© JESÚS CORDERO Ana María Aldón HOLA4097

EXCLUSIVA. Tras firmar su divorcio de Ortega Cano

El renacer de Ana María Aldón, nos abre las puertas de su nueva casa y nos revela los momentos más dramáticos que ha vivido

‘Cuando Ortega Cano me pide una segunda oportunidad, ya era tarde. Y, además, de la manera en que lo hace... Yo necesitaba salir de ahí’

El duelo ya ha pasado. Se desmorona al recordarlo porque le supone verbalizarlo y hacerlo real: su matrimonio se ha roto sin solución y sus esfuerzos por mantenerlo unido resultaron baldíos. Un sentimiento de vacío y desazón que se convierte en culpa cuando ve el rostro de felicidad de su hijo durante su boda, hace ahora casi cinco años. Pero ese duelo y aflicción pasó hace muy poco. Poquísimo en realidad. Fue en otoño cuando ella decidió cambiarlo todo. Incluido su hogar. Su entorno. Su proyecto de futuro. Y no hay fotos a su alrededor de ese pasado tan cercano. No hay recuerdos. Tampoco colores estridentes. Le rodea el blanco, el beis, el gris… Nada que la perturbe. Que rompa su armonía que tanto trabajo le ha costado —y le cuesta— conseguir. Ahora es todo nuevo.

Porque Ana María Aldón hace diez días que se ha divorciado, pero ese ya era un trámite cuando lo que vivió este verano fue uno de los peores momentos de su vida. Quiso arrebatársela de hecho. Quitarse de en medio. Era un pensamiento recurrente que no lograba quitarse de la cabeza. Si tanto molestaba a todo el mundo, si tan estorbo era, si todo lo que hacía estaba mal, ¿qué fin tenía que ella siguiera en este mundo? Y sus lágrimas contándonoslo por primera vez anegan el relato de principio a fin. Por eso, recordar esa intentona desesperada de Ortega Cano por televisión pidiéndole una segunda oportunidad; esa idea de tener, incluso, una hija fanfarroneando de virilidad, fue para ella como una puntilla a la entrada de toriles, algo de lo que se sonríe casi trágicamente cuando afronta la pregunta como si se tratara de una broma de mal gusto. Por eso, Ana María no quiere anclarse ahí.

“Si era tan molesta para todo el mundo, si tan incómoda era, prefería desaparecer. Prefería irme... No podía quitarme esa idea de la cabeza”
©JESÚS CORDERO
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Tres colores dominan las estancias de la nueva casa de Ana María Aldón: el blanco, el gris y el beis. Necesitaba paz, tranquilidad, sosiego para emprender una nueva vida, acompañada de su hijo, sí, pero sola. Aún está decorándola, su dormitorio de hecho es provisional. La buhardilla será su espacio. Solo suyo. Como el taller, en el sótano, aún repleto de cajas llenas de recuerdos que, quizás nunca ponga en ninguna estantería.

Ahora nos cuenta, reconfortada al calor de su chimenea, que quiere soñar, que ese es su lema. Volar como las mariposas con las que, diligentemente, ha decorado el salón de su nueva casa en El Casar de Guadalajara. Va a ser difícil. Al otro lado de la puerta, los paparazzi la esperan para recoger su primera foto después de ‘dar plantón’ al maestro en la inauguración de su museo. Se lo preguntaremos. Antes, ella nos advierte premonitoriamente: “Si supiera la gente cómo soy yo de crítica conmigo misma, si supiera cómo me afectan las cosas y cómo realmente soy, se pensarían más de una vez ofenderme”. Tampoco es ésa su motivación en esta entrevista. “No quiero hacer daño con mis sentimientos. No echo en cara nada a nadie. Si se ofenden es porque saben que lo que digo es cierto”. Encendemos la grabadora.

