Carmen Fernández de Araoz, la gran dama española a la que se conoce como Piru Urquijo, cumple 90 años. Nació el 2 de agosto de 1935, pero decidió celebrarlo este mes de julio para que su familia y sus amigos no tuvieran que hacer cambios en sus planes de vacaciones. En cabeza es una Marañón, está en magnífica forma y hasta se podría decir que se ocupó de todo. Desde las invitaciones formales que llevan la ilustración de unas perdices, reflejando su amor por el campo y la tierra de aves que es su finca, a la elección de los escenarios en Los Molinillos, su lugar preferido en el mundo.
Vive en el centro de Madrid desde el otoño hasta la primavera, pero el hogar está en Navalagamella, a solo 25 km de la capital. Compró la tierra su suegro, Luis Cayetano de Urquijo, marqués de Amurrio, en 1939; construyó la casa un arquitecto californiano Arthur E. Middlehurst, que “levantó un Beverly Hills en plena llanura castellana”, como dijo a la revista AD; y la decoró Duarte Pinto Coelho. Y todo lo demás, que es muchísimo, lo fue haciendo nuestra protagonista con el paso de los años.
Es un lugar precioso, de salones amplísimos, y rodeado de jardines diseñados por el famoso paisajista Cecilio Rodríguez. Con arcos, patios -el central con estanque de nenúfares-; galería, un porche principal en una explosión de glicinias, capilla, y la zona de la piscina, donde se colocó una carpa para su cumpleaños. Orca hizo esta instalación efímera con cubierta vegetal (falsa) para integrarla en el conjunto. Y la floristería Aquilea, como en todos los acontecimientos familiares, se ocupó de la decoración con flores, frutas -lo llenaron todo de limones y limoneros- y loros de fantasía por todas partes. Hasta en las lámparas… Porque Piru, además de tener algunos de verdad, también los colecciona. Marta Barreiros Cotoner, una de las propietarias, es su nuera y tiene todo el sentido.
El cóctel- cena, servido por The Cook by Silvia Lodares, empezó a las 8:30 y terminó con la llegada de la medianoche, una hora después de que sus hijos y nietos sacaran la tarta de cumpleaños. Una pavlova en forma de pirámide, momento en el que, según testigos, Piru dejó claro que seguirá soplando las velas hasta los 120 años. Es delgadísima, aunque no sabe lo que es una dieta, y parece frágil, pero tiene una presencia imponente. Y también lanzó al aire uno de sus grandes deseos: “que la familia siempre esté unida, que se mantengan siempre juntos”.
Hubo mariachis, pero no orquesta ni baile -solo música de fondo de los años 50-60 con la playlist de Piru- ni fuegos artificiales, pero fue inmensa la ola de cariño que recibió de sus seres más queridos. De sus hijos, nietos -tiene 12-, y algunos de sus bisnietos, que también suman 12, tras el nacimiento de Lucas, el primer hijo de Teresa Urquijo, que también acudió, y del alcalde de Madrid, Almeida… Y, por supuesto, de sus amigos de toda la vida. Entre ellos, tal y como nos confió el entorno de la madre del Rey, la reina doña Sofía, “Creo que no se ha perdido un cumpleaños de Piru. Siempre han estado muy unidas. La acompañó la infanta Elena y su nieta Irene Urdangarin que acababa de volver de Londres y acudió con su novio, Juan Urquijo, nieto de nuestra protagonista”.
“Fue una celebración importante, pero dentro de la discreción y de la normalidad. Como ha sido siempre la vida de Piru”, nos contó una de sus grandes amigas. Sin presumir de nada, pensando en los que están sufriendo y compartiendo. Consecuente con ello, pidió que no le regalaran nada y que se donara todo a Aladina para que niños con cáncer pudieran tener un mejor verano.
También preparó algo especial para la residencia de mayores del pueblo y eligió para su gran noche un vestido de una firma ucraniana para tener presente a las víctimas de todas las guerras. Se confeccionó en hilo negro con bordados en rojo y blanco y lo combinó con un collar con charms de loros, diseño de su admirado Joaquín Blanco. Es la parte que menos se ve, pero su vida ha estado centrada en ayudar, apoyar y colaborar.
Piru se casó con Jaime Urquijo y Chacón en la Iglesia de San Francisco ‘El Grande’ el 4 de julio de 1957, y la llevó al altar su abuelo, el prestigioso médico Gregorio Marañón. Compartieron 62 años de vida -su marido falleció en 2019-, tuvieron seis hijos, Juan Cristina, Gonzalo, Lucas, Victoria y Pedro, y la mayor desgracia de su vida fue perder a uno de ellos, al mayor en un accidente aéreo en París, en 1995. Era financiero, estaba casado con Beatriz Zóbel de Ayala, de la familia de los fundadores de Sotogrande, y dejó tres hijos, Jaime, Paola y Mónica. Como nos dijo hace años, “es una herida de por vida, pero he procurado no contar mis penas. Hay que aprovechar cada segundo y vivir con agradecimiento y pasión”.
Lee muchísimo -novela, poesía, historia- y le gusta aprender algo todos los días. Ve muy poca televisión y no se lleva muy bien con la tecnología. Se levanta tempranísimo, más ahora que hace tanto calor, y da largos paseos de una hora. Además, tres días a la semana hace Hatha Yoga. Es una manera de compensar que ya no puede montar a caballo por una lesión de espalda que sufrió cuando tenía ochenta. Está activa en todo y no piensa jubilarse hasta que lo mande Dios. Cuando eso suceda espera haber dejado un recuerdo bonito porque todo lo hizo por amor.