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Una maldición con vocación de eternidad

Los verdaderos herederos de James Dean en Hollywood 70 años después de su trágica muerte


Crónica de un Mito Inmortal en la Era del 'scroll'


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Luis NemolatoDirector especiales ¡HOLA!
3 de octubre de 2025 - 6:26 CEST

Detente un instante. No mires el reloj. Déjate llevar al albur del tiempo porque éste es un espacio para la leyenda y lo que vamos a desentrañar aquí no es historia, sino la fórmula química de la inmortalidad. Una inmortalidad cool. Hace setenta años, el destino decidió que la obra cumbre de James Dean no sería el celuloide, sino su propia desaparición. No la joya cinemaxista que es Rebelde sin causa, ni la épica bíblica de Al este del Edén. Su obra maestra fue el final abrupto, ese fatídico septiembre de 1955 en la Ruta 466, a bordo de su Porsche 550 Spyder, bautizado con la profética ironía de "Little Bastard". La muerte no fue un desenlace; fue un neologismo, un ascenso repentino al Olimpo estético. Quedó congelado para siempre en el punto exacto de la juventud furiosa, un ángel retro y ahora neopunk con una camiseta blanca que gritaba al mundo: “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”.

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Hace unos años, disculpa por esa anécdota personal, tuve la oportunidad de vivir un momento único, un desfile de Alta costura del ya desaparecido Giorgio Armani. No lo hacía solo, sino acompañado de estrellas de todo el mundo, también españolas. Estrellas teen, concretamente. Nuevas generaciones de la pantalla televisiva (entonces). Y en el momento final del desfile, el genio piacentino de mirada de color acero decidió salir al centro del espacio (L’Arsenale di Venezia), del brazo de Sophia Loren, la gran diva viva del cine, protagonista de Matrimonio all’italiana, Arabesco o La condesa de Hong Kong o Los girasoles. A mi, me faltaba como el aire mientras que mis compañeros de grada respiraban con toda tranquilidad deseosos de que aquellos dos vejestorios les dejaran vía libre para huir y fumarse un piti. Ninguna sabía quién era aquella mujer de melena pelirroja, ojos de gacela y boca extremadamente grande. Ni siquiera la recordaban por haberla visto en alguna pared de algún restaurante italiano a lo largo y ancho de este mundo. Nada. 91 años de leyenda y éter. Dean, al que se le relacionó con otra italiana por cierto, la dulce Pier Angeli, no tuvo tiempo de caer en la mediocridad o en el sobrepeso de la vejez hollywoodense, un destino mucho más real, y quién sabe si cruel, que un choque frontal en una autopista. Su fugacidad lo hizo esencial. Es la prueba irrefutable de que, a veces, la mejor manera de vivir es no quedarse. Y por eso, setenta años después, su silueta denim es la moda más cara del planeta, el fantasma más influyente en la cultura pop.

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El magnetismo de Dean no residía en su belleza (aunque sus ojeras, su cigarrillo en la comisura de los labios y ese aura de ashtrayman de cuarto oscuro lo convertían en objeto de deseo de cualquier calendario noir), sino en una actuación sísmica que resonó con el dolor sordo de la posguerra. Él no era el héroe de mandíbula cuadrada de los años 50. Era la encarnación del método, el existencialismo turbio que se manifestaba en cada tartamudeo, en cada mirada a través de su tupé. Lo que Dean introdujo en la pantalla fue la "Virilidad Vulnerable"; la idea revolucionaria de que un hombre podía ser poderoso sin ser monolítico. En Al este del Edén, su personaje, Cal Trask, un joven atormentado y ansioso por el amor paterno, suelta un grito que trasciende el guion: "Quiero ser querido. ¡Quiero que me necesiten!" Este es el núcleo de su rebeldía: no es una protesta contra la autoridad, sino contra la incapacidad de amar y ser amado. Convirtió la neurosis en un arma sexy.

Esta frecuencia inédita transformó inmediatamente a sus coetáneos. Marlon Brando, ya un titán, era el animal salvaje en las calles de Un tranvía llamado deseo; Dean le robó la frescura de la rabia, convirtiendo la agresión en lamento. Montgomery Clift encarnaba la angustia elegante, pero Dean le añadió la explosividad del peligro. A partir de él, la actuación no era recitar, era desnudarse emocionalmente frente a la cámara. Mítica es aquella actuación en el teatro del of broadway cuando, con solo una bata marrón de seda sobre su cuerpo enjuto, bailó como Salomé para Elia Kazan con tijeras en las manos…

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El verdadero genio de Dean fue su estilo como código fuente. Su aura, su postura de inconformismo y su ropa se convirtieron en la plantilla de la masculinidad cool durante siete décadas, con cada generación de actores encontrando su propio matiz y su propia forma de llevar la icónica chaqueta roja de Jim Stark.

La Generación Salvaje: La Furia del 'Brat Pack'

Esta camada de los años 80 recogió la furia física y la destrucción de la belleza del personaje de Jim Stark en Rebelde sin causa, el joven incapaz de comunicar su dolor a sus padres burgueses. Matt Dillon y Rob Lowe representaron la belleza peligrosa, el look de camisa blanca, moto y mirada perdida. Heredaron la postura de outsider y el encanto del chico malo mientras que el ex de Madonna, Sean Penn, heredó la intensidad del método. Penn en películas como Mystic River o Dead Man Walking lleva la carga emocional y el desprecio por las convenciones que Dean perfeccionó. Su rebeldía es visceral y política, llevando la frustración de Dean a una crítica social más definida. Y Richard Gere, ante la imposibilidad de enfrentarse al sistema, decidió metérselo en la cama en American Gigoló después de haberse quitado su traje de talle alto y costuras cortadas por Armani.

