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Hace 30 años que nos dejó Lola Flores, la Faraona, pero su recuerdo sigue tan vivo como el primer día. En esta fecha tan señalada, no podemos evitar volver a aquel momento mágico y cargado de emoción en el que su hija, Lolita Flores, nos abrió las puertas de El Lerele, la mítica casa familiar en La Moraleja que fue mucho más que un hogar: fue un santuario de arte, amor y raíces.
Lola Flores compró esta casa en los años 80, en un momento complejo de su vida, y la transformó en un rincón lleno de duende. Con su inconfundible carácter, supo imprimirle ese sello único que solo ella tenía: salones donde sonaban palmas y rincones donde la risa —y también las lágrimas— formaban parte del paisaje cotidiano. Fue allí, en El Lerele, donde la artista pasó sus últimos años y donde también se despidió para siempre. Apenas quince días después, su hijo Antonio Flores, roto de dolor, también partió. Desde entonces, la casa se convirtió en un lugar sagrado para los suyos.
Rosario vivió allí muchos años, y aunque hace años decidió venderla, El Lerele sigue siendo un templo emocional para todos los que amaron a Lola. Cuando Lolita abrió las puertas de esa casa al mundo, lo hizo con la generosidad de quien entiende que hay lugares que no pertenecen solo a una familia, sino a todo un país que quiso y sigue queriendo a La Faraona. Nos enseñó fotos familiares, recuerdos de una vida intensa, flores frescas junto a retratos en blanco y negro… y ese aire que aún huele a jazmín y a compás. Hoy, tres décadas después de su adiós, recordamos a Lola Flores no solo por su talento, sino por el calor de su hogar. "El Lerele" fue el corazón palpitante de los Flores, y aunque sus puertas ya no estén abiertas, su historia sigue viva.
© ¡HOLA!
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