Madre con cara de desesperación©GettyImages

Crianza

Impulsividad en niños, una característica que condiciona su vida (pero que se puede tratar)

Los niños impulsivos lo son por una dificultad en las funciones ejecutivas que le complica enormemente una reflexión previa a la actuación

La impulsividad se asocia, por lo general, al TDAH (hiperactividad) y, si bien es cierto que es uno de los rasgos distintivos de este trastorno, puede darse de manera independiente a él. Los niños, especialmente los más pequeños, son en su mayoría impulsivos; “es uno de los síntomas de la infancia”, como en alguna ocasión nos ha indicado Rafa Guerrero, psicoterapeuta y autor de ‘El cerebro infantil y adolescente’, en relación a menores de 6 años muy impulsivos o inquietos a los que se les achaca erróneamente TDAH.

No cabe duda, sin embargo, de que unos son más impulsivos que otros, tengan o no hiperactividad. En ocasiones, puede ser un verdadero problema para ellos y, en concreto, para su integridad física -puesto que no ven el peligro y saltan y suben a cualquier lado-, para su familia -para la que llega a ser agotador intentar hacerle entender cómo debe comportarse- y para su autoestima -dado que reciben correcciones continuamente de su entorno-.

La buena noticia es que esa impulsividad se puede trabajar, se puede reducir paulatinamente, dando herramientas a nuestro hijo para que vaya adquiriendo capacidad de autocontrol. Para ello, lo primero es entender por qué se produce la impulsividad.

Qué es la impulsividad y por qué se produce

“La impulsividad, en cualquier persona, viene dada por una dificultad en las funciones ejecutivas, concretamente en el control inhibitorio. El control inhibitorio es la capacidad de inhibir y controlar nuestras respuestas y acciones”, nos explica Beatriz Acosta López, pedagoga especializada en neuropsicología, atención temprana y atención a la diversidad (@psicoeducando.pt). De ahí que, “a mayor control inhibitorio, menor impulsividad”.

No es algo que, por tanto, esté en mano del niño controlar. Se podría decir que su cerebro se lo impide, puesto que “cuando hay dificultades en el control inhibitorio, le resulta difícil actuar o responder pasando por un primer filtro reflexivo de si aquello que dirá o hará puede que tenga consecuencias, repercusiones, que infiera en alguien, si será la respuesta correcta… es decir, se responde y actúa sin el previo análisis”.

  • La intensidad de la impulsividad es la clave. Partiendo de que la impulsividad es, como decíamos, propia de la infancia, podremos hablar de un niño realmente impulsivo en función de “la intensidad de la impulsividad”, que es lo que marcará la diferencia junto a la posible “implicación de otras funciones cognitivas” y a “características personales”. Así, la pedadoga pone como ejemplo a un niño con impulsividad “que también tenga dificultades de gestión emocional y baja tolerancia a la frustración puede que manifieste la impulsividad de una forma más brusca con su entorno, que por ejemplo el infante con impulsividad que no tenga esas otras dificultades añadidas”.

¿Cómo afecta emocionalmente la impulsividad al niño que la padece?

Apenas se habla de cómo se puede llegar a sentir un niño muy impulsivo y es una de las cuestiones más importantes a tener en cuenta para poder ayudarle de manera adecuada. Hay que tener en cuenta que estos niños son conscientes de la situación; el problema está en que no saben manejarla. “Que una persona tenga impulsividad, no quiere decir que no reflexione sobre ello o no se sienta mal posteriormente”, apunta Acosta López. “Simplemente tienen esa dificultad de control inhibitorio, y les resulta muy complejo poder evitar ese comentario, respuesta o acción”.

La consecuencia directa de esto es la baja autoestima que suelen acabar desarrollando debido a las constantes correcciones que reciben en casa, en el colegio e incluso de sus amiguitos. Esto “les lleva a generar pensamientos internos de no valgo para nada, todo lo hago mal, tendría que ser como mi amiga Paula, mi hermano Nico sí que es un buen hijo… y un largo etcétera, que influye en su autoestima y autoconcepto”. Se verá, por tanto, “perjudicado su desarrollo emocional y con eso, su bienestar”.

Jugando con su hermano©GettyImages

 

La familia: así vive la impulsividad del niño y así le puede ayudar

El papel de los padres, como en todo lo que afecta a cualquier niño, es fundamental. Será el pilar que le hará fortalecerse ante la eventualidad o, por el contrario, la losa que (sin quererlo) le dificulte aún más el camino. Por eso, los padres y otros adultos de referencia deben autoevaluarse mucho y prestar especial atención a cómo corrigen los comportamientos de su hijo. Por supuesto, “las correcciones deben hacerse, pero siempre aportando también un feedback positivo de todas aquellas fortalezas que les caracteriza, de sus esfuerzos y sus logros”.

  • “Un desafío familiar”. Para ello, las familias pueden necesitar ayuda profesional, puesto que es un auténtico “desafío el que se encuentran a diario” que les dificulta enormemente responder de manera adecuada ante determinadas situaciones generadas por el niño. “Muchas familias necesitan acompañamiento o apoyo emocional, para no desmotivarse, poder ofrecerles herramientas y que cuenten con su espacio de escucha”.
  • Familias sometidas a juicio social. “Por otro lado, en cuanto a la parte emocional, muchas familias se sienten juzgadas y señaladas por el entorno (a ese niño lo que le faltan son límites, esto les pasa por permitirle todo), ignorando qué es lo que ocurre”, asegura la experta. “Falta mucha empatía, comprensión y, sobre todo, información todavía en nuestra sociedad”.

Pautas para ayudar a un niño a manejar su impulsividad

Una vez que sabemos todo lo anterior, lo siguiente es plantearnos qué herramientas podemos dar a nuestro hijo para que aprenda a manejar su impulsividad y a autocontrolarse. “En primer lugar, hay que normalizar acudir a profesionales como pedagogos, psicopedagogos, psicólogos, logopedas, etc., dependiendo de las dificultades o demanda” porque “si permitimos que pasen los años sin trabajarlo, esas dificultades se agravan, aumenta la intensidad, y en la mayoría de casos acaba derivando en otras dificultades (de aprendizaje, en la calidad de sus interacciones sociales, en la regulación de su conducta…)”. Después, los pasos a seguir serán los siguientes:

1º Trabajar el control inhibitorio, “ya que aumentar esta capacidad es la que hará disminuir la impulsividad”. El control inhibitorio puede trabajarse en casa de manera sencilla, con juegos que divertirán a los niños, como con determinados juegos de mesa y otros que implican movimiento o atención oral.

En lo que a actividades de movimiento se refiere, “todas aquellas en las que haya que inhibir una acción/movimiento en un momento dado, como por ejemplo, el juego de las estatuas, o moverse al ritmo de la música y a la señal de una clave quedarse quietos”.

“Y referente a las orales, actividades tan sencillas como seguir las instrucciones que se van dando verbalmente y en las que haya que dar una respuesta o ejecutar una acción: “Te iré diciendo palabras, estarás quieto como una estatua, pero cuando una de esas palabras sea un animal deberás dar una palmada”, recomienda Beatriz Acosta. “Puede hacerse con todo tipo de palabras, asociaciones, de acciones y movimientos”.

2º. Relajación. Todas estas actividades deberán ir acompañadas “también de herramientas de regulación como estrategias y técnicas de autocontrol y relajación”.

3º Gestión emocional y de la autoestima. Habrá que trabajarla “en paralelo” a lo anterior, “ya que es muy vinculante a la expresión de esa impulsividad y de la conducta”.

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