No podemos hablar del legado de Alfonso Ussía, que ha fallecido en Madrid a los 77 años, sin hacer una mención especial a su alabada (y mordaz) columna que escribía habitualmente en las páginas de la revista ¡HOLA!. El reconocido cronista y ensayista, conocido por su estilo irónico, desgranó los temas de la primera plana de la actualidad escribiendo sobre las personalidades más importantes y dispares: desde Diana de Gales a Rociíto, pasando por Carolina de Mónaco, Bertín Osborne, Meghan Markle, Corinna Larsen o Marta Ortega, entre otros muchos. Todas tenían su sello y ninguna te dejaba indiferente. Es difícil elegir, pero estos son los 5 artículos de Alfonso Ussía que hemos seleccionado.
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"La vejez"
Carolina de Mónaco ha cumplido 65 años. Eso me recuerda que estoy a un paso de las sombras infinitas. Sigue siendo una mujer guapísima, y no se tiñe las canas. La conocí en Montecarlo, navegando con Don Juan en “El Giralda”. Estaba entre Junot y Casiraghi, después de alguna escapadita con el tenista argentino Guillermo Vilas. Era espectacular. Rainiero y ella se acercaron al puerto de Montecarlo a saludar a Don Juan. Lo cierto es que, mirando a Rainiero, me parecía milagrosa la estructura de Carolina. La vida es un sobresalto de fechas.
Cuando Carolina cumplió 28 años- ¡Vientiocho años! -, le dediqué unos versos a su vejez. Hoy los leo y me avergüenzo, de los versos y del motivo de su inspiración. Los publiqué en el semanario satírico El Cocodrilo, del que fui su primer Director. El Cocodrilo lo editaba mi gran amigo Eugenio Suárez, dueño y Director de Sábado Gráfico, mi primer impulso literario. Eugenio me situó al lado de José Bergamín, el buen poeta menor de la asombrosa Generación del 27. Bergamín y yo cubríamos una página titulada Coplas y Sonetos Para Antes de una Guerra.
Al principio escribí acomplejado, pero al cabo de unas semanas Eugenio me dio la página entera. Pepe Bergamín se instaló en Fuenterrabía, en casa de Alfonso Sastre y Genoveva Forest, y cuando falleció fue enterrado –señorito madrileño y malagueño-, entre banderolas con el hacha y la serpiente de Herri Batasuna. Eugenio fundó El Cocodrilo en honor de su cocodrilo “Leopoldo”, que hoy habita en el Zoo de Madrid, Y allí, cometí el delito de llamar “madura” a Carolina cuando cumplió 28 años. Una vergüenza. El poema se titulaba Felicidades.
No eres ninguna anciana;
Aún tienes la piel tersa de manzana.
Pero eso sí, te acercas guapa y buena
A la madura luz de la treintena.
Eres y estás muy rica,
Y no gastas ungüentos de botica.
Eres bella, simpática, ocurrente,
Joven, dura, feliz, limpia y turgente.
Tienes un no sé qué, y una zambomba
Para pasarlo bomba.
Aunque tal sueño esté prohibido
Por deseo especial de tu marido.
Carolina, princesa;
La humanidad contigo es muy posesa.
Y es que estás como un cálido bizcocho
A pesar de que cumplas ¡Veintiocho!
Lo recité en Antena-3 de Radio, la buena, la fetén, la anterior a Prisa, y los oyentes me regañaron con sobrada razón. “¿Cómo puede usted decir que una mujer de 28 años es una mujer ‘madura’?” Ni yo mismo lo entiendo. No se rectifican los escritos añejos. Pero sí puedo decir, y escribirlo, que a sus 65 años, esta mujer sigue siendo gloriosa. A pesar de Junot, de Casiraghi, de Vilas y del borrachín de Hannover. Me rindo ante ella.
