y se mostraba bastante silencioso".
Casada y con tres hijos, la que a su vez fue coordinadora del gabinete de su progenitor durante 9 años también ha hablado de la personalidad de su padre, ineludiblemente marcada por el lugar que le vio nacer. Cuando eta un niño, "él era muy de estar tiempo consigo mismo y con sus cosas. Y eso luego tiene que ver con su relación con la responsabilidad y con el trabajo", afirma María González. "Mi abuelo tenía unas cuantas vacas y vivían de la leche, el queso y lo que dieran", añade. Cuenta que cuando el patriarca veía "jugando a lo chiquillos" por delante de la casa, "les decía: ¡qué pan más a lo tonto coméis!". Una expresión que se refiere a que estos debían trabajar y esforzase más para ganarse el jornal.
La pasión de su padre por los bonsáis
La que es mediadora civil, familiar y mercantil también ha comentado la conocida afición de Felipe González por los bonsáis, a raíz de la cual este forjó amistad con el experto en naturaleza y paisajista Luis Vallejo. "Hicieron un tándem muy interesante porque los dos, en alguna medida se parecen", recuerda.
"Se llevaban muy bien ya que ambos son dos introvertidos de libro, y estaban muy a gusto juntos en silencio.. podando durante tres horas", explica con una sonrisa. "Hicieron un huerto también, explotando ese lado de campo que tiene mi padre y esa necesidad de empezar y terminar los proyectos, Es decir: plantar, germinar, salir y recoger", señala. Además, "creo que lo necesitaba porque era de los pocos momentos que tenía de descanso", concluye.