Educación

Cindy Peñalver, pedagoga, ante el primer día de cole: "No debemos asumir que están bien, solo porque no lloran"


En unos días, muchos escolares inician de nuevo el curso. Para los más pequeños puede ser un momento de gran intensidad emocional. ¿Cómo acompañarlos en ese proceso? ¿Qué debemos tener en cuenta para saber realmente cómo están? La pedagoga Cindy Peñalver ha escrito un cuento para ayudar a los padres en esta tarea.


Cindy Peñalver© Víctor Espadas
28 de agosto de 2025 - 14:00 CEST

Mariposas en el cole (Ed. Duomo) es un cuento sobre la vuelta al cole desde la ternura y la validación emocional. Su autora es Cindy Peñalver, pedagoga y formadora especializada en infancia y acompañamiento emocional en contextos familiares, educativos y organizacionales. Ilustrado por Gemma Capdevila, el libro es un relato lleno de sensibilidad donde la niña protagonista se prepara para su primer día de cole. Hemos charlado con la autora.

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En el libro, la madre de Mati, que empieza al cole, actúa siempre validando sus emociones en ese proceso. ¿Hasta dónde pueden sentir temor los menores al enfrentarse a un cambio así?

Hay niños y niñas para quienes empezar el cole es difícil. Muy difícil. No es una etapa de “adaptación” sin más, sino una experiencia intensa que su cuerpo y su sistema nervioso pueden vivir como un auténtico desafío. Aunque desde fuera parezca “solo un cambio”, para ellos puede sentirse como perder su lugar seguro, su ritmo, sus figuras de referencia.

Y ese miedo no siempre se expresa con llanto. A veces lo muestran quedándose muy quietos, no queriendo comer, pidiendo brazos todo el tiempo o incluso teniendo regresiones. Por eso es tan importante no asumir que están bien solo porque no lloran. El malestar puede adoptar muchas formas.

© © Duomo Ediciones

"Me encanta cuando mamá pone palabras a lo que siento", dice la protagonista. ¿Cómo debemos acompañar a los hijos en esos momentos para que puedan expresar sus emociones sin abrumarlos?

No se trata de saber exactamente qué sienten, sino de mostrar que estamos dispuestas a escuchar. A los tres años, muchos niños y niñas todavía no tienen lenguaje para decir “tengo miedo” o “no quiero separarme de ti”. Lo muestran con el cuerpo. Y lo que necesitan de nosotras no es que les saquemos una emoción concreta, sino que les abramos un espacio donde puedan sentirse tal como están.

Una forma sencilla es acercarte y decir algo como: “Me da la sensación de que esto hoy te cuesta un poco. ¿Quieres que estemos un ratito juntos antes de entrar?” O simplemente: “Estoy aquí contigo. No hace falta que te sientas de otra manera.”

No hace falta que lo verbalicen. La regulación emocional no depende de que lo digan, sino de que se sientan acompañados mientras lo viven. Eso es la corregulación emocional: cuando el adulto regula primero, para que el niño pueda, poco a poco, aprender a hacerlo.

También ayuda mucho que los adultos compartamos cómo nos sentimos, con calma y sin cargarles: “Hoy yo también estoy un poco removida, y sé que después vamos a estar bien”.  Eso les enseña que las emociones se nombran, se transitan y no se esconden.

© © Adobe Stock

¿Cómo podemos darles seguridad en esos momentos?

La seguridad no se transmite con frases sueltas tipo “todo va a salir bien”. La seguridad, a esta edad, se transmite con presencia, con coherencia y con gestos repetidos. Con un adulto que no tiene prisa, que se agacha a su altura, que mira con calma, que conecta. Eso es lo que le dice a su cuerpo que está a salvo.

Un ejemplo muy sencillo: crear un pequeño ritual de despedida que se repita siempre igual. Puede ser un choque de manos, una frase, una mirada, o un “te veo después del patio”. No hace falta complicarlo. Lo importante es que sea constante, y que, cuando lo digamos, estemos realmente presentes.