“¿El amor? Ahora mismo, yo soy un problema para cualquier hombre que se me acerque”

—Ana María, ayer, tu exmarido, inauguraba su museo. Sin embargo, más allá de cuántos trajes de luces había en las vitrinas, las preguntas eran: “¿Dónde está Ana María Aldón? ¿Va a venir Ana María Aldón?”. Al final, aun estando tú ausente, eras la protagonista.

—Es que… ¿Qué necesidad tiene Ana María de ir al museo cuando Ana María ha vivido en el museo? Ese museo ha estado en la casa de Ana María. En las paredes, en las mesas, en los armarios… En todo. Habría sido de una incoherencia total por mi parte presentarme allí a sabiendas de que ¡no me quieren! Pero, ¿yo qué pinto ahí? Sería absurdo. En ningún momento se me pasó por la cabeza aparecer. ¿Para qué?

—Porque tú ahora estás en…

—Estoy por soñar cosas nuevas. Y volar. Volar lejos. Nadie me baja de ese carro —risas—.

—También de echar raíces en esta nueva casa. He visto que en el hall de entrada tienes un cartel que pone: “Cada familia tiene una historia. Bienvenidos a la nuestra”.

—Mira, cuando yo entré en esta casa tenía muy claro que era mi hogar. Que iba a ser mi hogar. Yo tengo una intuición muy alta y, cuando entré aquí, supe que era mío. Era lo que cubría las necesidades de mi hijo. Eso, lo primero. Y después, las mías porque también tengo espacio para montar mi taller, que para mí será mi modo de vida. La tele puede ser efímera. Hoy estás y mañana puedes no estar. Hoy eres un personaje, mañana puedes no serlo. Y yo tengo que pensar en el futuro de mi hijo. Va a cumplir diez años, el 9 de febrero. Es muy pequeño. Me necesita. Y tengo que pensar en los distintos caminos por los que puede transitar mi vida. Yo me he preparado. Tengo una carrera para algo, ¿no? Y para eso tengo ahí abajo —el taller estará en el sótano—, un espacio maravilloso donde montar mi atelier. Ahora mismo tengo lo básico para el bienestar de mi hijo y el mío y luego vendrá todo lo demás. Pero sí, tengo muchas ganas de montar mi taller y de abrir infinitas cajas. Tengo mi vida, mi ropa, todo, metido en cajas… Aunque de ahí, de todo lo que tiene que salir, van a ir más cosas fuera de las que se van a quedar dentro. Hay muchas cosas que ya no quiero en mi vida.

“No quiero hacer daño con mis sentimientos. No busco culpables ni echo en cara nada a nadie. Si se ofenden es porque saben que lo que digo es cierto”
©JESÚS CORDERO
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Cuenta que, cuando entró por primera vez en el que es hoy su hogar, supo que ese y no otro era el espacio. Y centró todas sus energías en darle calor, ese calor familiar que, durante tanto tiempo, ha estado reclamando. Por eso la chimenea es uno de sus espacios favoritos de la casa, el punto focal desde el que se distribuye el salón, donde llama la atención que no hay espacio para televisión y sí, en cambio, para el piano de su hijo.

—Me ha llamado la atención que no tienes ni un solo marco de fotos y, de recuerdos, tan solo tienes dos: un cuarzo que recogiste en los Cayos Cochinos y una figurita de una mamá elefante de marfil con su hijo. Nada más.

—No quiero fotos. No tengo fotos. Es algo que tengo muy claro. No quiero retratos con gente que no está, o con gente que está lejos de mí, o con gente que me haga volver a un pasado, aunque a veces, ese pasado sea bonito. Cuando quiera ver a esa gente, ya la veré, pero no tengo por qué tenerla ahí continuamente. Creo que mi vida está en el presente. Solo en el presente. Y la gente que amo está en el presente y espero disfrutarla también en el futuro.

—Miras hacia adelante.

