Conocí a Felipe a principios del invierno de 2023, en Abu Dabi. Era un joven apuesto, con una presencia radiante, pero con una mirada inquieta: que llegaba a un país que no conocía y a una vida que no había elegido. Le precedía su reputación de granuja, al que le gustaba demasiado la fiesta nocturna. ¿Cómo se adaptaría a ese entorno discreto, tranquilo y ordenado, bajo la severa mirada de su abuelo?
Juan Carlos le ofrecía un nuevo comienzo, lejos de los paparazzi y las discotecas, pero era una apuesta arriesgada. Un cambio radical de 180 grados. Algo que podría desestabilizar a un adolescente un poco perdido. Felipe, a quien no le gusta que le llamen Froilán, aceptó el reto. Creo que en ese momento necesitaba encontrar un propósito y una disciplina.
Su determinación
Le esperaba un trabajo en la COP25. Tendría que demostrar su valía e integrarse en un grupo de jóvenes internacionales motivados por los retos medioambientales, sin ningún privilegio. No es de los que piden consideraciones especiales. No defraudó a su abuelo. Al contrario. Se puso manos a la obra con determinación.
Desde el primer día, a pesar del jetlag, se presentó fresco al desayuno a las 8 de la mañana, antes de continuar con su sesión diaria en el gimnasio. Su facilidad para relacionarse y su dominio del inglés le permitieron integrarse muy rápidamente en sus funciones. Las conferencias telefónicas a última hora de la tarde, las reuniones incluso los fines de semana, las intensas jornadas en la oficina: se adaptó sin protestar y con gran dedicación.
Dieta o ramadán
Se instaló en un estudio en el centro de la ciudad con un amigo, amueblado con muebles de Ikea. Empezó a cuidar su alimentación, aunque no se puede decir que tenga talento para la cocina. ¡Quizás eso llegue más adelante! Se jacta de saber preparar una deliciosa pasta carbonara, lo que deja a su entorno dubitativo. De todos modos, ni siquiera tenía sartenes en casa. En cambio, es un gourmet, le viene de familia.
Pero su prioridad era ponerse a dieta, hasta el punto de hacer el Ramadán como sus nuevos compañeros de trabajo. Sin agua ni comida durante el día y una cena ligera al atardecer, durante cuarenta días. Y, por supuesto, ni una gota de alcohol. Aguantó, aunque se reunía con nosotros para almorzar en excelentes restaurantes. Nos miraba comer sin pestañear, mostrando una voluntad de hierro, imperturbable. No se detuvo ahí, ya que repitió la experiencia al año siguiente.
Además de esta dieta drástica, le gusta practicar pádel. Su madre le llevaba desde niño a clases de tenis y alcanzó un muy buen nivel. Practica todos los deportes acuáticos con entusiasmo, herencia de sus veranos en Palma. Ha adoptado un estilo de vida saludable, se ha forjado un nuevo cuerpo, una nueva personalidad, lejos de la opresión mediática. Le gusta el anonimato, le tranquiliza.
Un clan unido y alegre
Felipe luce una gran sonrisa desarmante, una franqueza digna de un joven de su edad que no piensa someterse a las convenciones y la etiqueta. De hecho, no acude a las recepciones organizadas por otras Familias Reales o famosos. Está muy unido a su familia y a sus amigos. Basta con verlo en compañía de sus primos, los hijos de la infanta Cristina, para comprender que forman un clan unido y alegre, a pesar de la distancia, las trayectorias tan diferentes de cada uno y las pruebas a las que han tenido que enfrentarse.
Porque, al fin y al cabo, ninguno de ellos ha salido indemne. Se podría pensar que tienen suerte por haber recibido, desde su nacimiento, un estatus y unos privilegios. Pero no forman parte de la Familia Real. Pertenecen a la familia del Rey y, en ese sentido, son objeto del escrutinio de los medios, que a menudo no les perdonan nada. Se sienten constantemente juzgados sin haber pedido nada. El resultado, tras tantos veranos en Palma y comidas familiares en torno a sus abuelos, se resume en unos lazos indestructibles.
Protector con su madre
Felipe es el mayor de los primos y siempre ha sido el alborotador. Algunos dicen que es el favorito de su abuelo. Es difícil de zanjar este debate que les hace reír a todos. Lo único seguro es que se ha ocupado mucho de él, y él se lo ha devuelto. Al fin y al cabo, es el único de la familia que vive con él, que le acompaña y que siempre está disponible para él. Se siente valorado por esta misión esencial.
Sigue siendo su primer apoyo incondicional contra viento y marea. Su dislexia, que le complicó la escolaridad, la repentina marcha a Nueva York, para ayudar a su padre a recuperarse de un derrame cerebral, el divorcio de sus padres y las relaciones abusivas son algunas de las dificultades que le han costado mucho superar. Hoy parece haber dejado atrás sus demonios para brillar junto a su abuelo en Abu Dabi, donde ahora trabaja en la logística de la mayor compañía petrolera del país, Adnoc, de forma discreta y concienzuda.
Complicidad
Sin embargo, eso no significa que haya suavizado su carácter, a flor de piel. Tiene fisga, no se deja pisotear, pero su inmensa generosidad y sensibilidad le han cegado en ocasiones. Algunos incluso han abusado de su gran corazón y su temperamento impulsivo. Siempre le he visto cariñoso y protector con su madre, la infanta Elena, que visita regularmente a los hombres de su vida.
No escatima en gestos tiernos y su complicidad es palpable. También se muestra muy unido a su hermana, con la que comparte bromas y grandes carcajadas. Estas relaciones a distancia se mantienen gracias a llamadas telefónicas casi diarias.
Amores y melodías
Necesita estar rodeado, poder contar con amigos de verdad. Se le atribuyen novias, algunos incluso intentan emparejarlo con buenos partidos, pero él no quiere saber nada. Felipe traza su camino a su manera. Tiene una verdadera pasión por la música. Incluso mantiene amistad con algunos DJ. Es en este mundo de la noche donde se divierte y se siente bien, lejos de las convenciones de la Corona española. Felipe me recuerda a la famosa canción de Frank Sinatra: I did it my way. Siempre leal a su familia, pero siempre "a su manera".