Y algo clave: los primeros días, si es posible, es muy importante tener disponibilidad para ir a recogerles temprano o incluso ajustar el horario si lo están pasando mal. No es sobreproteger. Es mostrar que, si esto les está quedando grande, no tienen que aguantarlo solos.

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La protagonista lleva un muñeco como objeto de apego en ese primer día de cole. ¿Es recomendable que sea así para que se sientan más seguros?

Sí, afortunadamente cada vez más centros lo incorporan en los procesos de vinculación. Morritos, en el cuento, es mucho más que una muñeca. Es un símbolo de continuidad: algo que le recuerda a Mati que su mundo sigue existiendo aunque esté en un lugar nuevo.

Muchos niños y niñas necesitan ese objeto transicional. No porque no estén preparados, sino porque están encontrando la forma de autorregularse con lo que tienen a mano. Y no todos lo necesitan, pero quien lo pide lo está haciendo con sabiduría.

Puede ser un peluche, una pulsera que lleva mamá también, una notita doblada con un dibujo, una piedrita que eligieron juntos. Lo importante no es el objeto, sino lo que representa.

A veces muestran el miedo a la vuelta al cole quedándose muy quietos, no queriendo comer, pidiendo brazos todo el tiempo o incluso teniendo regresiones

Cindy Peñalver, pedagoga

En el libro, la madre repite unas frases para que la niña sepa que estará cuando salga del cole. ¿Cómo debe ser ese ancla emocional que se les brinda?

A los tres, cuatro años, no entienden bien el paso del tiempo. Unas horas pueden sentirse eternas. Por eso una frase que se repite cada día, con pausa, con presencia, puede convertirse en una guía interna para transitar la separación.

No hace falta que sea poética ni larga. Frases como: “Yo vengo cuando termines de jugar y meriendes", “estás en el cole, y yo te espero fuera”, “aunque no me veas, sigo pensando en ti ” funcionan muy bien si las decimos con el cuerpo, no solo con la boca. Estas frases, repetidas desde la conexión, van generando una sensación de estabilidad. Y no hace falta que las entiendan intelectualmente. Las sienten. Se convierten en parte del vínculo.

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¿Cómo reaccionar si, tras los primeros días, el menor muestra tristeza y no quiere volver al cole?

Con calma. Y con escucha. Sin alarmarnos. Esa tristeza es una señal. No siempre hay un problema detrás, pero sí hay algo que necesita más atención. Tal vez aún no ha terminado de vincular con los adultos del cole. Tal vez se está sintiendo solo. O simplemente está agotado. No todos los procesos de vinculación duran lo mismo, y eso hay que poder decirlo en voz alta, en casa y en las escuelas. Un proceso de vinculación no dura 15 días, puede durar todo un trimestre.

Si podemos, hablemos con el equipo educativo y acordemos pequeños ajustes. No siempre hace falta una solución grande. A veces basta con permitir que entre más tarde, que tenga un punto de referencia emocional más cercano, que pueda llevar a Morritos, o que tenga un espacio tranquilo en la entrada.

Desde casa, podemos acompañar con frases como: “Veo que hoy no quieres ir… ¿Quieres contarme qué parte te cuesta más?” . Y si no responde, seguimos ahí. Acompañar no es resolver, es no soltarle la mano mientras camina su proceso.

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¿Qué rutinas se pueden establecer para que ese inicio en el cole sea más adecuado a las necesidades del niño?

A esta edad, las rutinas no deben ser rígidas, pero sí predecibles. Saber lo que viene después calma. No les controla, les orienta. Podemos crear pequeños gestos que se repitan cada mañana: poner la misma música suave mientras desayunan, preparar la mochila juntos, usar un cartel con dibujos que muestre los pasos de la mañana y tener siempre el mismo momento de reconexión al volver a casa.

También podemos cuidar el lenguaje: en lugar de preguntar “¿Qué tal en el cole?”, podemos decir: “¿Con quién jugaste hoy?", “¿qué fue lo más divertido?” o simplemente: “¿Quieres que estemos juntos un rato antes de hacer otra cosa?”. No se trata de controlar su día, sino de estar disponibles para cuando quieran compartir.

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