"El desinformado"
Creo que no hay nada peor que la desinformación. Y además, imperdonable en personas que están, como quien esto firma, obligadas por su profesión a estar permanentemente atentas a cuanto acontece. Tres días atrás, me apercibí de mi ridículo en una terraza de Cabezón de la Sal. Lo he escrito. En Cabezón, excepto rascacielos y ejecutivos agresivos, hay de todo. Voy allí con frecuencia a comprar. Allí me hace Patri las gafas, ahí compro mis libros, ahí, en “La Albacería de la Sal” me prepara Leti las patatas estrelladas mejores del mundo –al menos, tan buenas como las de mi querido Lucio–, y ahí compro las bolsas de alpiste, pipas de girasol y cacahuetes sin tostar que alimentan a los centenares de pájaros que visitan mi jardín. Mirlos, picapinos, verderones, jilgueros, camachuelos, pinzones, carboneros, y chochines. Así que me hallaba en la Avenida de Cabezón y opté por hacer cola en una panadería, en la que despachan unos cruasanes –croissants–, maravillosos. Y dos señoras que me precedían en el turno discutían con calor. –Tiene toda la razón ella–; –para mí, que es una fresca aprovechada–; –lo ha hecho por la dignidad de las mujeres–; –lo ha hecho por dinero–; –la ministra lo ha dicho alto y claro–; –la ministra es una majadera–; –ha sufrido mucho–; –pero de los hijos, el que se ha ocupado ha sido Antonio David–. –Eso, eso–, sentenciaba una tercera mujer. Y yo, a la luna de Valencia.
Con mucha paciencia, un señor me puso al corriente del suceso. Importantísimo. Como no conecto jamás con Tele-5, porque me parece un canal de muy limitada consistencia, ignoraba la contraprestación lágrimas-dinero, que habían pactado un tal Jorge Javier y una chica que yo conocí de niña, Rociito, hija de la gran Rocío Jurado y el boxeador Pedro Carrasco, que en paz descansen. Me contaron que ella lloró una barbaridad y que acusó a su primer marido, Antonio David , de maltratarla durante su relación sentimental y matrimonial. Y que el Gobierno de España, mediante su ministra de Igualdad, Irene Montero, se había situado en la defensa a ultranza de ella y en contra de él. Esa falta de información en asunto tan trascendental para los españoles es consecuencia de mi empecinamiento en no ser cliente de Tele-5. Una señora se encaró conmigo. –Pero, ¿usted no es el que escribe? ¿Y no se ha enterado de nada? ¡Irresponsable!-. Momento confuso y humillante.
Conocí a la presumiblemente maltratada, cuando era niña bastante repipi y mal educada, durante una cena en casa de su madre, Rocío Jurado. Rocío Jurado fue una artista de la canción y el cante, y en aquella cena ya estaba cansada de muchas cosas. –Mira, Alfonso. Yo necesito enamorarme de un héroe. Cuando me casé con Pedro, era “El Marinero de los puños de oro”. Un campeón. Pero ahora, su única obligación es llevar al colegio a mi Rociito, y recogerla por la tarde–. La cosa es que la niña creció, y se largó con Antonio David, con el que tuvo dos hijos. Rocío la Grande, encontró su héroe en un maestro de la tauromaquia, el torero cartagenero José Ortega Cano, al que ella llamaba “Mi José”. Más tarde llegó la tragedia, la enfermedad brutal que se llevó a esa grandísima mujer chipionera al Misterio. El mejor resumen de su vida y de su arte lo escribió Antonio Burgos en su libro Rocío, Ay mi Rocío. Pero Antonio, el maestro barroco de la literatura andaluza, tampoco le concede en su estupendo trabajo mucha importancia a la niña.
