EL MÁS PODEROSO DE LOS ESTADOS
Los siglos XVI y XVII, caracterizados por la lucha entre la realeza, la nobleza y la burguesía, quedan marcados por el hecho de que, a las clásicas guerras contra Suecia, se suman las guerras civiles y las guerras religiosas que terminan con la confiscación de los bienes eclesiásticos, y el establecimiento del luteranismo... Con la paz, volvió la prosperidad y el reparto del poder hasta que, de nuevo, bajo el gobierno del rey Federico II (1534-1588) se entra, contra Suecia, en la Guerra de los Siete Años.. No obstante, el Soberano, pudo dotar al país de magníficas deconstrucciones reales. Ejemplo que fue seguido, por su sucesor Cristian IV, (1588-1648) que embelleció las ciudades, edificó monumentos, residencias suntuosas -la Bolsa y el Versalles danés- y empujó el desarrolló de la flota Real, a través de nuevas y grandiosas instalaciones portuarias. Cristian IV cometió el error, sin embargo, de participar en la Guerra de los Treinta Años. El conflicto que marcó el fin de la hegemonía danesa en el norte.
El Rey soberano absoluto
Para recuperar los territorios, el sucesor de Cristian IV, Federico III entra, de nuevo, en guerra, contra Carlos X de Suecia. Los suecos, triunfadores, establecen su hegemonía en el Báltico y los daneses, cargados de deudas, aceptan que el Rey, en 1660, de un golpe estado para privar a la nobleza de todos sus privilegios. El debilitamiento de ésta y de la burguesía le consolida como soberano absoluto y le permite establecer leyes en todo el territorio. Con su Gobierno se fortalece la administración y la defensa y se instaura una época de paz. Una era en la en la que Dinamarca, gracias al florecimiento del comercio, la economía y la cultura -no había analfabetos y los campesinos poseían derechos civiles-, goza de gran estabilidad.
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