Algunos niños se caen muy a menudo, lo que hace que sean considerados por otros niños (o adultos) como torpes. Sin embargo, es importante observar con detenimiento a este pequeño, pues la causa puede no tener nada que ver con la ‘torpeza’, sino estar relacionada con una alteración en su anatomía y, en algunos casos, con una cuestión neurológica que debe ser evaluada, tal y como nos indica Irene García Garrido, podóloga, posturóloga y especialista en epigenética (podologiagarcia.com). Hemos hablado con ella y nos explica en detalle los posibles motivos por los que algunos niños se caen con frecuencia.
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Cuando un niño se cae a menudo, se suele asociar a torpeza; ¿qué otros motivos puede haber?
Cuando un niño se cae con frecuencia, muchas veces se dice que es torpe. Pero esa etiqueta aparece por desconocimiento. Un niño no se cae porque sí: siempre hay una causa que debe observarse con atención.
Existen causas estructurales, que son alteraciones reales de la anatomía del niño, como por ejemplo una torsión de la tibia, una diferencia de altura entre las piernas, un genu varo (piernas en forma de X), o un metatarsus adductus, que es cuando la parte delantera del pie está girada hacia dentro desde el nacimiento. También pueden influir factores externos, como un terreno irregular, una iluminación deficiente, obstáculos en el entorno o incluso una fatiga excesiva si el cuerpo no está bien hidratado o descansado. Además, hay que considerar causas neurológicas más complejas, como por ejemplo una ataxia, que afecta al equilibrio y la coordinación motora.
Lo más importante es no normalizar las caídas frecuentes. Si hay sospecha de un problema postural, lo ideal es hacer una valoración global
Pero más allá de todo esto, muchas de las caídas frecuentes tienen un origen postural. El cuerpo se organiza en el espacio gracias a distintos captores posturales como los pies, los ojos, el oído interno, la boca y las vísceras. Cuando alguno de estos captores no está funcionando correctamente, el cuerpo pierde sus referencias de equilibrio, y eso se manifiesta en forma de tropiezos, inestabilidad o movimientos torpes. Una cosa muy común que veo en consulta es la marcha en adducción, es decir, cuando el niño camina con los dedos de los pies hacia dentro. No se trata de una malformación estructural, sino de una disfunción postural, que suele tener su origen en etapas tempranas del desarrollo.
En muchos casos, esta disfunción postural tiene relación con el tipo de parto o incluso con situaciones que se dan antes de nacer. Cuando el bebé no pasa por el canal del parto —como ocurre en ciertas cesáreas, partos con fórceps o con ventosa, partos complicados, múltiples, prematuros o con poco espacio intrauterino— el cráneo no recibe la presión y las contracciones necesarias que ayudan a activar el sistema postural desde el nacimiento.
Esto puede dificultar la integración de los reflejos primitivos, que deberían desaparecer en los primeros dos años de vida. Si estos reflejos no se integran correctamente, pueden alterar el tono muscular, la coordinación y el equilibrio. También puede verse afectado el captor visual, dando lugar a un eje visual desviado, lo que altera la percepción espacial y hace que el niño tropiece o se desoriente con facilidad. Y si hay una mala oclusión o un bruxismo, el captor bucal también influye negativamente en su estabilidad, ya que puede interferir en la correcta distribución del tono muscular y el equilibrio postural.
Desde la epigenética también observamos si hay factores que estén interfiriendo en el desarrollo neuromotor, como inflamación crónica, déficits nutricionales, disfunción visceral o estrés ambiental. Todo eso puede influir en el tono muscular, la respuesta motora o la capacidad del sistema nervioso para integrar los estímulos del entorno.
El tratamiento en estos casos se plantea de forma individualizada y suele incluir una combinación de herramientas que se adaptan a la edad y al momento madurativo de cada niño. Por ejemplo, si hay una marcha en adducción, lo mínimo es combinar osteopatía cráneo-sacral para activar el músculo implicado y plantillas posturales para estabilizar el resultado desde la base.
Las plantillas posturales suelen empezar a utilizarse a partir de los cinco años en niñas y seis en niños cuando el motivo principal son las caídas frecuentes, ya que no podemos dejar al niño cayéndose durante tanto tiempo. Aunque lo ideal sería esperar hasta los ocho años, que es cuando el sistema nervioso central está más formado, en estos casos se adelanta la intervención para evitar consecuencias mayores. Pero es importante aclarar que a partir de esa edad no se trabaja solo con plantillas: también se integran reflejos primitivos, se pautan ejercicios adaptados al desarrollo neuromotor y, si es necesario, se interviene desde la epigenética. Todo el tratamiento se estructura de forma coordinada, buscando siempre el origen del problema y respetando el ritmo de cada niño.