—Porque, piensa, aunque yo no haya buscado este momento en el que me encuentro hoy, el destino me ha traído hasta aquí. Y sí, sueño con el futuro. Sueño con tener un taller. Aunque sé que los sueños solo se cumplen trabajando. Con el esfuerzo, con la constancia y con el sacrificio. Con mucho sacrificio. Yo no viajo. Yo no tengo bolsos de lujo, ni zapatos caros, ni ropa de marca… Pero tengo mucha capacidad de trabajo.

“En este momento, tengo lo básico para el bienestar de mi hijo y el mío. Después, vendrá todo lo demás. Tengo muchas ganas de montar mi taller de diseño”

—Pero tienes tu casa, que es tuya, entiendo. Y fuera de Madrid. ¿Eso fue algo buscado? ¿Querías escapar de la ciudad?

—Yo tengo mi casa en Cádiz. Y el hecho de tener una casa aquí, en Guadalajara, ha sido simplemente porque yo no me puedo permitir una vivienda al lado de la del padre de mi hijo. Ya me gustaría a mí poderme pagar una casa allí porque, además, cuanto menos trayecto tenga el niño de un sitio para otro, mejor para él; cuanto menos se le trastoque su día a día, su transporte al colegio, su círculo de amigos… mejor, obviamente. Pero yo me he venido adonde puedo. Y estamos muy a gusto aquí. Recibo el cariño de la gente, que me da la vida también, porque sentirme arropada en un pueblo tan lejos de mi tierra y de mi familia es importante. Pero sí, te contesto a tu pregunta: me vine aquí por circunstancias económicas.

“Hay algo de lo que no me voy a arrepentir nunca y es de haber hecho las cosas tal y como las he hecho, a pesar de que me hayan puesto las maletas en la calle”
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—El niño, ¿cómo está?

—Hay algo de lo que no me voy a arrepentir nunca y es de haber hecho las cosas como las he hecho a pesar de que “me han puesto las maletas en la calle”. No literalmente, pero los periodistas y colaboradores me han dicho que, tal y como han sido las cosas, me han puesto las maletas en la puerta muchas veces y de muy mala manera. En cualquier caso, no me arrepiento en absoluto de haberme tomado el tiempo que me he tomado para salir de mi casa, porque la situación de mi casa no era tan violenta como para salir huyendo. Nos hemos tomado el tiempo que hemos necesitado por el bien del hijo que tenemos en común y no me arrepentiré jamás, porque ahora se nota que al niño se le ha ido preparando y se ha ido acostumbrando y se le ha ido motivando para que hoy él entre aquí y entre feliz. Él no se hace preguntas. Es un niño feliz y yo estoy orgullosa de eso. Ojalá que sus padres siempre estén con él protegiéndolo para que siga siendo un niño feliz toda la vida —llora—. Por eso no quiero fotos, ni de la boda ni ‘na’. De aquel día, del ‘sí, quiero’, me quedo con la carita de mi hijo… Y… me siento un poco culpable por haber tomado la decisión de romper el esquema familiar.

—Ana María, tomar la decisión no fue fácil para ti. De hecho, este verano, lo poco que se te pudo ver, no estabas bien.

—No, no lo fue. 2022 ha sido un año muy duro. Y sí, especialmente, en verano. En julio. Caí en picado por no saber afrontar. Por no decir “hasta aquí”. Prefería quitarme de en medio. Prefería no seguir. Si era tan molesta y tanto incordiaba cuando yo no quería hacer daño a nadie… —llora—. Yo no quería todo lo que vino después… No quería el “porque tú hiciste”, el “porque tú contaste”… No quería buscar culpables. Prefería desaparecer. Prefería irme… No podía quitarme esa idea de la cabeza: desaparecer. Era obsesivo.

—¿Te refieres a…?

—A irme entera… Irme completamente. Hasta que apareció una persona, que ya estaba en mi vida y a la que dejé entrar, porque yo no dejaba entrar a nadie.

—Tu representante, ¿no?

