El camino de Paula Ordovás no ha sido fácil. Considerada una de las primeras influencers de nuestro país, ha hecho de su imagen una marca de éxito. A sus 39 años, ha dado un giro no solo a su vida profesional, sino también personal. La empresaria y su marido, Eduardo Nieto, al que llama cariñosamente 'Chino', daban la bienvenida a su primera hija, Manuela, el pasado mes de febrero. Ahora, acaba de publicar su segundo libro, La chica de los ojos marrones, un duro relato sobre los abusos que sufrió siendo tan solo una niña y de cómo, tres décadas después, se ha tenido que enfrentar a esta traumática experiencia.
Tras mucho tiempo escondida bajo la coraza de superwoman, Paula Ordovás dijo basta. "En terapia descubrí que mi rechazo a la maternidad y mi necesidad de control absoluto estaban directamente relacionadas con el abuso", nos cuenta sin poder contener las lágrimas y con la voz entrecortada. Sus últimos meses han estado llenos de cambios. Tras superar una depresión y mudarse a un nuevo hogar, su padre fallecía poco antes de nacer su primera hija.
Gracias al inquebrantable apoyo de su marido y de su familia, la influencer ha resurgido como el ave fénix. La chica de los ojos marrones es el último paso en su trabajo de sanación, pero también un homenaje a su niña interior.
—¿El libro ha sido tu terapia?
—Ha sido una de mis terapias. Tengo cuatro 'tablas de salvación': la terapia con Marian Rojas, mi psiquiatra; el apoyo de mi marido y mi familia; el deporte, que para mí ha sido fundamental, y la alimentación. El libro ha sido la culminación de esa sanación.
—¿En qué momento decides dar un paso adelante y contar tu historia?
—Compartí una pequeña parte de mi historia en un evento donde me daban un premio. Estaba en un momento de depresión bastante potente y pensé que me iba a liberar. También era una forma de decirle a quien estuviera pasando por lo mismo que se puede salir adelante. La editora de mi primer libro me propuso escribirlo y quería mostrar que el dolor se puede transformar y puedes salir de él sin perder tu luz. No es un camino fácil, pero después de tres años muy difíciles, ahora estoy aquí gracias a eso.
—El mundo veía a una mujer con una vida perfecta, pero algo se rompía por dentro… ¿Cómo fue ese momento de inflexión?
—Había desarrollado una forma de ser que era una huida: ser perfecta, controlar todo lo que estaba a mi alcance para no volver a vivir la imperfección de mi infancia. Mi profesión era mi espacio seguro. Todo cambió cuando en una de mis empresas no pude controlar una situación y eso me llevó a una depresión. Me exigía demasiado y en todos los ámbitos: profesional, personal, deportivo. Siempre quería más, sin disfrutar del camino. Al final, ese éxito también me destruyó, mi cuerpo se quebró: cinco años de amenorrea, sin disfrutar de lo que hacía, sin estar presente en nada. No era feliz y era agotador. Hubo un momento que dije que me gustaría incluso desaparecer, no sabía cómo parar ese ritmo, y ahí me armé de valor para volver atrás y abrazarme.
"En terapia, tuve prohibido tener relación con mi madre para poder sanar"
—¿Te has reconciliado con la niña de cuatro años que sufrió abusos?
—Durante toda mi vida lo había normalizado. Mi familia sabía lo que había sucedido, pero en casa aprendimos a seguir adelante. En terapia descubrí que mi rechazo a la maternidad, mi necesidad de control absoluto, mi búsqueda de productividad para evitar la culpa, estaban directamente relacionadas con ese abuso sexual, que te lleva a sentir culpabilidad, a sentirte abandonada… Y justo yo me dedicaba al mundo digital, en el que buscas la aprobación con los likes y los comentarios. Uno de los aspectos más difíciles de escribir este libro fue el temor a hacer daño a mi familia, especialmente a mis hermanos. Dudé mucho tiempo si hacerlo público.
—¿Ha leído tu familia ya el libro? ¿Cuál ha sido su reacción?
—Solo Pilar, mi hermana mayor. Tiene 15 años más que yo, y cuando lo conté, también normalizó la situación. Un día me llamó llorando y me dijo que siempre había cargado con la losa de no haber podido protegerme. Para ella también ha sido difícil. Con mi madre no tengo relación y con mi padre, gracias a Dios, arreglé todo antes de que se fuera.
—¿Este libro es también un homenaje a tu padre?
—Es un homenaje a mi padre, a mí y a mi hija. Tenía un rechazo absoluto a ser madre. Pero cuando empecé la terapia, mi psicóloga me dijo: 'El día que termines este proceso, estarás embarazada'. Y ahí entendí el porqué de mi rechazo: tenía miedo de no poder proteger a mi hijo o hija y repetir la relación que mi madre tuvo conmigo, que es todavía es muy difícil asumirlo.