Sinceramente, y los conozco poquísimo, mi intuición me lleva a no fiarme de ninguno de los dos. Han vivido del cuento. Parece que él es un buen padre, porque ella no ve a sus hijos desde hace bastante tiempo. Y eso está mal. Pero no considero, siempre que me sean permitidos mis derechos constitucionales, que esa explosión de llanto y dolor a destiempo, sean motivo de tanta expectación. Creo que este montaje ha sido establecido desde la perspectiva mercantil, y que aquí lo que cuenta es el dinero. Pero me reconozco incapaz de opinar de un asunto de tan inconmensurable envergadura social. Estoy consternado por saberme desterrado de la información. No obstante, acepto gustoso mi destierro. Se trata de una consternación plácida y agradable. Si este importante acontecimiento ha reunido a millones de españoles en la política, la discusión, el debate y la controversia, no me queda otro remedio que llorar, sin dinero a cambio, por la definitiva descomposición gamberra de España.
"La cortesana"
He leído, muy por encima, a vuela ojos, que la cortesana Corinna ha solicitado a la Justicia que el Rey Don Juan Carlos no se acerque a ella a menos de 150 metros de distancia. Curiosa petición la de ésta desprovista de pudor y de vergüenza, tan culpable –después de enriquecida-, de que el Rey de la libertad de España consuma sus últimos años de vida en un emirato pérsico. Para ello, al alimón con Corinna, se ha sumado a la injusticia, la Fiscal General del Reino, sin pruebas de culpabilidad y sin imputarle delito alguno.
O mucho me equivoco, o la única sensación positiva que experimenta el Rey Padre en su lejanía, es precisamente, la distancia física que mantiene con la peligrosa cortesana que se enriqueció a su lado. Si de Don Juan Carlos dependiera, Corinna no podría acercarse a su persona a menos de 1.000 kilómetros de distancia. El Rey cometió un error descomunal cuando se enganchó a los atractivos –por otra parte muy superables-, de esta princesa que no es princesa, cuya pasión a destiempo no puede ensombrecer la inmensa grandeza de su Reinado. No resulta sencillo justificar su error, y menos aún, pasar por alto su generosidad con tan alarmante espécimen vulperino. Hasta los viejos y buenos socialistas, como Alfonso Guerra, han sabido expresarlo con mucha más claridad que muchos de sus silenciosos amigos. “Nos trajo la libertad, los derechos humanos y la Constitución. Y lo han machacado por un simple lío de faldas”. Los tiempos cambian. Nuestro gran Rey cultural, Felipe IV, peor político que Felipe V y Carlos III, ha pasado a la Historia como el Rey de la Cultura. Durante su reinado, brillaron los Siglos de Oro de la Literatura y de la Pintura. Fue retratado por un tal Diego Velázquez, con su arcabuz en los montes de El Pardo, y el Guadarrama como horizonte. El azul Guadarrama de los poetas. La política la dejó en manos de un ambicioso Valido, el Conde-Duque de Olivares, que encarceló en San Marcos de León, cuando aún no era un Parador de cinco estrellas reconvertido por Fraga Iribarne, por unos versos anónimos demoledores. El Conde-Duque le ofreció la oportunidad del exilio en Italia, con un amor soñado entre los limoneros de Amalfi y el amparo de su Señor natural, el Duque de Osuna. Y Quevedo eligió el frío y la soledad de una celda en San Marcos de León.
Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, Carlos I, Felipe II, Felipe IV, Felipe V, Carlos III y – si me lo permiten-, Alfonso XIII, fueron Reyes de España excepcionales. Y esa excepcionalidad la engrandeció sin límites Don Juan Carlos I, al que debemos los tiempos más unidos y felices de los españoles. Pero cometió el error de Corinna, y no han sabido perdonarlo. Entre el Debe y el Haber del Reinado de Don Juan Carlos, la fuerza y el peso del segundo es abrumador y contundente.
