A sus 42 años, Carolina Ramírez sigue sintiéndose “una bebé con experiencia”. Actriz, bailarina, viajera, filósofa de lo cotidiano y fan confesa del ballet, la protagonista de La Reina del Flow vive hoy una etapa de plenitud tranquila: ha dejado atrás la exigencia que marcó su infancia, ha aprendido a soltar el peso que no le corresponde y, sobre todo, ha elegido la libertad de moverse ligera. “Me volví mochilera. Elijo recorrer la carretera más que volar”, dice con una sonrisa.
Alejada de los estereotipos que arrastran muchos de los personajes que ha interpretado, la actriz nos recibe en la suite del Hotel Bless, para hablarnos sin filtros sobre su carrera, sus pasiones, su forma de entender el éxito y hasta sobre su vida sentimental, esa que sus fans insisten en confundir con la ficción. Y es que para muchos, Yeimi Montoya y Charlie Flow seguirán juntos para siempre… pero la intérprete de origen caleño lo tiene claro: su camino va por otro lado. Un camino con menos drama y más paz. Con menos peso y más libertad.
Y así fue también el encuentro íntimo que tuvo horas más tarde con sus fans: un acto de presencia, un espejo de humanidad. A través de dinámicas sensibles, momentos compartidos y pequeños rituales, no solo se celebró a una actriz, sino a la mujer que hay detrás. Porque hay luces, como la suya, que no ciegan: iluminan.
—¿Quién es Carolina Ramírez? ¿Cómo te defines?
Soy la novia de ese mono delicioso que entró por ahí (nos dice haciendo alusión a su chico, Martín Cornide, quien se ha convertido en el cómplice de todas y cada una de sus locuras). No, hombre, soy normal, tengo un trabajo raro pero muy divertido. Me gusta jugar al juego de la vida. Siempre he estado en búsqueda de sentido, pero ahora me siento más encaminada. Ahora puedo elegir más, después de haber trabajado mucho y haber tenido la suerte de encadenar proyectos largos. Esa estabilidad me ha dado la libertad de elegir cómo vivir, por eso me volví mochilera y elijo recorrer la carretera más que volar.
'Tengo 42, sigo siendo una bebé, pero con muchos años de experiencia'
—¿Cómo recuerdas tu infancia?
Fui una niña y adolescente muy estresada, hiperresponsable. Me salté etapas. Pude haber sido más desordenada, más niña, más adolescente. Ahora abrazo a esa niña, le pido perdón y le doy espacio para vivir.
—¿Crees que eso te llevó a donde estás hoy?
Sí, claro. Quería que mis papás se sintieran orgullosos. Esa exigencia me trajo hasta aquí. Si trabajas duro, hay resultados reales. Y cuando llegas a cierta edad, puedes permitirte relajarte un poco.
—¿Cómo surgió tu pasión por la actuación? ¿Es cierto que empezó con el ballet?
Mi pasión siempre fue el ballet. Mi algoritmo está lleno de videos de ballet. Pero tuve que aceptar que no tenía el cuerpo que exige esa carrera. La actuación apareció por necesidad: a los 17 necesitaba trabajar, hice un casting, luego otro… y nunca me cerró las puertas. Ha sido una carrera generosa conmigo. Creo que la base está en mi formación artística y en que me gustan los personajes. Si hubiera podido cantar, sería cantante de ópera; si pudiera bailar como quiero, estaría en la Ópera de París. Pero la actuación me permitió ser yo misma, con todo lo que tengo y me falta.
—¿Te da miedo que algún día no puedas actuar más?
Vivir con miedo no sirve. El miedo es el opuesto del amor. Hay que enfrentarlo. Hace poco me lancé por una montaña nevada, tuve fiebre después, pero valió la pena.