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Llegaron los 90s y con ellos, la Generación estética, la revolución soft. Una generación que destiló la melancolía y se torneó el músculo, tomando al Dean del lookbook: el hombre que lleva el traje con un toque de peligro, el objeto de deseo. Ben Affleck y Jude Law encarnaron al Dean de la portada fashion. Son guapos, tienen una mirada torva (el guiño a la tristeza del método), pero su rebelión es más intelectual y controlada, a menudo disfrazada de éxito. Heredan la estética del deseo prohibido que hizo a Dean un icono de moda para todos los sexos. Su frustración es la del niño rico en la gran ciudad, como el personaje de Cal Trask en su lado más glam. Quizás Leonardo DiCaprio y Johnny Depp fueron más puros en su herencia. DiCaprio, en sus comienzos, canalizó la fragilidad y la belleza andrógina de Dean, sobre todo en Romeo + Julieta, donde la intensidad emocional es la misma, pero el contexto es la saturación visual. Depp se especializó en la irracionaldiad y la extrañeza de Dean para convertir la rareza en su signo de distinción, en su encanto, en su virtud.

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Nihilismo y deseo

Y ¿hoy? Hoy es el tiempo de la Generación Nihilista, del deseo por el deseo y el desinterés interesado tan común del siglo XXI. Estos jóvenes toman la postura existencial y la carga de la angustia de Dean, pero la mezclan con el agotamiento digital y una falta de esperanza que resulta obscena y atractiva. Dean es aquí la referencia para la moda anti-redes sociales. Jacob Elordi: Como Nate Jacobs en Euphoria, canaliza la agresión pasiva y la misantropía de Jim Stark, pero en un contexto de lujo vacío. Es la belleza rota que Dean inició, llevada al extremo del agotamiento moral. Austin Butler en Elvis, demostró una capacidad para la vulnerabilidad física y la intensidad dramática digna del Actors Studio. Hereda la fragilidad bajo el glamour que Dean llevaba consigo incluso al volante de su Porsche. ¿Y Chalamet y Harry Styles? También, también. Si James Dean canalizó la furia muda del joven de 1955, Chalamet encarna su desesperanza en la era digital. No es el rebelde que golpea la pared, es el 'Rebelde sin Causa' que llora en silencio porque la tristeza puede ser chic, y  la intensidad es la nueva virilidad. Harry, por su parte, ha cogido la t-shirt de Dean, pero le ha añadido el escándalo de la seda y el encaje. Si Dean era el símbolo queer no declarado de los años 50, Styles es la manifestación total de esa liberación, esa por la que le tocó luchar a Sal Mineo, Platón en la cita de Nicholas Ray, al tiempo que cargaba con el sambenito de “maricón”... Afortunadamente, de esa batalla (vencida) el ex líder de los One Direction ha hecho del inconformismo, no un gesto de rabia, sino en un acto de glamour pansexual. Es la prueba de que el verdadero legado de Dean no fue su masculinidad, sino su libertad.

Harry Styles© Getty Images
Harry Styles
Timothée Chalamet© Getty Images
Timothée Chalamet
Austin Butler© Getty Images
Austin Butler
Jacob Elordi© Getty Images
Jacob Elordi

No obstante, es Barry Keoghan, quizás, el mejor de sus herederos. El más auténtico y subversivo. En Saltburn, el ex de Sabrina Carpenter, interpreta al outsider incómodo que lo mira todo con una mezcla de envidia y desprecio. No es el "guapo" que se rebela; es el extraño perturbador cuya intensidad lo convierte en el centro de atención. Es el "pequeño bastardo" que logra infiltrarse en el sistema.

Barry Keoghan© Getty Images
Barry Keoghan

El actor de hoy puede haber visto a Dean solo en una foto vintage en la sección de Levi's de El Corte Inglés, pero la esencia permanece. Dean fue la primera celebridad post-moderna: un mito creado por su incompletitud.

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Su legado es la autorización para que el hombre pueda ser furioso y tierno, salvaje y sensible. Mientras el dolor sordo de la juventud siga siendo un motor de la cultura, y mientras la elegancia desesperada y melancólica siga siendo el traje más cool, James Dean continuará siendo el Héroe Inmortal de las tres únicas películas que necesitaba para cambiar el mundo.

La inmortalidad de un gesto

James Dean solo hizo tres películas y murió antes de ver la última por la que fue, por primera vez en la Historia de los Oscars, candidato póstumamente a dos estatuillas. Pero en esos tres actos, articuló el lenguaje del hombre moderno: somos seres de contradicción —queremos el amor y lo rechazamos, buscamos la pertenencia y huimos de ella. Su vigencia hoy es más fuerte que nunca, precisamente porque vivimos en la era de la sobreexposición (la antítesis de su misterio). En un mundo donde todos venden su vida en Instagram, Dean es el último gesto de la elegancia: la desaparición.

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No fue su forma de conducir, sino esa forma de pensar sobre la fragilidad humana, la que lo convirtió en el mito sapiens. Y por eso, setenta años después, su silueta denim sigue siendo la moda más cara del planeta. Es la prueba irrefutable de que, a veces, la mejor manera de vivir es no quedarse. Y tiene gracia porque en una de sus últimas entrevistas, Dean dijo: "La única cosa que durará es la forma en que pensamos”. Él se fue, pero lo que representó tiene trazas de Eternidad, que son muchos sus herederos y nos siguen marcando la pauta.

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