—Sí. Estaba tan mal que no podía comunicarme. No quería que nadie fuera a mi casa. Solo permitía entrar a mi hija porque ella era la que me traía la comida… Yo llegó un día, que no era capaz de hacer la compra. Iba como zombi. Me aturullaba. La gente me miraba… Y yo, yo no encontraba mi sitio en el mundo. O lo había perdido. O es que no tenía que estar más en este mundo. No podía vivir. No quería vivir. Pero gracias a mi ángel de la guarda, como yo le llamo, él me puso en manos de especialistas… A pesar de que yo no quería, ¡ojo! Me costó muchísimo trabajo. Yo no quería volver a la medicación. Me daba miedo perder mi voluntad… Pero necesitaba esa ayuda para poder seguir adelante. Ahora sé que, cuando se necesita ayuda, si alguien te la brinda, hay que agarrarla. Porque no todo el mundo te da la ayuda que tú necesitas. La gente te dice: “Si tu vives “mu’” bien, ¿de qué te quejas?”. “Pero si tú estás divinamente, muchacha”. “Pero ¿Con lo guapa que tú estás?”... Todo el mundo trata de ayudarte, pero de una manera que a ti no te satisface, aunque lo hagan con la mejor intención. Yo solo quería morirme.

“Yo no viajo. Yo no tengo bolsos de lujo, ni zapatos caros ni ropa de marca... Pero tengo mucha capacidad de trabajo y de sacrificio”
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Los mensajes inspiradores salpican las paredes de la casa de Ana María. Lemas vitales para que no se le olvide, cuenta, hacia dónde deben dirigirse sus esfuerzos. En el ‘hall’, el baño, las escaleras...

—¿Quitarte la vida?

—Sí. Desaparecer. Porque no quería vivir. No quería causar sufrimiento. Y, en ese momento, sí que fui cobarde, porque no me sentía capaz de afrontar todo lo que estaba por venir. Eso era el duelo. Solo quería tirar la toalla. Decir: “¡A la mierda todo!”.

—Por eso, imagino que, en septiembre, cuando Ortega Cano va a televisión y te pide volver contigo y ser padre, a ti te sentó fatal.

—Ya era tarde. Cuando me pidió esa segunda oportunidad y, además, de esa manera… tan… tan… Pfff. No era el momento. Ya había pasado. Era tarde. Y de la manera que lo hizo, ¿no? Yo necesitaba salir de ahí. Necesitaba empezar de nuevas y que empezaran los demás también.

—Estabas convencida de que se iba a repetir la misma situación…

—Es que era algo que ya habíamos hablado muchas veces… Ya no se trataba de hacerlo público. Era de haberlo hecho mucho antes. Y en privado. Pero ya era muy tarde. Me dio pena.

“Mi hijo no se hace preguntas. Es un niño feliz y yo estoy orgullosa de eso. Ojalá que sus padres siempre estén con él protegiéndolo para que siga siendo feliz toda su vida”
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Entramos también en el templo futbolístico del pequeño gran rey de la casa, José María Jr., un auténtico hincha ‘colchonero’ que lo tiene todo del Atlético de Madrid.

—Estabas desenamorada…

—Yo ya no existía. Me esfumé. Es que, cuando yo tomo la determinación de romper, yo lo tengo muy pensado y muy meditado, y ya no había vuelta atrás. Ya no cabía ni el duelo, fíjate. Porque, cuando tú llegas a esa reflexión, y creo que muchas mujeres que han pasado por los mismos lugares que yo se sentirán identificadas conmigo, cuando ves que el momento de la separación ha llegado, que ya no te espera nadie, tú ya no tienes miedo a nada.

—Vivíais juntos. Tú habías hecho tus llamadas de atención en televisión. ¿Él no era consciente de lo que estaba pasando? ¿Hacia dónde miraba Ortega Cano?

