Aunque los primeros años de crianza son duros y cansados, llega un día en que los hijos toman su propio camino y ese descanso y libertad que tanto añoraban los padres se hace difícil de gestionar. Hablamos del síndrome del nido vacío, que tiene consecuencias no solo sobre el día a día, sino sobre la percepción sobre sí mismos de los progenitores y de su nuevo lugar en el mundo.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 5 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 5 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Para explicarnos cómo afecta, cuáles son sus fases y de qué manera sobrellevarlo mejor hemos recurrido a Francisco Rufete, psicólogo y gerente clínico en Unobravo (www.unobravo.com), especializados en terapia online.
Mantener metas personales, aficiones, amistades y proyectos que trasciendan el rol parental ayuda a amortiguar el impacto emocional del cambio
¿Cuáles son las fases por las que se pasa en el síndrome del nido vacío?
El síndrome del nido vacío no sigue un proceso rígido; cada persona lo vive de manera diferente. Al principio, el cambio no suele sentirse de forma abrupta. Sabes que tu hijo o hija inicia una nueva etapa, lo que genera orgullo; sin embargo, con el tiempo puede surgir una sensación de pérdida o tristeza, ya que las rutinas y los roles que antes giraban en torno a ellos cambian de manera significativa.
Después llega un periodo de adaptación, en el que los padres comienzan a reorganizar su tiempo, su identidad y sus relaciones. Cuando se es padre o madre, gran parte de la identidad puede girar en torno a los hijos sin que uno lo perciba plenamente, por lo que es natural que lleve tiempo adaptarse a una vida sin ellos en casa. Finalmente, muchas personas alcanzan una etapa de renovación, en la que comienzan a disfrutar de la libertad y de las nuevas oportunidades que ofrece esta fase.
¿Puede considerarse un duelo?
Sí, en muchos sentidos el síndrome del nido vacío puede vivirse como un proceso de duelo. Los padres están despidiendo una etapa, un estilo de vida y, en cierta forma, una identidad. Durante muchos años, gran parte de la vida gira en torno a los hijos, y ese cambio puede percibirse como repentino o generar una sensación de vacío temporal. No significa que dejen de importar, sino que la relación y el día a día se transforman.
Ya no son tan necesitados, y se echan de menos cosas pequeñas, como prepararles el desayuno o compartir rutinas cotidianas. Como en cualquier proceso de duelo, se necesita tiempo para adaptarse a la nueva realidad.
¿Hay algo que se pueda hacer para prevenir que aparezca o es algo inevitable cuando los hijos se van de casa?
En realidad, no se puede evitar por completo, porque es una reacción emocional natural ante un cambio tan importante. De hecho, sería poco habitual que no existiera ninguna reacción emocional. Sin embargo, sí puede atenuarse. Mantener metas personales, aficiones, amistades y proyectos que trasciendan el rol parental ayuda a amortiguar el impacto emocional del cambio.
Se habla del nido vacío, sobre todo, en relación con las mujeres, pero ¿también afecta a los hombres?
Sin duda. Aunque tradicionalmente se ha asociado a las madres, muchos padres también lo experimentan. A menudo lo expresan de maneras diferentes: a través del trabajo, el retraimiento o la irritabilidad, más que mediante la tristeza explícita. En ambos casos, lo que hay detrás es la necesidad de redefinir la identidad y el sentido de propósito después de años centrados en los hijos.
¿Cómo manejar las emociones que surgen por el síndrome del nido vacío?
Lo primero es validar las emociones. Sentimientos como la tristeza, la nostalgia o incluso la culpa son reacciones emocionales normales ante esta transición. Mantener una conexión sana con los hijos, pero al mismo tiempo centrarse en los propios proyectos y darles su espacio para crecer, ayuda mucho. Reforzar la relación de pareja, retomar amistades o intereses personales puede devolver una sensación de plenitud. Además, la actividad física, las rutinas y el contacto social son claves para mantener el equilibrio emocional.
¿Cuánto pueden durar estas emociones?
Depende de cada persona. Para algunas, el malestar dura unas semanas o meses; en otras, puede prolongarse más, especialmente si coincide con otros cambios vitales, como la jubilación o la menopausia. Algunas personas pueden experimentar el impacto de forma diferida, por ejemplo, si han estado muy ocupadas o viajando cuando los hijos se marcharon; en esos casos, el proceso emocional puede posponerse temporalmente.
La mejor manera de afrontarlo es reconstruir un sentido de propósito, entendiendo esta etapa no como un final, sino como el inicio de un nuevo capítulo vital.
¿Puede necesitarse apoyo profesional en algún momento?
Sí, sobre todo si la tristeza persiste, interfiere en la vida diaria o aparece acompañada de ansiedad o síntomas depresivos. Hablar con un psicólogo puede ayudar a comprender y normalizar el proceso, identificar pensamientos poco útiles o autocríticos y trabajar en la reconstrucción de objetivos personales y vitales. La terapia puede ser un gran apoyo para transformar este periodo de pérdida en una etapa de crecimiento personal.
