Las familias enlazadas tardan, de media, entre dos y siete años en ajustarse. Es un nuevo escenario donde entran en juego muchas variables: costumbres, emociones, nuevos roles, convivencia con nuevas personas…
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Rocío López de la Chica, divulgadora y cofundadora de Creada/Separaciones Conscientes, acaba de publicar La familia enlazada (Ed. Destino), una obra donde recoge historias reales de familias enlazadas y apunta las claves para que este modelo familiar en auge pueda prosperar de forma armónica. Hemos hablado con ella.
La clave está en que los hijos hayan integrado emocionalmente la separación de sus progenitores
¿Cuál es el principal problema con el que se encuentran las familias enlazadas?
El principal reto no es uno, sino un cúmulo de factores. Las familias enlazadas son estructuras complejas: entran en juego múltiples vínculos, duelos no resueltos, expectativas idealizadas y una gran diversidad de necesidades emocionales. Un error frecuente es intentar funcionar como una familia tradicional, sin reconocer las particularidades de esta nueva configuración. Esto genera frustración, distancia emocional y, a menudo, separaciones. Solo el 1% de las familias enlazadas sobrevive al primer año de convivencia. No porque estén condenadas al fracaso, sino porque requieren una consciencia y un trabajo profundo para sostenerse desde el amor, la verdad y la mirada amplia.
¿En qué momento la relación está madura para presentarse a los hijos de tu pareja? ¿Cómo hacerlo?
No hay una fecha exacta ni un cronómetro que marque el momento ideal. La clave está en que los hijos hayan integrado emocionalmente la separación de sus progenitores. Si ese primer cambio aún no se ha procesado, añadir otro puede ser abrumador. Además, es fundamental preguntarse si la relación con la nueva pareja tiene vocación de estabilidad.
En cualquier caso, la presentación debe hacerse desde la verdad, con un lenguaje adaptado a su edad y sin prisas, pero también sin ocultaciones que puedan romper la confianza. Porque los niños perciben, intuyen, sienten. Y cuando los adultos actuamos con autenticidad y presencia, se sienten seguros.
Así que llegado el momento es importante hacerlo con naturalidad. Ayuda que se haga en un lugar neutral, esto favorece más el encuentro que hacerlo en el hogar de uno de los dos. Si es alrededor de una actividad lúdica que les guste a los niños mejor, para que el factor alegría esté presente. Y sin alargar demasiado el primer encuentro, mejor quedarse con ganas de más para volver a repetir.
Y es importante que antes de ese primer encuentro a los niños se les haya hablado de la nueva pareja y así que en la distancia hayan ido sabiendo de esta persona.
¿De qué manera solventar el conflicto de lealtades que se puede crear en los niños con respecto a su madre o a su padre?
El conflicto de lealtades surge cuando los niños sienten que, al disfrutar con la nueva pareja de uno de sus progenitores, están traicionando al otro. No lo expresan así, pero lo viven con culpa y dolor.
Esto no lo genera la separación, sino la manera en que nos relacionamos como adultos. Si denostamos al otro progenitor, incluso con silencios o gestos, transmitimos el mensaje de que no está bien quererle, ya sea al otro progenitor o a su pareja.
La solución pasa por algo tan difícil como esencial: respetar el sitio que la otra persona ocupa en el corazón de los hijos, aunque ya no ocupe un lugar en el nuestro.
Es una situación difícil porque no podemos controlar cómo lo hace la que fue nuestra pareja, pero es esencial ocupar nuestro 100% de responsabilidad para no añadir más conflicto de lealtad en los hijos, sino que al menos a nosotros nos sientan como un lugar donde poder aliviar esa culpa y sufrimiento.
Es complejo cuando lo que muestran es irascibilidad y rechazo hacia uno, no entrar en las provocaciones. Sin embargo, es necesario por el bien de los niños, niñas y adolescentes, y para ello es importante trascender la mirada para no quedarnos con su conducta, sino entender el sufrimiento que alberga en su interior y que le lleva a comportarse de esa manera y tener dicha actitud.
Si vemos al niño o a la niña como una víctima de la falta de madurez y responsabilidad de quien fue pareja, podremos no tomarnos como personal su comportamiento para entender su sufrimiento y así poder acompañarle como necesita para ayudarle: validando lo que siente, nombrando lo que está viviendo y haciéndole sentir seguro para ser él o ella misma y no tener que elegir.