—Yo no sé dónde estaba mirando cuando yo le decía: “Eh, oye, que estoy aquí”. Le estaba diciendo “¡Despierta, espabila!” y su presente se le estaba yendo… Pero él solo veía el pasado.

—Me das el pie. Hay un momento en el que en tu programa entrevistan a tu exmarido, le preguntan por Rocío Jurado, y a ti te cambia la cara.

—Ése fue el punto de inflexión. Cuando me hizo clic la cabeza. Se sienta en el plató y dice públicamente que Rocío Jurado es el amor de su vida y yo, que estoy a su lado en ese momento, no soy ni consciente de lo que realmente está diciendo. Pero al día siguiente, viendo las imágenes, es cuando me doy cuenta y me pregunto: “Pero, ¿dónde estoy yo? ¿Existo o no existo? ¿Debo permitir esto? ¿Qué tengo que hacer?” Porque, si él lo llega a decir en privado, yo le hubiera dicho: “Oye, la vida te ha puesto a otra mujer por delante...”. Creo que él debería haber matizado: “Rocío ha sido el amor de mi vida. Pero luego está Ana María, que ha sido una persona muy importante en mi vida, que me ha dado un hijo, que me conoció en unas circunstancias muy especiales y que ha aguantado muchas cosas conmigo, por lo que estoy muy agradecido”. Con eso, simplemente, se habría equilibrado todo. Porque yo estoy. Seguía estando. Hubo otra mujer, que fue la mujer de su vida, pero había otra que estaba ahora con él y que le habría gustado escuchar alguna cosita bonita, un pequeño agradecimiento… Pero, no. No ocurrió nunca. Me dijo que no lo entendía…

“El punto de inflexión, el clic en mi cabeza, sucede cuando Ortega Cano se sienta en el plató de mi programa y dice públicamente que Rocío Jurado fue el amor de su vida. Yo pensé: “¿Existo o no existo? ¿Debo permitir esto?””

—Porque cuando os casáis, tú sí crees que eres el amor de su vida...

—El amor de su vida fue Rocío y eso no lo va a cambiar nadie. Cuando nos casamos, él ya había tenido al gran amor y había vivido muchas tardes de gloria y noches de pasión, pero la vida le había puesto a otras personas por el camino y, en este caso, aparecí yo. Yo creo que también tendría que ser un amor en su vida. A lo mejor, no al nivel de eso tan maravilloso que vivió con Rocío, pero, ¿un poquito al menos? Yo necesitaba saber que… que él me valoraba. Que agradecía a la vida, a Dios o al destino que me hubiera puesto delante de él. De hecho, yo también pensaba que, cuando saliera de prisión, a mí también me iban a llegar días bonitos, tardes de gloria y noches de todo. Yo también esperaba algo. Un algo. Mi momento. Pero lejos de llegar mi momento, mi momento cada vez se iba alejando más. Y en ese instante en el que él se sienta en el plató es cuando veo que mi momento no va a llegar jamás.

—Pero “tu momento” llegó. Eso sí, sola. Con Supervivientes. De hecho, cuando llegaste, eras otra mujer: te habías cortado el pelo. Hoy sigues con el pelo corto, de hecho. Era la metáfora perfecta de que ya entonces volvías siendo otra.

—Yo sabía que Supervivientes me iba a cambiar la vida. Una mujer que se corta el pelo de la forma en la que lo hice yo, ¿no? Era la metáfora. Sí, sí. Lo era. Yo no lo sabía. Pero ahora, mirándolo con perspectiva, estaba cantado. Porque allí pude pensar. Pensar en si me merecía la pena seguir viviendo de la manera en que la que lo estaba haciendo. Y me hizo pensar en si tenía que estar permitiendo ciertas cosas con las que yo no estaba conforme y no quería seguir aceptando.

—¿Como el qué?

—Que a mí nadie me tiene que decir qué es lo que yo tengo que hacer; cómo tengo que hacerlo; qué tengo que opinar; con quién tengo que sentarme; o con quién no puedo sentarme a tomar un café. Eso no es sano.

