¿Cómo se forja nuestra relación con los colores?
Desde pequeños tenemos una conexión especial con los colores. El dibujo infantil es un fiel reflejo de ello. Los niños eligen de manera inconsciente los colores para sus dibujos, teniendo en cuenta lo que sucede en su mundo interior. Luego, "a medida que crecemos, desarrollamos un vínculo especial con los colores que va más allá de nuestras preferencias, ya que, básicamente, nos vamos identificando con aquellos tonos que nos hacen sentir bien y que transmiten nuestra manera de percibir el mundo", nos comentan.
Lo interesante es que no solo son un reflejo de nuestra personalidad, sino que también tienen el poder de influir en nuestro estado de ánimo y afectar nuestro comportamiento. En el ámbito del marketing y la publicidad se han desarrollado números estudios que avalan cómo los colores vivos como el amarillo, el rojo o el naranja, que se relacionan con el dinamismo y la energía, tienen la capacidad de mejorar nuestro estado de ánimo y animarnos a consumir; mientras que los tonos azules o magenta ayudan a relajarnos y a calmar nuestra mente. De hecho, algunos colores como los tonos rojizos pueden incidir en nuestra percepción del tiempo, haciendo que nos parezca que las horas transcurren más lentamente.
En el ámbito cotidiano, "los colores también pueden afectar nuestras emociones y conducta. Si nos levantamos tristes, elegir colores alegres y vivos para vestirnos, como el amarillo, el naranja o el rosa, mejorarán ligeramente nuestro estado de ánimo", afirman. En cambio, si nos sentimos muy ansiosos o estamos estresados, apostar por el blanco, el azul o el beige puede ayudar a calmar nuestras emociones. Obviamente, la terapia con colores no es un remedio para curar nuestro malestar psicológico, pero puede ayudar a equilibrar nuestras emociones y hacernos sentir mejor.