¿Es más habitual que haya problemas entre la madrastra y la madre separada que entre el padrastro y el padre separado?
No tiene por qué. El origen de las dificultades entre estos roles es el mismo: los miedos e inseguridad de que otra persona (madrastra o padrastro) me quite mi lugar y mis hijos me quieran menos.
Y estos miedos se dan en las personas ocupen el sexo que sea, lo que sucede es que las madrastras cargan con un estigma cultural y social mucho más pesado que los padrastros y eso hace que las dificultades entre estas generen más ruido.
También porque las madrastras, como mujeres que son, tienen una tendencia a ocupar un rol de cuidadoras que los padrastros no tienden a ocupar. Pero no por el rol en sí, sino porque las mujeres hemos tenido valor en nuestra sociedad a través de los cuidados, y nos cuesta relacionarnos si no es a través de la responsabilidad de cuidar. Esto hace que las madrastras tengamos un papel protagonista en las familias enlazadas mayor que ellos.
Además, aún hoy, en el imaginario colectivo, la madre es la buena y la madrastra, la mala. Esta dualidad —muy presente en cuentos, cine y en el lenguaje cotidiano— genera una polarización dañina que no suele existir con la figura del padrastro, más socialmente legitimada o, al menos, menos juzgada.
¿Es totalmente necesario congeniar bien con los hijos de tu nueva pareja para que la nueva familia funcione bien?
No es necesario que se dé una conexión inmediata o idealizada, pero sí es crucial que exista respeto y una forma de relación que pueda construirse desde la autenticidad. Pretender querer igual a los hijos propios que a los de la pareja es una exigencia irreal: el amor se construye y los vínculos son distintos. Lo importante no es simular un afecto que no se siente todavía, sino mostrar disponibilidad emocional para crear, poco a poco, una relación verdadera y respetuosa.
¿Es frecuente que haya problemas entre los hijos que conviven juntos de cada miembro de la pareja?
Es muy frecuente. Aunque los niños se llevaran bien antes, la convivencia transforma todo. Pasan de ser “amigos” a “hermanastros” y eso conlleva nuevos celos, rivalidades y miedos. La clave está en acompañarlos emocionalmente, validar lo que sienten, rebajar las expectativas adultas y respetar sus ritmos. A veces forzamos una convivencia idealizada que no se ajusta a sus necesidades reales. Escuchar, flexibilizar y permitir tiempos exclusivos con cada progenitor puede marcar la diferencia.
Y también no intervenir en los conflictos entre ellos como si de un juez o jueza se tratara, sino escuchar siempre todas las versiones, escuchar cómo se siente cada uno y acompañarles a llegar a propuestas de soluciones, para que ellos mismos se impliquen en la resolución.
De esta forma, al sentir que los adultos no se posicionan a favor de ninguno, sino que todos son escuchados, vistos y tenidos en cuenta, se resuelven los conflictos rebajando la posible rivalidad entre ellos. Y con los tiempos de exclusividad de cada progenitor, con ellos se alivian los posibles celos.
¿Cómo congeniar las distintas tradiciones o costumbres de cada parte de la familia enlazada?
Honrando los orígenes sin imponerlos. Una familia enlazada no se construye desde la uniformidad, sino desde la integración de las diferencias. Se trata de dar lugar a lo que cada parte aporta, dialogar sobre lo que queremos conservar y qué nuevos rituales queremos crear. Así se gesta una cultura familiar propia, donde lo nuevo no borra lo anterior, sino que lo transforma en algo compartido.
Cuando la pareja tiene un hijo en común, ¿el ambiente mejora entre el resto de niños o puede empeorar?
Depende. Un hijo en común puede actuar como punto de unión, pero también como catalizador de nuevas tensiones si los otros hijos sienten que no reciben el mismo amor o atención. La clave está en que no se reproduzcan dinámicas de favoritismo ni desigualdad, y en cuidar que todos los hijos, propios y de la pareja, sientan que tienen un lugar único y valioso en esa nueva familia.
Esto se complica cuando los hermanos de este pequeño se van con su otro progenitor y ven que su hermanito se queda siempre. Esto suele aumentar los celos habituales que suceden ante la llegada de un nuevo hijo. Lo que requiere poner especial atención para que no se sientan desplazados. Y para ello es importante prepararles antes y acompañarles en su propio proceso de adaptación a partir de la llegada del nuevo miembro de la familia.