—Eso, ¿quién lo hacía?

—Cualquiera. Todos tenían derecho a decirme…

—¿Ortega Cano, Gloria Camila…? ¿Conchi?

—Es que es más cómo te hacen sentir. Cuando algo no gusta. Cuando algo que has dicho o has hecho no gusta, te hacen sentir mal. Y yo decidí que eso no me iba a pasar más. Yo soy libre, soy autónoma y estamos en un país libre, democrático, donde cada uno piensa y opina libremente.

“Necesitaba saber que él me valoraba, que agradecía a la vida, a Dios o al destino que me hubiera puesto en su camino. Pero lejos de llegar mi momento, se iba alejando”

—Y esa reprobación constante, ¿para qué era? ¿Para que te quedaras en casa y no fueras a televisión? 

—No lo sé.

—Algún objetivo tendría que quisieran que tuvieras la boca cerrada o te quedaras encerrada en casa, ¿no?

—Yo no entiendo cuál puede ser el objetivo para que alguien te diga lo que tienes que pensar… O para que manifieste que tus gustos o tú misma eres inferior a los demás. Yo sigo sin verlo y ojalá no lo vea nunca porque sería… Sería como perder la inocencia de un niño o la virginidad. Prefiero seguir sin saberlo porque soy feliz así y porque no quiero buscar más culpables.

—En Supervivientes descubrimos que tu relación con Rocío Flores era casi inexistente y parecía evidente que tú, en esa familia, habías caído como una paracaidista.

—La situación era clara. Cuando llego a Supervivientes, coincido con una persona de la familia pero que no era de mi familia. Yo he ido a su casa, no sé dónde vive… Pertenece al clan, sí, pero yo sé quién es mi familia y no entendía aquello de: “Tienes que estar conmigo y tienes que ir en contra de mis enemigos”. Pero vamos a ver, ¡si ni siquiera mi hija me pide eso! A mí, Supervivientes me sirve para decirme a mí misma: “Llevas muchos años sufriendo y padeciendo. Ahora, todo puede cambiar”. Y cambió. Por un lado, pude dejar la medicación que llevaba tomando desde hacía seis años y medio. Desde cuando entró Ortega en prisión. Y por otro, me ofrecieron sentarme en un programa, colaborar… ¿Que después no servía? Pues nada. Vuelvo a mis cosas. Tengo muchas ganas de trabajar. Donde sea. En un Mercadona, en un Carrefour, que ya lo he hecho… Y no nos olvidemos, que tengo una carrera. Con mis matrículas de honor. No tengo miedo. Hay gente que cree que me ofende cuando me llaman frutera… Yo me siento orgullosa de haber sido frutera. Si sirve de algo el matiz, yo tenía un negocio de alimentación y estaba muy bien valorada. Me sirvió para ser independiente y sacar adelante a mi hija. Yo fui muy feliz en mi tienda.

“Hay gente que cree que me ofende cuando me llaman frutera. Yo me siento muy orgullosa de haber tenido mi negocio. Con él saqué adelante a mi hija”

—Sin embargo, volviendo a los orígenes de tu relación, tú dejas tu negocio y te vas a Zaragoza con Ortega Cano. ¿Nunca hubo ni agradecimiento ni valoración de lo que habías hecho por él?

—No lo hubo. Y lo que podía haber sido muy oscuro, que lo fue, no lo fue tanto, gracias a mí y a su hijo. Cuando aparecimos en su camino, fuimos una luz, una bomba de oxígeno. Eso creo que tenía que haber sido un poquito más valorado. No solo por él. En general.

—Su entrada en la cárcel debió de ser un momento terrible para ti...