En caso de que se deba a una cuestión postural, ¿qué pueden hacer los padres para ayudarle?
Lo más importante es no normalizar las caídas frecuentes. Si hay sospecha de un problema postural, lo ideal es hacer una valoración global (estudio postural que integra todos los captores posturales: pies, vísceras, ojos, boca, oído interno).
Cualquier profesional especializado en posturología puede estudiar cómo se organiza el cuerpo en el espacio, pero cuando hablamos de caídas frecuentes, el primer paso suele ser acudir a un podólogo posturólogo, ya que es quien mejor puede evaluar si la base del cuerpo —los pies y su relación con el resto del sistema postural— está funcionando correctamente.
A partir de ahí, y según lo que se detecte, puede ser necesario trabajar de forma coordinada con otros profesionales: fisioterapeutas posturales, optometristas comportamentales, odontoposturólogos, entre otros. Todo depende del origen del problema y de la edad del niño.
Estos niños, al sentirse diferentes o al compararse con sus compañeros, pueden acabar viéndose a sí mismos como torpes, frustrados o menos capaces
En general, si las caídas son constantes y el sistema postural está claramente alterado, se pueden empezar a utilizar plantillas posturales a partir de los 5 años en niñas y los 6 en niños. Aunque lo ideal sería esperar hasta los 8 años, que es cuando el sistema nervioso central termina de madurar, no podemos dejar que un niño esté cayéndose durante tanto tiempo.
Eso sí: el uso de plantillas posturales nunca va solo. Siempre se acompaña de otras herramientas complementarias que forman parte del tratamiento postural: ejercicios adaptados, integración de reflejos primitivos, técnicas manuales suaves y, si es necesario, apoyo desde la epigenética. Todo esto se adapta al momento de desarrollo del niño y puede aplicarse incluso en edades muy tempranas.
Desde casa, los padres también tienen un papel muy importante. Pueden ayudar fomentando el movimiento libre, evitando el uso prolongado de sillas, parques o pantallas, eligiendo un calzado adecuado (sin rigideces excesivas ni suelas inestables), y acompañando al niño sin sobreprotegerlo.
Y, por supuesto, pueden y deben ofrecer apoyo emocional constante. Estos niños, al sentirse diferentes o al compararse con sus compañeros, pueden acabar viéndose a sí mismos como torpes, frustrados o menos capaces. A veces incluso evitan participar en juegos o actividades físicas, o se aislan socialmente por miedo al juicio o a no poder seguir el ritmo.
En ese momento, es fundamental que los padres nunca refuercen la idea de “torpeza”, aunque sea en tono de broma, y que acompañen con empatía, comprensión y confianza. Mostrarles que lo que les pasa tiene solución, que no están solos y que su cuerpo puede mejorar con ayuda, marca una gran diferencia en su recuperación física y también en su autoestima.
¿Cómo distinguir las causas para dar al niño la ayuda que necesita?
Para poder ayudar de verdad a un niño que se cae con frecuencia, es clave hacer una evaluación multidisciplinar y profunda, que no se quede solo en “observar si camina raro”. No se trata solo de ver qué hace, sino cómo lo hace: cómo se pone de pie, cómo reacciona ante estímulos, cómo organiza su cuerpo en el espacio, cómo mantiene el equilibrio, cómo se mueve, cómo se relaciona con el entorno...
Ese tipo de observación clínica, combinada con algunas pruebas específicas, es lo que permite detectar el origen real del problema. El profesional que suele liderar este tipo de enfoque es el podólogo especializado en posturología, especialmente cuando el motivo principal de consulta son las caídas. Desde ahí, se puede valorar la necesidad de coordinación con otros especialistas, como:
- Un fisioterapeuta posturólogo pediátrico
- Un optometrista comportamental, si hay sospecha de captor visual alterado
- Un odontoposturólogo, si se observa una disfunción en el captor bucal
- Un neurólogo infantil, si hay signos que indiquen una posible causa neurológica
Además, si se detectan signos de disfunción visceral, inflamación crónica o fatiga inexplicada, puede ser útil incluir el enfoque epigenético, que permite analizar con más precisión el entorno interno y externo que está afectando al desarrollo motor. Una herramienta muy valiosa es el Estudio Postural, que analiza cómo se comporta el cuerpo cuando recibe información de sus distintos captores (pies, ojos, oído interno, boca, vísceras…). Este estudio permite ver de forma objetiva y práctica qué está fallando en la organización postural del niño, y desde ahí establecer un tratamiento adecuado, totalmente personalizado.
¿A partir de qué edad suelen manifestarse los primeros síntomas?