Por no entorpecer el Reinado de su hijo, Felipe VI, acosado por la fuerzas de la anti-España, el Rey Padre está en Abu Dhabi. Y ahora llega la cortesana, la ambiciosa, la insoportable Corinna que pide a la Justicia británica que Don Juan Carlos no se acerque a ella a menos de 150 metros de distancia. No se conoce cinismo parecido. Conociendo al Rey, puedo asegurar y aseguro, puedo prometer y prometo, y hasta puedo jurar y juro, que Don Juan Carlos no tiene la menor intención de acercarse a menos de 150 metros a la causa de sus desdichas. Mil kilómetros le parecerán poco.
Lo perverso del caso, es que, al paso que vamos, es muy probable que tengamos que llorar el final de un Rey extraordinario, no a mil kilómetros de la Cortesana alimañera, sino a diez mil kilómetros de España.
Quiera Dios que me equivoque.
"El seductor"
A lo largo de su historia, han sido protagonistas de ¡HOLA! grandes seductores. Desde Ghunter Sachs a Luis Miguel Dominguín, pasando por Bertín Osborne , y Philippe Junot , sin olvidar al Duque de Edimburgo. El gran Herbert Von Karajan, director titular de la Filarmónica de Berlín, enloquecía a las mujeres con sus gestos y movimientos con la batuta, escrito sea con la mayor inocencia. Para mí, que el gran playboy español fue el marqués de Portago, Alfonso Cabeza de Vaca, un adelantado a los acontecimientos. Campeón de ‘Bobsleight’ y el primer gran campeón español de automovilismo, fallecido en plena competición. Y el conde de Villapadierna, cuyo pañuelo de bolsillo emergía de tal modo del bolsillo izquierdo de la chaqueta que superaba, el día del ‘Derby’ en La Zarzuela, la altura de su bombín. Evidentemente, y de esto nadie se atreverá a ponerlo en duda, la seducción es mucho más sencilla si el seductor sostiene tras su encanto, atractivo y simpatía, una formidable cuenta corriente en números positivos. De ahí, que nadie haya superado en el arte del enamoramiento femenino a Faustino Gudamendi Garazáibal, también conocido por su apodo Chiquito de Igueldo.
Chiquito de Igueldo tenía un modesto caserío en la cuerda del Monte Igueldo, en San Sebastián. Trabajaba de sol a sol, y con el ocaso, procedía a las conquistas femeninas, con dos duros en el bolsillo. Era un tapón, y de ahí el mote. Y feísimo. Pero resultaba irresistible. Tenía un modo de hablar que derrumbaba cualquier muralla del pudor imperante en sus tiempos, la década de los sesenta del pasado siglo.
Su problema, que era imprudente., Entre el 6 de mayo y el 29 de octubre de 1965, dejó preñadas a ocho jóvenes de diferentes puntos guipuzcoanos. Una en Igueldo, y el resto, en Pasajes de San Juan, Oyarzun, Zarauz, Guetaria, Orio, Mondragón, y Hernani. Los padres de las ocho jóvenes seducidas y embarazadas por Chiquito de Igueldo le amenazaron de muerte, y el escándalo llegó hasta los espacios del Obispado. El Obispo de San Sebastián, en aquellos años, era un hombre tolerante, bondadoso y estricto en la moral y las buenas costumbres cristianas. Y una mañana, cuando Chiquito recolectaba su maizal, a principios de septiembre, recibió en mano una nota del señor Obispo que demandaba su presencia. En aquel País Vasco, los deseos de un Obispo se cumplían como si fueran órdenes, y Chiquito, leída la nota, le comunico al sacerdote-correo que acudiría sin falta a la cita con Monseñor. A todo esto, es conveniente recordar que había dejado embarazada a una novena ‘neska’, hija de un marinero de Fuenterrabía.
Chiquito se vistió con su ‘kaiku’ más elegante, y se presentó de dulce en el Obispado. El señor Obispo le aguardaba en su despacho, y Chiquito, que era creyente y practicante, si bien no excesivamente ejemplar, saludó al Obispo besando con respeto su anillo episcopal. Y el Obispo le señaló su asiento. La conversación, breve y directa, llegó a mí a través de una de sus primas, que regentaba una caseta en el parque de atracciones del Monte Igueldo.