—No pensé nunca que, después del juicio, dictaran prisión para él. No lo pensé. O no quise pensarlo… Y sin duda fue uno de los peores momentos de mi vida. Tenía un niño con un año, tenía una hija adolescente. Tenía que irme a vivir a Zaragoza, a casi 1.000 km de mi familia, de mi negocio, de mi casa… De mi todo. Aquellos momentos fueron muy, muy, muy difíciles. Había que estar en todos los sitios a la vez y llegó un momento en el que el cuerpo no podía estar en ninguno. No me responde. La cabeza tampoco me responde. No me puedo levantar de la cama, me faltaba vida… Me toman el pulso y tengo cuarenta y tres pulsaciones… Caí en depresión. Yo tenía treinta y cinco años y me veo en una situación que no sabía manejar. Y el tema mediático, escuchaba tantas cosas que se decían, que tenía que llevar una vida supermetódica para que nada le perjudicara. Cualquier cosa que yo hiciera, meterme un dedo en la nariz, tenía una repercusión increíble. Había que medirlo todo y, con esa presión, terminé cayendo mala, necesitaba tomar antidepresivos… Que yo nunca he tenido una salud mental muy boyante… Pero, ¿qué hacía? La vida te pone esa prueba delante y ¿tú te vas? No, yo no podía hacer eso. Tenía que estar a la altura. Por él. Por mis hijos. Por mí misma. Nada de lo que me pidieron que hiciera, lo pensé dos veces.

“Mi relación no ha tenido nada que ver con la que pudiera vivir Ortega con Rocío Jurado, pero sí tengo que dejar una cosa clara: a mí jamás me puso una mano encima”
©JESÚS CORDERO
La casa, en El Casar de Guadalajara, cuenta con dos amplias terrazas que, si bien Ana María sacará más partido cuando llegue el buen tiempo, su alma del sur le ha llevado a decorar inmediatamente. Una, en la planta baja, repleta de plantas. La segunda, en cambio, en el ático, a la que se accede desde su dormitorio, con un precioso columpio colgante.

—Hablas de una salud mental poco “boyante”, pero eres muy fuerte. De hecho, ya desde la infancia, marcada por un padre digamos que muy autoritario, tú te rebelas.

—Mi relación con mi padre fue una relación… —toma aire—. A ver, yo era como el ojito derecho de él. Y tenía muchas esperanzas puestas en mí. Yo no podía defraudarle porque, sea como fuere, mi padre, era mi padre. Pero también veía cómo trataba a mis hermanos y a mi madre y tenía muy claro que conmigo no podía ser de la misma manera. No quería. Y le paré los pies. Le dije: “¡Basta!”.

—A veces, ante relaciones familiares tan complicadas tendemos a reproducir patrones. ¿Tú crees que ha podido pasarte algo así?

—Creo que no. Yo, sí es cierto, quise ser como mi madre.

—¿Sumisa?

—Abnegada, pero me di cuenta de que no. Que no podía ser. Que cuanto más te dejas pisar, más te pisan. Cuanto mejor eres, más abusan de ti. Y eso no puede ser. Hay que saber decir ‘no’, porque si no terminas siendo víctima de ti misma.

—En cualquier caso, tú estuviste al lado de tu marido y, en cambio, a ti es a quien tildan de desagradecida.

—Mira, cuando la gente dice: “Cuando conociste a Ortega, vino Dios a verte”, yo no lo logro entender. Es más, no lo voy a entender nunca. Yo creo que fue la Virgen la que se le apareció a Ortega Cano. Es justo decirlo así porque, tal y cómo estaba él, las circunstancias en las que se encontraba, todo lo que tenía por delante, el juicio, la prisión… ¿Que la vida te regale un hijo y una mujer joven para remar contigo en el mismo barco a favor? Eso es un regalo. Por eso te digo: yo no tengo la culpa. Yo me he entregado al 100%.

—Te genera mucho dolor el que te culpen a ti de la ruptura.