—¿La maternidad te ha acercado a tu madre o todo lo contrario?
—En terapia, tuve prohibido tener relación con mi madre para poder sanar. Aprendí que, para sanar, hay que comprender. Pero ahora que soy madre, no puedo comprender muchas cosas de mi propia madre, y eso no me alivia.
—Las influencers están todo el día presentes en redes, ¿cómo viviste una depresión durante tres años sin que se percibiera?
—No supe que tenía depresión hasta que me lo diagnosticaron en el hospital. Pensaba: "¿Cómo voy a tener depresión? Yo, la perfecta, la indestructible." Le mandé una foto a mi marido, que estaba de viaje, y le dije: "Tengo depresión. No me lo puedo creer." Estuve medicada y en terapia. Recuerdo que tuve un ataque de ansiedad y me di cuenta de que ese había sido mi estado durante 36 años y lo había normalizado.
—¿Qué queda de esa Paula superwoman?
—Me da miedo volver. Ha sido un proceso largo y sigo aprendiendo. Ahora, por lo menos, detecto cuando me exijo demasiado y cuando esa exigencia se vuelve autodestructiva. Antes era mi peor enemiga, pero hoy sé que cuanto más me alejo del ideal de perfección que tenía en la cabeza, más me acerco a él.
—Hablemos de tu faceta como madre, ¿cómo ha sido el camino?
—Lo he disfrutado al máximo. En otro momento, el embarazo hubiera sido complicado, porque mi cuerpo ya no encajaba en mi ideal de perfección. Relajarme y disfrutar de todo el proceso fue un aprendizaje maravilloso. Estoy viviendo esta etapa con muchísima alegría. Aprendo cada día y trato de no obsesionarme.
"En lo más duro de mi depresión, tenía miedo de que mi marido me abandonara, porque ni yo podía más conmigo misma"
—¿Manuela fue el regalo más inesperado y el más necesario?
—Manuela llegó para cerrar un ciclo y abrir otro nuevo. Mi padre murió en febrero y en mayo me quedé embarazada. Para mí es un regalo de mi padre.
—¿Cómo ha cambiado tu vida ser madre?
—Manuela ha sido mi punto y aparte, la oportunidad de descubrir una nueva versión de mí. Tal vez ahora soy la Paula que nunca me permití ser. Todo es diferente, pero mejor.
—¿Cómo le contarás tu historia a Manuela?
—Este libro también es para ella. Hubo momentos en los que sentí vergüenza, porque una de las secuelas del abuso es sentir culpa, aunque no seas responsable. Todos tenemos mochilas, pero lo que importa es la actitud con la que las llevamos.
—¿Qué sientes al despertar y ver a Manuela?
—Todavía no me lo creo. Es una ilusión constante. Se lo digo a mi marido: 'No me creo que esté aquí'. El día antes de dar a luz, le pregunté: '¿Cómo será ser madre? ¿Qué voy a sentir?'. Aunque te lo expliquen, hasta que no lo vives, no lo sabes. Cuando me la pusieron encima, solo pude decirle: 'Te voy a proteger'.
—Es muy pequeña, pero, ¿a quién diríais que se parece ahora mismo?
—Pues creo que es igual que mi marido, de hecho, le llamamos 'Chino' porque tiene los ojos achinados y Manuela también, pero el resto de la cara es una mezcla de los dos y eso me encanta. Y tenemos la suerte de que es una niña muy tranquila y en eso se parece a mi marido.
—Una de las partes más emotivas del libro es cuando hablas de tu marido. ¿Cuál es la clave del éxito de vuestra relación?
—La clave es que somos un equipo. En los momentos más duros de mi depresión, tenía miedo de que me abandonara, porque ni yo podía más conmigo misma. También me preocupaba que sufriera por mí. Pero él siempre ha estado ahí. Y eso es el matrimonio, apoyo mutuo.
—¿Cómo ha afrontado él esta etapa tan difícil?
—Es muy diferente a mí. A mí me encanta expresarme, decir cómo me siento. Él, en cambio, es mucho más reservado. Pero sé que está orgulloso de mí y eso es lo que más feliz me hace.
—¿Ha habido algún momento de crisis?
—La única crisis que hemos tenido no fue por esto, sino porque él tuvo que vivir fuera durante un tiempo. Por supuesto, discutimos, yo tengo mucho temperamento y él es muy calmado. Pero algo que aprendí en estos años de terapia es a pedir perdón, a reconocer mis errores.
—¿Habéis hecho terapia juntos?
—No, pero hablamos mucho. Él era mi mejor amigo antes de ser mi pareja, así que siempre nos hemos contado todo muy abiertamente. Aunque no descarto que la terapia pueda aportar mucho.