-A ver Faustino, estoy preocupado contigo.
-Yo también, señor Obispo. No me separo de la escopeta. Me han amenazado de muerte.
- Lo sé. Y lo lamento. Lo malo, es que si yo fuera el padre de cualquiera de las nueve jóvenes embarazadas, quizá yo también te habría amenazado.
- Pues con las nueve, sólo lo hice una vez.
- ¡Vaya puntería, Chiquito!
-Que Su Ilustrísima lo diga. Sólo una vez con las nueve, y ¡pumba!, las nueve embarazadas.
- Eso me pregunto, yo, Chiquito. ¿Cómo es posible que en tres meses hayas pecado mortalmente y dejado encintas a nueve mujeres de Igueldo, Pasajes de San Juan, Oyarzun, Guetaria, Orio, Zarauz, Mondragón, Hernani y Fuenterrabía?
-Señor Obispo, porque tengo ‘bishicleta’
Respuesta incontestable del gran seductor de España en el siglo XX.
"El chamán"
En Noruega pasan cosas aún más raras y extravagantes que la relación de premiados en el Nobel de la Paz. Como es sabido, el Nobel de la Paz es una franquicia de los Nobel suecos que se concede y se entrega en Oslo. Y de Oslo es la princesa Marta Luisa de Noruega, que ha anunciado su compromiso matrimonial con el chamán Durek Verret. Ella es la hija mayor de los Reyes de Noruega, ha cumplido los cincuenta tacos, y se casó con el escritor Ari Behn, con el que tuvo tres niñas. He seguido muy de cerca a esa encantadora familia y puedo asegurar, y aseguro, que las niñas se llaman Maud, Leah y Emma, sin margen de error. El padre de las niñas y primer marido de Marta Luisa de Noruega, el escritor Ari Behn, se separaron en 2016. Se devolvieron los regalos y cada uno por su lado rehicieron sus vidas. Bueno, la rehízo Marta Luisa, porque Ari Behn se suicidó.
El nuevo novio, el chamán Durek Verret, es un chamán más joven que ella. Pero está muy enamorado. Sus palabras no dejan espacio a la duda. “Estoy lleno de lágrimas de alegría, por poder pasar el resto de mi vida con la mujer angelical, poderosa, sabia y con el corazón más puro. La princesa Marta Luisa es el amor de mi vida”. El chamán Verret demuestra su gran capacidad para la originalidad. Lo de “ella es la mujer de mi vida” no lo había oído ni leído jamás. Garantiza con sus palabras, que su amor es puro y que su boda nada tiene que ver con el interés. Ella, tampoco se queda atrás, “Durek es el que hace que mi corazón dé un vuelco, el que me ve y reconoce mi potencial más alto, el que me hace reír y con el que puedo ser más vulnerable. El amor trasciende y nos hace crecer”. (Detengo por unos momentos la redacción del presente texto, porque me estoy emocionando, se me ha puesto la carne granulada como gallina, me pinchan y no sangro y necesito calmarme). Bueno, ya me he calmado.
Las niñas, Maud, Leah y Emma han reconocido que, para ellas, todo esto es muy emocionante, pero que desean pasar el verano tranquilas. Creo que es perfectamente compatible emocionarse con el nuevo novio de mamá y pasar el verano tranquilas, pero si en Noruega no es habitual compaginar ambas cosas, lo mejor es respetar sus sentimientos y procurar no entorpecer su felicidad. Creo que estamos ante la gran boda del año. Y cuando se avecina una gran boda del año, hay que actuar del mismo modo que el difunto duque de Rowntree-Yorkshire. “No ir, aunque no esté invitado”. Porque el desaparecido Duque jamás asistió a una boda a la que estaba invitado. Sólo le divertía colarse en las que no se le esperaba. En fin, que no quiero ser pesimista, pero no me fío nada del chamán.