—Sí, porque yo lo dejé todo por una inversión de futuro. De mi vida, de mi juventud. Yo tenía 35 años cuando comencé la relación con Ortega. Yo hice todo lo que estuvo en mi mano. No sé qué más podía haber hecho. No sé qué más se me podía exigir… Pero si alguien me tiene que exigir, tendría que ser él, ¿no? No todos los demás. Y si él ha querido incluso pedirme una segunda oportunidad, ¿por qué los demás se meten? Eso no lo entiendo.

“No fui capaz de hacerle entender a mi exmarido que habíamos creado una familia de tres. Nuestro hijo y nosotros dos. Quizás ese fue mi error. Quizás esa sea mi culpa”
©JESÚS CORDERO
Ana María ha decidido ‘volar’ ligera en esta nueva etapa. Guarda en el sótano decenas de cajas repletas de recuerdos y de ropa de ‘antes’ pero confiesa que está decidida a no deshacerlas para recorrer su camino cómoda, ‘como en pijama’.

—¿La reacción de la familia fue la que te convenció que ese paso no debías de darlo?

—Mi relación con él no era mala. Era una relación buena. ¿Qué me causaba más dolor: tener que tomar una decisión como la que tomé finalmente o seguir permitiendo cosas que yo sabía que no eran normales? Porque no eran normales. Si tú formas una familia, con una mujer y un hijo, tú has creado una familia de tres. Cada uno, con nuestros hijos mayores, sí, pero el núcleo familiar era el nuestro. El de los tres. Nuesto hijo y nosotros. Pero no fui capaz de hacerle ver que así era. Quizás también tengo yo parte de culpa por no saber hacerlo. Quizás ese fue mi error.

—Pero discúlpame, Ana María, ¿qué cuerpo se le queda a una cuando escuchas recordar a Rocío Carrasco y ella cuenta que esa vida tan maravillosa que contaba tu exmarido no era tan ideal?

—Yo he vivido mi vida, mi relación, con sus cosas buenas sus cosas malas, la parte positiva y negativa y he vivido la mía, pero la mía no tiene nada que ver con lo que cuenta nadie. Yo no la puedo comparar con mi relación porque ellos dos eran dos estrellas. En mi caso era diferente. Yo era una persona anónima y él seguía siendo una persona muy admirada, pero en un momento delicado. Los años eran otros y las circunstancias eran otras. Mi relación no tiene nada que ver con la que hubiera podido vivir él con Rocío Jurado… Pero sí tengo que decir una cosa muy clara: A mí jamás me puso la mano encima.

—Después de todo lo que has pasado, tras hacerse efectiva la ruptura, no sé si, ahora, hablar de amor es hasta de mal gusto…

—¿El amor? Ahora mismo, yo soy un problema para cualquier hombre que se me acerque.


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TEXTO: LUIS NEMOLATO

FOTOS: JESÚS CORDERO

REALIZACIÓN: MARÍA PARRA

DECORACIÓN: PRIMARK, PORTOBELLOSTREET Y FLORISTERÍA Y VIVERO EL CASAR

ASISTENTES DE PRODUCCIÓN: MARÍA LÓPEZ REY, ALEJANDRO Y ALONSO GELES SOUTELO

ASISTENTE DE ESTILISMO:BELÉN CALVER

ASISTENTE DE FOTOGRAFÍA: DIEGO BLADES

MAQUILLAJE Y PELUQUERÍA: ALBERTO DUARTE

ASISTENTE DE MAQUILLAJE: LORENA CATENA

LOOK 1. VESTIDO: ZARA; JOYAS: TOUS

LOOK2. TOP: ESPRIT, PANTALÓN: GUESS, BRAZALETE: UNODE50, PENDIENTES Y ANILLO: TOUS

LOOK3 . PIJAMA: MIRTO, PENDIENTES: TOUS, ANILLOS Y COLGANTE: DANIEL WELLINGTON

LOOK 4. VESTIDO: RELISH, TRENCH: PINKO, PENDIENTES: ZARA