—¿Y en lo sentimental? Porque claro, los fans seguimos viendo a Carolina y Charlie Flow como pareja…
Pero es que no hay nada más diferente a mí que Yeimy. No podría ser una artista musical, ni sostener una vida tan trágica como la suya. Lo mío es la paz. La felicidad no es tener dinero o un futuro asegurado, es tener paz. Hay personas que no tienen nada y están felices, meditando todo el día.
—¿Y tú meditas?
No me siento 20 horas a meditar, pero sí he soltado equipaje. Tenía mucho peso y estos últimos años me he dedicado a aligerar. Dejé las valijas, las metí en una mochila y camino más ligera. Ese es mi juego ahora. Veremos qué pasa más adelante, pero por ahora disfruto andar liviana.
—¿Cuál ha sido el personaje que más te ha desafiado?
Todos, por distintas razones. Al principio, por la presión de ser nueva, de hacerlo bien. Más adelante, por el reto de sostener una historia cuando hay decisiones que no dependen de ti, o cuando el guion da giros que debes acompañar.
—¿Y cuál crees que te merecería un Oscar?
Creo que la tercera temporada de La Reina del Flow va a ser una gran versión de todo el trabajo de estos años. Para mí, fue una lección actoral y personal. No puedo contar mucho, pero como equipo, siento que ahí realmente lo dimos todo.
—¿En qué momento llegó a ti el papel de Yeimy Montoya?
Llegó en 2017, en una época en que no quería hacer tele. Yo venía de hacer tiras largas. En esa época estaba muy tranquila, pero tenía una casa muy grande y empezaron a salir goteras. Tenía que cambiar el techo de esa casa... y me salió. Un día me llama Lucho Jiménez, que en esa época fue el primer productor ejecutivo que tuvo La Reina del Flow 1, y es muy persuasivo. Y me convenció. Lo peor de todo fue que, en esa época, en Colombia estaban de moda las novelas de artistas, de cantantes, y yo me imaginé que era la historia de un reggaetonero. Dije: “No puede ser, yo no puedo con el reggaetón. Yo odio el reggaetón. ¿Qué voy a hacer ahí?”. Pero... ¿y el techo? ¿Y el techo? Mentiras. Después Lucho me convenció porque me habló de una vengadora. Era un personaje que yo todavía no había explorado.
'Gracias al techo de mi casa hice esta serie'
Desde muy joven empecé a hacer personajes muy blancos, muy del amor, muy enamoradas, muy en la búsqueda de la justicia... pero esta era una justicia a través de la venganza. Tenía un lado oscuro y dije: “Bueno, está bien, hagamos el casting”. Hice casting, no crean que no. Obviamente me sirvió mucho el tema de la danza, el histrionismo y tenía experiencia con el tema del doblaje por La Hija del Mariachi, una novela que había hecho muy chiquita. Y bueno, quedé. Arranqué sin expectativas. Una telenovela más. Divertida, la verdad. Dura, eso sí, como siempre: poco tiempo y muchos capítulos, como son las telenovelas colombianas o este tipo de formato de producción. Y ahí caí.
—¿Qué tienen en común Carolina y Yeimi Montoya?
Fuerza. Yo creo que somos dos mujeres muy fuertes. Y bueno, si yo no tuviera esa fuerza, no podría contagiársela a ella, no se la podría prestar. De alguna manera Yeimy necesita de mi fuerza para poder ser quien es. Pero en todo lo demás, no. Ni te diría que es mi alter ego, porque tampoco es mi pretensión sostener este personaje todo el tiempo. ¡Andar con estas uñas todo el tiempo! No. Es muy difícil andar por la vida peinada. Muy difícil. Pero bueno, Yeimy tiene ese sentido de justicia, de lealtad, del amor, de la familia... muy luchadora por su familia.
—Y de esta temporada, ¿cuál ha sido la escena que más te ha costado grabar?