En muchos casos, ya durante los primeros pasos pueden observarse señales como caídas frecuentes, falta de equilibrio o movimientos descoordinados. Sin embargo, hay niños que compensan al principio y no presentan síntomas evidentes hasta los 4, 5 o incluso 6 años, cuando se les exige más precisión motora en el colegio o en actividades deportivas. Lo importante es no normalizar algo que claramente afecta a su bienestar.
¿Puede esa ‘torpeza’ interferir en el desarrollo físico del niño?
Sí, puede condicionar su forma de moverse, de jugar, de hacer deporte o incluso de relacionarse con su entorno. Si un niño se cae a menudo, es probable que evite ciertas actividades por miedo o frustración. Esto puede limitar su desarrollo muscular, su coordinación o su confianza corporal. Con el tiempo, además, puede generar patrones compensatorios que afecten a su postura o provoquen molestias físicas.
¿Y en el cognitivo?
También. La motricidad y el desarrollo cognitivo están profundamente conectados. Un cuerpo que no se organiza bien en el espacio puede dificultar la atención, la escritura, la lectura o incluso la capacidad de concentración. En muchos casos, cuando se mejora el control postural, también se observa una mejora en el rendimiento escolar o en la gestión emocional del niño.
¿Cuándo acudir al pediatra o al especialista por la ‘torpeza motora’ de un niño?
Cuando las caídas son frecuentes y no responden a causas evidentes como un tropiezo puntual o una distracción, conviene observar con atención. También si el niño se mueve con dificultad, evita correr o jugar, se cae más que sus compañeros o muestra frustración al no poder seguir el ritmo en actividades físicas.
Otra señal de alarma es cuando esa “torpeza” afecta su vida diaria; por ejemplo, si le cuesta subir escaleras, mantenerse en pie mucho tiempo, andar sin cansarse o si tiene problemas de coordinación al vestirse, abrocharse los zapatos o usar cubiertos, dificultad para montar en bicicleta, realizar juegos de construcción, entre otras señales. Lo importante es no normalizar las caídas frecuentes ni esperar a que se le pase con el tiempo porque una detección temprana puede marcar la diferencia en el desarrollo del niño y en su calidad de vida.
En cualquiera de estos casos, puede acudirse directamente a un especialista en posturología. En este caso en concreto, yo elegiría como primera elección a un podólogo-posturólogo, porque el motivo principal de consulta son las caídas frecuentes. Estos profesionales están formados para evaluar cómo se organiza el cuerpo en el espacio y detectar disfunciones que alteran la marcha, el equilibrio y la estabilidad.
Salvo en casos concretos como la marcha en adducción, donde lo recomendable como punto de partida es realizar un tratamiento conjunto entre un fisioterapeuta posturólogo, que trabaje la parte craneal para activar la musculatura postural implicada, y un podólogo-posturólogo, que estabilice el resultado mediante plantillas.
También puede darse el caso inverso. Son muchos los fisioterapeutas-posturólogos, optometristas comportamentales, terapeutas ocupacionales u odontoposturólogos que derivan a consulta cuando detectan que el niño necesita una valoración por parte de un podólogo-posturólogo. Esto ocurre porque, aunque todos trabajamos desde una mirada integradora, el podólogo-posturólogo está especialmente formado en el análisis global del sistema postural desde la base (pies ) y en cómo pequeñas disfunciones en los captores pueden traducirse en caídas, inestabilidad o desorganización motora.
El pediatra también puede formar parte del equipo multidisciplinar, especialmente si se necesitan pruebas complementarias.
¿Puede corregirse el problema postural que lleva al niño a caerse a menudo y a ser más torpe?
En la mayoría de los casos, sí, siempre que se trate de un paciente funcional, es decir, un niño que tiene capacidad de corregir al 100 % porque su sistema neuromotor está preparado para reorganizarse. Gracias a la plasticidad del sistema nervioso, el cuerpo puede recuperar sus referencias posturales y mejorar su equilibrio, coordinación y seguridad en el movimiento.
En muchos casos, cuando se mejora el control postural, también se observa una mejora en el rendimiento escolar o en la gestión emocional del niño
En posturología, a estos casos los llamamos pacientes orgánicos: son niños que mejoran sus síntomas, pero necesitan estar siempre acompañados de tratamiento postural para mantener ese equilibrio funcional en el tiempo. Cada caso es único, y lo importante es dar respuestas reales que mejoren la calidad de vida del niño… y también de su familia.
En algunos casos más complejos, como ciertas condiciones neurológicas o síndromes, quizá no podamos “corregir” completamente la causa, pero sí acompañar para que ese niño funcione de la mejor manera posible dentro de sus posibilidades, evitando dolores, frustración y caídas evitables.