Durante décadas Gene Hackman fue uno de los rostros más poderosos del cine norteamericano, una leyenda de Hollywood con dos premios Oscar, papeles inolvidables y una carrera tardía, pero rebosante de talento. Sin embargo, el final del actor, fallecido a los 95 años, no pudo ser más distinto a la gloria que lo acompañó en vida: un entierro secreto, una tumba sin nombre, un rancho donde pasó sus últimos días plagado de roedores y una herencia de más de 74 millones de euros envuelta en misterio.
Como recordaréis, todo comenzó con una llamada de emergencia. Un guardia de seguridad de la exclusiva urbanización donde Hackman vivía con su esposa, la pianista Betsy Arakawa, se asomó por una ventana del rancho y vio lo impensable: los cuerpos de la pareja yacían en el suelo, parcialmente momificados. Su perra Zinna, muerta en una jaula, completaba la escena. No se sabía desde cuándo llevaban allí.
El legendario actor, conocido por películas como French Connection o Sin perdón, había muerto el 18 de febrero de 2025, apenas una semana después de que Betsy sucumbiera a un raro virus: el síndrome pulmonar por hantavirus, transmitido por excrementos de roedores. El Departamento de Salud Pública de Nuevo México lo confirmó tras una escalofriante inspección del rancho: ocho estructuras infestadas, trampas vacías, heces secas, roedores vivos, nidos activos y un entorno ideal para el contagio.
Hackman, afectado por Alzheimer avanzado, no habría comprendido la muerte de su esposa y habría vagado desorientado durante días. La autopsia reveló niveles altísimos de acetona en su sangre, lo que indica un ayuno prolongado. Posiblemente, dejó de comer tras la muerte de Betsy, su cuidadora principal. Murió solo, con el corazón debilitado y en un estado de abandono físico y emocional.
El entierro que nadie vio
Dos meses después del hallazgo, y tras una investigación forense extensa, los restos de Gene y Betsy fueron trasladados al cementerio Santa Fe Memorial Gardens. Pero no hubo ni anuncio, ni homenajes, ni estrellas rindiéndole tributo. Solo un puñado de personas presentes, en su mayoría los tres hijos de Hackman —Christopher, Elizabeth y Leslie— fruto de su primer matrimonio con Faye Maltese.
Pero si su entierro pasó completamente desapercibido, la tumba donde fue enterrado no lo es menos: ni siquiera tiene nombre. En lugar de una lápida, hay una simple parcela de tierra junto a un camino de grava. Sobre ella, un libro de tapa blanda —Women Who Run With the Wolves— sostenido por dos conchas marinas. Nada más. Un empleado del cementerio confirmó que la ceremonia fue tan discreta que ni siquiera el personal sabía a quién estaban enterrando. El secreto se mantuvo hasta que la familia levantó la confidencialidad semanas después.
Una herencia millonaria
La muerte de Hackman no solo desató preguntas sobre su vida privada, sino también sobre su fortuna. El actor había destinado su patrimonio —valorado en unos 74 millones de euros— exclusivamente a su esposa Betsy. Pero al fallecer ella primero, todo quedó en el aire.
Lo más llamativo: ninguno de sus hijos estaba incluido en el testamento más reciente. Sin embargo, debido a estas circunstancias, ahora será necesario aplicar la ley de sucesión intestada, lo que podría convertirlos en herederos legales por defecto. De hecho, el mayor de ellos, Christopher, según señala Daily Mail, ya habría contratado a un poderoso abogado especialista en herencias. Las hermanas, de momento, no han tomado acciones.
La relación de Hackman con sus hijos siempre fue complicada. En 1989, confesó al New York Times: “Uno se vuelve muy egoísta como actor. Aunque tenía familia, aceptaba trabajos que nos separaban durante meses. Las tentaciones, el dinero y el reconocimiento eran demasiado para el niño pobre que había en mí”. Años después, reconoció haber perdido el contacto con su hijo en una etapa clave de su vida.
Un retiro en silencio
Desde que se retiró del cine en 2004, Hackman vivía alejado de los focos. Su rancho en Nuevo México parecía un refugio idílico, alejado de los escándalos de Hollywood. Pero las apariencias engañaban. La residencia estaba en decadencia, asediada por plagas invisibles, abandono progresivo y una salud que se deterioraba rápidamente.
Murió como vivió sus últimos años: en silencio. No hubo comunicados oficiales, ni homenajes públicos, ni despedidas conmemorativas. Solo una tumba anónima y un discreto adiós.