En la tercera hay muchas muy difíciles. En la segunda también. A mí me costó mucho ese contraste, ese perdón... Mi feminismo raso estaba como en pelea: “¿Cómo se me ocurre?”, o “¿cómo se le ocurre al que creó esta historia?”, que esta mujer, que fue maltratada por este tipo, llegue a enamorarse de él. ¿Cómo hacemos eso? Entonces sí hubo escenas muy difíciles desde el papel, de decir: “¿Cómo encaro esto?, ¿cómo llevo este barco a término?, ¿cómo le doy la vuelta?”. Y no fue una sola escena, fueron varias. Aludimos locura, saludamos demencia, un poco, ¿no? Ese contraste en esa segunda temporada, un poco perturbada, ansiosa, fuera de sí... porque había que crear ese puente para poder llegar a ese punto.
—¿Y la escena más bonita?
Hay unas escenas muy preciosas, sobre todo en esta tercera, que está Alma, la hijita de ellos —que ya todos saben, eso se ha spoileado por todas partes—. Hay escenas muy bellas. No podría quedarme con solo una porque estaría reduciendo un producto que además tiene un montón...
—Y todos conocemos un poco la relación de Charly y Yeimy. Pero, ¿cómo es vuestra relación detrás de la cámara?
¿Con Carlitos? Carlitos es un bacano. Es un gran compañero. De verdad que yo he tenido la suerte, en general, de tener compañeros muy generosos. La generosidad es muy importante en esta profesión. Es imposible actuar si no eres generoso. Y Carlitos es muy generoso. Es un chico muy talentoso, muy juicioso, muy trabajador, muy responsable. Carlitos nunca va a llegar tarde a una grabación. Nunca va a llegar un sábado con resaca. Es un buen hombre, una persona muy íntegra. Entonces es chévere trabajar así porque tienes un compañero que no te va a soltar la mano. Entre los dos hemos hecho una camaradería muy interesante como colegas.
No sé si somos los mejores amigos, la verdad, porque somos como el agua y el aceite. Yo soy mochilera, y él es lo más cool, estrella. A veces llegamos a locaciones súper lujosas y me decía: "Ramírez, a mí me gusta esto. Vos sabés cómo soy yo". Y yo: “¡Esto es muy grande! ¿Quién va a limpiar esto? ¡Esto es muy grande!” Así somos. Pero nos llevamos bien. Nunca tuvimos un desacuerdo. Siempre era: “¿Bueno, qué hacemos? ¿Cómo resolvemos esto?” Siempre conciliamos. Y por eso pudimos construir una relación tan sólida entre estos dos personajes, porque siempre estuvimos de acuerdo, siempre dispuestos a escuchar al otro y a que el otro se sintiera cómodo. Por eso encontré un gran compañero. Respeto muchísimo a su esposa, Giovanna, que es maravillosa. Su hijo es hermoso. Nos conocemos desde hace años, llevamos mucho tiempo haciendo esto juntos. Y desde siempre ha sido un chico bárbaro. La verdad, sí.
—Y ya por último, si pudieras elegir el final de la serie, ¿cómo sería?
Eso depende de muchas cosas. Los finales no solamente dependen del personaje, dependen también de qué quiero yo como persona. Los personajes no son los únicos que definen el final; también cuenta cómo termina uno emocionalmente. Yo quisiera un final en el que todos estuvieran felices. En el que todos por fin soltaran La Reina del Flow, ¡porque ya quieren Reina del Flow 4! Y cada temporada tiene 80 capítulos… ¡No sé qué más quieren! No sé cuál sería el final perfecto porque es tan subjetivo... Vamos a ver qué pasa en esta tercera.
Para mí ha sido un montón de aprendizajes. Han sido ocho años —porque no solo hablo de esta temporada, sino de la primera, de la segunda—. Y en este momento de mi vida, estoy tan diferente. Tan diferente a como estaba en la primera, tan diferente a como estaba en la segunda... Esta tercera me agarró completamente distinta, poniendo los valores en otro lado, sopesando todo desde otro lugar. Entonces... para mí puede ser un final perfecto. No sé si para los demás. Vamos a ver.